El Acuerdo de Paz firmado en 2016 entre el Estado colombiano y las extintas FARC- EP, es uno de los pactos por la paz más importantes en la historia del país y de Latinoamérica. Pues tras más de 50 años de conflicto armado, llegó un momento para la desmovilización y la reconstrucción del tejido social. De acuerdo con datos del Registro único de Víctimas, más de 9.000.000 millones de personas fueron marcadas por el paso de la guerra.
Con el objetivo de promover el desarrollo integral de las zonas afectadas por esta problemática, el Gobierno priorizó 19 departamentos, entre los que se encuentran el Cauca, Norte de Santander, Putumayo, Chocó, Arauca, Tolima y Caquetá. Estos territorios comprenden más de 100 municipios y fueron catalogados en los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial – PDET, debido a que la violencia y la pobreza han afectado fuertemente la calidad de vida de sus habitantes.
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Las comunidades rurales han asumido un rol fundamental en la construcción de paz, pues desde una posición de perdón y reconciliación han establecido diversos proyectos productivos que proponen el trabajo comunitario como base del progreso en los territorios. Así lo reveló un informe de Paz Sostenible para Colombia – PASO, en el que se identificaron 1.900 iniciativas de paz que se desarrollan a nivel nacional, de las cuales 1.212 fueron creadas por campesinos, indígenas y afrodescendientes.
En Nariño y Putumayo 1.150 campesinos adelantan propuestas productivas principalmente en la agricultura, la ganadería y la piscicultura, con el fin de erradicar los cultivos de uso ilícito y que quienes se encuentran en proceso de reincorporación puedan generar ingresos y contribuir al crecimiento económico de la región. Así mismo, 6 comunidades se han formado en gestión y resolución de conflictos, y 200 personas en periodismo radial y cultura de paz.
De igual manera, en los municipios de Palmira y El Cerrito del Valle del Cauca, los habitantes han encontrado en el turismo rural, una oportunidad para generar espacios de participación, diálogo y bienestar común. Mediante un trabajo mancomunado con los excombatientes establecen los servicios turísticos a ofrecer, reactivando así la economía local. Además, le muestran a los turistas los paisajes y las tradiciones culturales ocultas por el conflicto armado.
Por su parte, en el departamento del Tolima 77 campesinos e indígenas cambiaron el cultivo de amapola por la siembra de café, así lo explica la Asociación de Productores Agropecuarios Surtolimenses – ASOGRATOL. Otra apuesta por la paz la lideran familias campesinas del Perijá, quienes trabajan en la reconstrucción de los proyectos de vida de las personas de la región que sufrieron de desplazamiento forzado; ofreciendo formación sobre artesanía, costura y agricultura familiar que les permitan transformar sus realidades.
Todo lo anterior demuestra el compromiso y el gran aporte de las comunidades rurales no sólo en el desarrollo económico y cultural del país, si no en la construcción de una paz duradera a partir de sus saberes y experiencias. Por eso, se debe reconocer su trabajo y contribuir a su lucha por la reivindicación de sus derechos y la mejora de su calidad de vida.
Por: Ivania Alejandra Aroca Gaona. Periodista.
Editor: Karina Porras Niño. Periodista – Editora.