“Me considero ciento por ciento campesina y estoy orgullosa de serlo. Estoy muy contenta de vivir en el campo, estar en un entorno donde uno se siente libre, donde se puede respirar aire puro, dónde puedes tener conexión con la naturaleza, donde puedes cultivar tus propios alimentos, que son sanos, que son limpios, que te van a proporcionar una vida de mejor calidad”.
Lo dice Rosaura García, estudiante virtual de agronomía y asistente técnica del proyecto Guardianas de los Páramos, que se ejecuta en seis municipios de Boyacá para proteger estos ecosistemas, a la vez que favorece la adaptación al cambio climático, impulsa la soberanía alimentaria de las familias, fortalece a 34 organizaciones sociales y construye autonomía económica y empoderamiento de las mujeres.
El proyecto nació de la convergencia de propósitos y sueños de las organizaciones campesinas de Boyacá y tres entidades internacionales con actividad en el país: el Programa de Pequeñas Donaciones del Fondo para el Medio Ambiente Mundial – GEF, la Corporación Mundial de la Mujer y la ONG internacional de cooperación al desarrollo Swissaid.
Cuando la Corporación decidió adelantar un proyecto en la región que incluyera mujeres y páramos, encontró que Swissaid venía ejecutando el programa Montañas Vivas en el territorio y que GEF también tenía interés en proteger los corredores de páramo del nororiente boyacense. Así fluyó la idea de juntar esfuerzos, sumar recursos y potenciar el impacto, trabajando en Gámeza, Mongua, Monguí, Socha, Socotá y Tasco. “Planteamos la oportunidad de hacer una alianza para poder acompañar muchas más iniciativas, muchos más proyectos. Nos entendimos muy bien y hemos podido adelantar el trabajo conjunto en los territorios”, afirma Ana Lucía Jiménez, de la Corporación Mundial de la Mujer.
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Esfuerzos conjuntos por la seguridad alimentaria
En estos municipios la agricultura había disminuido de forma dramática por fenómenos como la importación de alimentos y la dedicación de los suelos y los hombres a la minería del carbón, la cual afecta también la subsistencia de las fuentes de agua. Rubén García, coordinador de Swissaid para Boyacá, relata la paradoja de los camiones con comida llegando desde las ciudades a estos municipios, sumidos en el monocultivo de la papa pastusa y el ocaso de las tradicionales plazas de mercado.
Por eso, el proyecto se propuso como uno de sus principales objetivos potenciar las prácticas agropecuarias introduciendo la agroecología y rescatando las variedades de productos que se habían extinguido, de manera que las familias puedan asegurar una alimentación sana y variada, como revela Ana Beatriz Barona, coordinadora del programa de pequeñas donaciones de la GEF en Colombia: “Estamos impulsando sistemas de cultivo agroecológico y de bajo impacto en el páramo, implementando invernaderos y huertas para incrementar la producción de alimentos diversos, recuperando especies nativas y de papa para la alimentación de las familias y para poder vender en los mercados campesinos”.
Como parte de estas acciones, se ha implementado una escuela de custodios de semillas criollas y nativas en Boyacá, que realiza intercambios con la red de escuelas que Swissaid tiene en otras regiones del país. Así, las 284 huertas creadas por el proyecto han pasado del monocultivo de la papa pastusa a sembrar múltiples variedades de maíz, trigo, papa, quinua, haba, frijol, arveja, lenteja, col y otros productos, restaurando la valoración de la alimentación tradicional que había sido estigmatizada como “comida de pobres”.
Como resultado, la dieta familiar ha pasado de tener menos de 10 alimentos propios a disponer de más de 30 variedades, a la vez que se genera un excedente para la venta y se apoya a las familias y organizaciones en estrategias de marca y comercialización, como los 13 mercados campesinos que se han realizado y que se espera establecer como actividad regular. Además, se han establecido 15 unidades de producción porcina, 36 colmenas comunitarias, 55 invernaderos y 51 sistemas de riego.
También se están dinamizando prácticas tradicionales como el uso de molinos de piedra para la producción de harina de trigo y maíz, que es comercializada con una red de panderos artesanales y que podría dar un nuevo impulso a estos cultivos que ha caído en la marginalidad por efecto de las importaciones y las políticas públicas.
Para Walkiria Pérez, representante de país de Swissaid, este componente económico es muy importante. “Se hizo una proyección en términos de cómo la finca puede generar ingresos a la familia, qué diversificación se puede dar, qué voy a sembrar, qué tanto voy a consumir y qué tanto puedo comercializar. Es importante generar sostenibilidad para no depender de una sola fuente, que la finca pueda ir sustituyendo el ingreso de las minas y los hombres puedan vincularse más a ella”.
Vida de páramo, sostenibilidad ambiental
El escenario ambiental de las zonas que hacen parte de Guardianas de los Páramos, era desolador: potrerización del páramo para ganadería, uso de fertilizantes y plaguicidas químicos, mecanización del suelo, erosión y levantamiento de la vegetación nativa, contaminación de los ríos con residuos químicos y sólidos.
Así, una de las líneas prioritarias de acción del proyecto es la ambiental. “Nosotros trabajamos siempre en zonas prioritarias o de importancia para la biodiversidad y donde haya presencia de organizaciones sociales. Y así fue como llegamos a los complejos de páramos de Pisba y Tota-Bijagual-Mamapacha”, dice Ana Beatriz Barona.
Este componente articula prácticas agroecológicas sostenibles, sustitución de abonos y plaguicidas químicos por orgánicos, reforestación de las cuencas con especies nativas, construcción de viveros de alta montaña y generación de fuentes de ingresos alternativos, para sustituir la minería.
A la fecha, se han establecido siete viveros comunitarios, se han optimizado ocho acueductos veredales, se han protegido 11 vertientes hídricas, se han propagado 16 especies nativas y se han sembrado 6.700 árboles. Sin embargo, lo más importante es que se ha sensibilizado y capacitado a las comunidades en el manejo sostenible de los suelos y las fuentes hídricas, fortaleciendo la cultura de conservación del territorio.
Empoderamiento y reconocimiento de la mujer
El proyecto ha vinculado a más de seis mil mujeres y cerca de cinco mil hombres. Es claro que uno de sus objetivos principales es la construcción de autonomía y empoderamiento de la mujer. “Tenemos una vocación de trabajar con mujeres y somos unas convencidas de que todo lo que se invierta en mujeres le retorna directamente a las familias y genera desarrollo en las comunidades y en los territorios dónde estamos”, asegura Ana Lucía Jiménez de la Corporación de la Mujer.
Por eso, el componente social hace énfasis en la construcción de equidad de género, la participación de la mujer en espacios políticos locales y en la toma de decisiones sobre su vida, su hogar, su finca y su familia, la lucha contra las violencias y la autonomía económica mediante el desarrollo de proyectos productivos.
Así lo destaca Walquiria Pérez: “El rol de las mujeres en este proceso es súper importante porque las mujeres son más dadas al cambio, se lanzan más, son más arriesgadas a aprender, son más cuidadoras y asumen retos mucho más rápido”.
Y el proceso empieza a producir cambios, como agrega Walquiria. “A nivel comunitario hay una valoración entre las organizaciones de que están en un territorio sensible y donde hay un compromiso por el cambio, hay mujeres empoderadas políticamente que empiezan a incidir en los planes de desarrollo”. Concluye la joven Rosaura: “Lo más bonito de este proyecto es poderle ayudar a la gente y animar a otros chicos y chicas de mi entorno a apostarle al campo. Definitivamente ha sido un antes y un después en mi vida”.
Por: Fernando Chaves Valbuena. Periodista voluntario.
Editor: Karina Porras Niño. Periodista – Editora.