Mary Blanca, una lideresa empoderada por el crecimiento campesino

Esta es la historia de vida de una campesina antioqueña entregada al trabajo comunitario. Tras enfrentar momentos trágicos, encontró en la labor social una forma de sanar y dignificar el rol de las mujeres en la productividad.

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Foto por: Andrés Pastrana Torres

Soy Mary Blanca Rios, me siento orgullosa de ser una mujer campesina porque confío en la participación de mi género en la economía de las familias colombianas. Crecí en Jardín, Antioquia acompañada de mi papá, mi mamá y mis cuatro hermanos. Mi infancia estuvo acariciada por la fresca brisa de las montañas, el aroma del café y la dicha de caminar por la tierra con mis pies descalzos. 

Desde pequeña pensaba que mi familia tendría que ser diferente, porque a mi papá le enseñaron que debía ser el proveedor y a mi mamá le inculcaron ser cuidadora. Mis hermanos siempre trabajaban en los cultivos y yo le pedía a mi papá que me comprara un canasto para ayudarles, él me decía que ese no era mi destino, porque yo debía hacer aseo y limpiar la casa. 

Desde ese momento, tuve esa inconformidad y la incógnita de por qué mi mamá era tan sumisa y por qué las mujeres no podíamos hacer los mismos trabajos que los hombres, ellos podían recibir dinero por su trabajo y nosotras no. 

Me parece que fue ayer cuando por mi rebeldía, andaba de arriba para abajo participando en todas las actividades que hacían en la comunidad, tanto que en casa me decían Mari la chancla. Hoy en día, en medio de la jocosidad que genera recordar el apodo, me llena de alegría, pues mis hermanos y sobrinos sienten orgullo y me admiran por lo que hago por las comunidades.

Mi primera frustración la tuve en grado noveno porque quedé embarazada a los 17 años, y las instituciones educativas de ese momento no aceptaban ese estado, pues ser madre de familia era otra cosa distinta que recibir el conocimiento. Décimo lo hice en el programa de bachillerato a distancia que manejaba Radio Sutatenza, en  grado 11 necesitaba un siete y me quedé con 6,9, entonces no volví. 

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Resiliencia y trabajo comunitario para el crecimiento femenino

De mis hermanas y hermanos fui la única que decidió construir su proyecto de vida en el campo, pasó el tiempo y cuando mi hijo mayor cumplió 9 años conocí a mi esposo, quien también es caficultor. Nos instalamos en una tierrita en la que trabajamos y donde le dimos una vida a nuestros 4 hijos. 

Uno de los episodios más dolorosos que he vivido fuel el suicidio de mi hijo mayor, él se quitó la vida cuando tenía 19 años y quedé con el dolor más profundo. Todos los días me preguntaba ¿qué pude haber hecho mal, en qué fallé? No me sentía capaz de continuar, mis 3 hijos y marido fueron mi soporte. 

Es así, que junto con mi esposo nos concentramos en la crianza de los tres hijos que nos quedaban. Hoy en día nos sentimos orgullosos porque uno es psicólogo, otro zootecnista y el pequeño está terminando sus prácticas como comunicador social. 

Empecé a ir a la junta de acción comunal de mi vereda, durante 14 años fui miembro de esta organización, ahora hago parte del Consejo de Administración de la Cooperativa Agromultiactiva San Bartolo – COMSAB, soy representante del Comité de Cafeteros en la comunidad de Jardín, y he contribuido a construir casa a aquellos que no la tenían. 

Yo me muevo para que la gente participe de muchas iniciativas, no hay nada mejor para un líder que ver la alegría de las familias, más que todo de los niños cuando dejan de vivir en un ranchito de pajar y lo reciben a uno en sus casas, es ver la materialización de la gestión que con tanto esfuerzo hago. 

Mi familia es el lugar donde ejerzo el liderazgo, les conté que no quería repetir la historia de mis papás, gracias a la vida puede escoger un buen esposo y logramos trabajar en equipo. Los dos participamos en la producción de los cultivos, manejamos las cuentas, el cuidado de nuestros hijos, hacemos una buena distribución de las tareas y recursos.

Yo creo en el poder de la mujer y su participación en la producción rural, me he encontrado con unas mujeres poderosas y las acompaño para que no las violenten y sepan trabajar en el campo. 

Mientras me quede una gota de sangre, hasta el último minuto estaré amando lo que hago. Todo lo hago de corazón, los grandes proyectos nacen de fracasos, el liderazgo que yo tengo se lo debo a ese guarapazo tan grande que me dio la vida. De esos escombros surgieron todas las fuerzas para hacer todo lo que hago. 

Me gustaría que muchas mujeres conozcan mi historia y les sirva para descubrir que podemos ser independientes, que nuestra participación en la producción de las fincas es vital para que la economía de las familias sea próspera. 

Editor: Karina Porras Niño. Periodista – Editora. 

 

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