viernes, octubre 4, 2024
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Un plan de choque para garantizar el suministro global de alimentos

El economista jefe de la Organización de las Naciones Unidas Para la Alimentación y la Agricultura - FAO señala distintas vías para mitigar el impacto mundial del COVID-19 en la agricultura y los sistemas alimentarios.

La pandemia de COVID-19 ha generado una profunda crisis a nivel mundial, con medidas sin precedentes para restringir los movimientos de la población y el uso a gran escala de fondos públicos para combatir la amenaza de un nuevo coronavirus que no conoce fronteras. Su éxito pasa por establecer planes coherentes y eficaces para nuestros sistemas alimentarios. El economista jefe de la FAO, Máximo Torero Cullen, explica las formas en que los países pueden plantear y elaborar estos planes.

A medida que más países adoptan políticas de confinamiento para contener y mitigar la crisis del COVID-19, ¿existe el riesgo de que nos quedemos sin alimentos?

La respuesta rápida es tanto sí como no. Existe ese riesgo, pero tenemos muchas formas de limitar esa posibilidad, y cuanto antes adoptemos medidas, mejor podremos evitar que se agrave la crisis sanitaria mundial. En este momento, los estantes de los supermercados están aún bien surtidos. Pero podemos ver señales de que las presiones debidas al confinamiento están empezando a afectar a las cadenas de suministro, como sucede con la ralentización del transporte marítimo. Las interrupciones, en particular en el sector de la logística, podrían tener consecuencias en los próximos meses. 

Los gobiernos están lanzando campañas a gran escala contra el coronavirus, y los planes de choque deberían incluir medidas destinadas a disminuir las perturbaciones en las cadenas de suministro alimentario. Éstas deben mantenerse operativas, obviamente para todos y en particular para los más vulnerables, teniendo en cuenta que los imperativos de salud pública exigen la colaboración de todos, algo que debe ser posible. Así que la respuesta larga, por así decirlo, es no, porque no podemos permitirnos cometer errores que agravarían el sufrimiento de la población.

¿Cuál es el primer paso?

Las respuestas de políticas coordinadas abarcan todos los pasos, pero permítanme hacer hincapié en la prioridad de impulsar la capacidad para mejorar la ayuda alimentaria de emergencia y reforzar las redes de seguridad para las poblaciones vulnerables.

Las escuelas están cerrando en todo el mundo, lo que significa que 300 millones de niños se perderán los almuerzos escolares, que para muchos eran ya la base fundamental de una dieta nutritiva. Además, el confinamiento se traduce en despidos y en una reducción de los ingresos, lo que hace que sea más difícil para las familias poner comida en la mesa. Estos hogares necesitan dinero en efectivo más que cualquier otra cosa. Son apropiados los pagos únicos -como los empleados por ejemplo por Hong Kong y Singapur-, o las transferencias múltiples de efectivo, utilizando programas existentes como el SNAP (siglas en inglés de Programa Asistencial de Nutrición Suplementaria)en los Estados Unidos, o la iniciativa de China para acelerar los pagos del seguro de desempleo. 

Perú ayuda a las personas vulnerables aumentando las prestaciones en efectivo para los mayores de 65 años. En algunos contextos, serán efectivas las moratorias de impuestos y pagos de hipotecas, como las que ofrece Italia en su iniciativa»Cura Italia». Es importante que esas medidas sean sólidas y creíbles, ya que la previsibilidad es esencial en una situación en que los trabajadores se ven obligados a quedarse en casa y practicar el distanciamiento social. Como refuerzo, también pueden movilizarse los bancos de alimentos y contar con el empeño de organizaciones benéficas y no gubernamentales para distribuir alimentos.

¿Cuál es el papel del mercado mundial de alimentos?

El comercio mundial de alimentos debe continuar. Una de cada cinco calorías que la gente consume ha cruzado al menos una frontera internacional, dato superior en más del 50 por ciento respecto a hace 40 años. Los países de ingresos bajos y medios abarcan cerca de un tercio del comercio mundial de alimentos, que contribuye de forma muy importante tanto a sus ingresos como a su bienestar. Los países que dependen de la importación de alimentos son especialmente vulnerables a la ralentización de los flujos comerciales, sobre todo si, como ha venido ocurriendo, sus monedas pierden valor. 

Si bien es probable que en todas partes se produzcan subidas de los precios alimentarios al por menor, sus efectos son más adversos cuando son repentinas, extremas, volátiles y cuando el gasto en alimentos representa un porcentaje mayor del presupuesto familiar. Y aquí es donde las alzas pueden tener un impacto a más largo plazo en el desarrollo humano y la productividad económica en el futuro. Los países deben examinar de forma inmediata sus opciones de política comercial y fiscal -así como sus posibles repercusiones-, y trabajar conjuntamente para crear un entorno favorable para el comercio alimentario.

Se deben evitar las políticas de «empobrecer al vecino», que surgieron en forma de mayores impuestos a las exportaciones -o directamente prohibirlas- por parte de algunos países durante la crisis mundial de los precios alimentarios de 2008. Tienden a producir reacciones de imitación y empeoran las cosas para todos, no sólo para los socios comerciales más pequeños. Un comercio mundial de alimentos abierto contribuye a mantener operativos los mercados de alimentos en sentido descendente. En realidad, lo que ayudaría a estabilizar los mercados mundiales sería reducir temporalmente los perjudiciales aranceles a la importación, las barreras comerciales no arancelarias y los impuestos sobre el valor añadido. Como mínimo, debemos hacer nuestro el juramento hipocrático de los médicos.

¿Qué hay de los mercados nacionales?

La mayor parte del suministro de alimentos se lleva a cabo dentro de los propios países. Pero existen cadenas de suministro, que en el caso de los agricultores forman una compleja red de interacciones en la que participan campesinos y trabajadores agrícolas, insumos clave como fertilizantes, semillas y medicamentos veterinarios, plantas de procesado, transporte de mercancías, minoristas y otros. Una pandemia global pondrá rápidamente esas redes a dura prueba, por lo que, para evitar la escasez de alimentos, hay que hacer todo lo posible por mantenerlas intactas y funcionando de manera eficiente. Todos sabemos que la fruta que no se recolecta o se deja de vender se echará a perder, pero este tipo de limitaciones temporales interactivas son comunes a lo largo de la cadena. En última instancia, los agricultores no cultivarán lo que nadie puede comprar, por lo que el problema es la asequibilidad, pero también la disponibilidad y accesibilidad.

Es fundamental garantizar la seguridad de los trabajadores del sistema alimentario, por lo que es necesario cerciorarse  de que existen medidas sanitarias in situ, con la posibilidad de bajas por enfermedad e instrucciones y capacidad para el distanciamiento físico, y lo mismo se aplica al sector de la distribución. Más de una cuarta parte del trabajo agrícola del mundo lo realizan trabajadores migrantes, por lo que para evitar la escasez de mano de obra deberían acelerarse los protocolos para obtener visados, aunque esto resulte contradictorio en este momento.

Así como los trabajadores sanitarios de primera línea son aplaudidos como héroes, los que trabajan en la infraestructura básica de nuestro sistema alimentario en estos tiempos difíciles merecen reconocimiento y gratitud, y no estigmatización y abandono. Mientras tanto, debe prohibirse la entrada de visitantes en las instalaciones de producción, así como a los almacenes y mercados mayoristas. Los puntos de venta final, como los supermercados, han comenzado a reducir horarios y a rotar su personal, mientras que cada vez se usan más los servicios de reparto domicilio sin contacto. Las plataformas de comercio electrónico tienen en este contexto un enorme potencial, como se ha demostrado en China. 

¿Y los pequeños campesinos?

Una paradoja del hambre en el mundo es que, a pesar de su actividad, los pequeños agricultores de las zonas rurales de países en desarrollo corren ellos mismos un riesgo desproporcionado de sufrir inseguridad alimentaria, siendo sus bajos ingresos una de las principales razones. Sería trágico que se agudizara este problema y se redujera su capacidad de producir alimentos, en un momento en que estamos tratando de asegurarnos de que el suministro alimentario siga siendo adecuado para todos.

Así que los responsables de las políticas deben prestarles atención. Lo que sabemos -y lo vimos durante los confinamientos en África occidental durante la crisis del Ébola- es que la restricción de los movimientos y los cierres de carreteras frenan el acceso de los agricultores a los mercados tanto para comprar insumos como para vender productos. También reducen la disponibilidad de mano de obra en los momentos de máxima actividad estacional. El resultado es que los productos frescos pueden acumularse sin ser vendidos, lo que provoca pérdidas de alimentos, y de ingresos para los productores. Se trata de una cuestión doblemente pertinente para África, donde el suministro de alimentos se ve ya amenazado por el flagelo de la langosta del desierto.

Otra cuestión que surge aquí es que lo que hemos visto hasta ahora es una oleada excepcional de compras de alimentos no perecederos. En Italia, la demanda de harina se ha disparado en un 80 por ciento. Los productos enlatados están de moda. Sin embargo, debido a factores psicológicos y a las restricciones de movimientos, se ha comprobado que se venden peor los productos frescos y el pescado, alimentos que son más difíciles de almacenar para su consumo futuro.

Entonces, ¿qué hacer? Resultan esenciales los pagos temporales en efectivo para los agricultores pobres, así como las subvenciones para reiniciar la producción. Los bancos pueden eximir de intereses a los préstamos a los campesinos y ampliar los plazos de devolución; se puede inyectar capital en el sector agrícola para ayudar a las pequeñas y medianas empresas -y a sus trabajadores- a mantenerse a flote. Durante la emergencia, los gobiernos pueden intentar comprar productos agrícolas a los pequeños productores para establecer reservas estratégicas de emergencia con fines humanitarios.

El aislamiento impuesto en China en torno a la ciudad de Wuhan nos enseña algunas lecciones. Se reactivó la iniciativa de la «cesta de hortalizas» -concebida en 1988-, que permite el acceso de los residentes urbanos a productos frescos y nutritivos, beneficiando a las granjas periurbanas de los alrededores. En algunas provincias, los gobiernos locales respondieron a los cuellos de botella de los mataderos centralizando la actividad y pagando los costes de refrigeración para mantener operativo el sector ganadero,y contribuir así al objetivo final de garantizar la disponibilidad de alimentos para quienes no pueden salir de sus hogares.

¿Es usted optimista?

Sobreviviremos a la pandemia de coronavirus. Pero debemos entender -ahora- el enorme daño que las medidas adoptadas para combatirla infligierán a nuestro sistema alimentario mundial. La FAO tiene mucha experiencia en estas cuestiones y puede ayudar a los países que necesiten asesoramiento estratégico de forma rápida. Trabajando juntos, podemos mitigar este impacto, y es necesario hacerlo. La adopción de las medidas mencionadas más arriba y la búsqueda activa de la cooperación internacional pueden ayudar a todos los países a prepararse para una batalla que libraremos de forma conjunta.

Artículo por: Organización de las Naciones Unidas Para la Alimentación y la Agricultura – FAO.

 

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