Tamo del arroz es recuperado como abono

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La gran cantidad de nutrientes de este residuo, que tradicionalmente es quemado por los agricultores para agilizar la preparación del terreno para la siembra, pueden ser reciclados dentro del mismo cultivo.

 

Ante la generación de gases efecto invernadero que producen estas quemas, y con el propósito de hacer del arroz un producto más competitivo, el Instituto de Biotecnología de la Universidad Nacional de Colombia (IBUN) desarrolló una investigación para reciclar el tamo en el mismo cultivo.

Reducir las emisiones de gas carbónico –a la vez que se incorporan nutrientes presentes en el tamo como nitrógeno, fósforo, potasio, silicio o azufre– permitirá mejorar las condiciones físicas y químicas del suelo, además de reducir el uso de productos químicos industriales. Así se refiere al proyecto el profesor Daniel Uribe, quien actualmente coordina el “Grupo de microbiología agrícola” del Instituto de Biotecnología de la U.N. Sede Bogotá.

En tal sentido, el grupo de investigación se propuso tanto identificar un consorcio de microorganismos que permitieran degradar lo más rápidamente posible este tipo de sustrato, como contribuir a contrarrestar aquellos agentes patógenos que estaban presentes en el tamo.

“Con el propósito de facilitar su acceso al agricultor, inicialmente buscamos microorganismos que ya estuvieran en el mercado como controladores biológicos, específicamente hongos del género trichoderma, con los que se registraron resultados positivos en un rango de entre 10% y 25%”, explica el profesor.

Después se adelantaron nuevos estudios en procura de establecer qué productos resultaban más efectivos en la degradación del tamo, para luego mezclarlos con bacterias conocidas como bacilos aerobios, formadores de endosporas, o bafes, con gran capacidad enzimática de degradación expresada en bacterias celulasas y xilanasas; estas producen a su vez unas bacterias secundarias que contribuyen a contrarrestar los patógenos.

Pese a que el arroz producido en Colombia tiene como destino el mercado interno, actualmente hay una oferta que proviene de países como Estados Unidos, Venezuela y Ecuador en su gran mayoría. Este escenario exige desarrollar técnicas que permitan obtener mayor rentabilidad, además de contribuir a mejorar la calidad del medioambiente.

Dependiendo de la zona, un cultivo puede producir entre cinco y 10 toneladas de grano por hectárea, de las cuales se generan entre 1 y 1,5 toneladas de lo que comúnmente se conoce como tamo.

Las quemas de este residuo –realizada por los agricultores– generan gases efecto invernadero, junto con acrilamidas, compuestos tóxicos nocivos para los seres humanos. A ello se suman las disposiciones legales y los protocolos internacionales a los que Colombia debe acogerse en materia de manejo ambiental, por lo cual el proyecto busca contribuir a que el país pueda cumplir con este tipo de normas, además de nutrir el suelo.

“Aunque hay otros grupos de investigación que están identificando microorganismos celulolíticos o xinalolíticos, nosotros buscamos un tipo de microorganismo capaz de controlar el patógeno, pero que también tenga celulasas y xilanazas que garanticen la inocuidad del nuevo ciclo de cultivo”, precisa el docente.

Como en cualquier proceso de degradación, en este se debe considerar un balance de los nutrientes (por ejemplo la relación carbono-nitrógeno), por eso se incluyó un microorganismo capaz de atacar a las proteínas, debido a que los hongos no lo hacían de manera eficiente.

“Durante los análisis in vitro y de invernadero encontramos que producir nitrógeno a través de proteasas, o aplicar nitrógeno al sistema, optimizaba el proceso de degradación; sin embargo, puesto que el tamo es rico en carbono –por la gran cantidad de fibras de celulosa y hemicelulosa que contiene–, resulta un caldo de cultivo ideal para todo tipo de microorganismos buenos y malos”, precisa el académico.

Puesto que ya se había logrado aislar a los microorganismos malos, ahora se buscaba estimular la generación de las bacterias de crecimiento vegetal, aplicándolas a las semillas del arroz, además de controlar un patógeno específico que se ha convertido en el “dolor de cabeza” de los agricultores: el burkholderia glumae, pues ha llegado a mermar hasta un 75% de la producción.

Con el fin de alterar lo menos posible el ciclo del cultivo, se recomienda fraccionar la fibra del tamo en trozos muy finos para luego aplicar el producto sin agua. Si bien este procedimiento puede ser algo más lento –20 a 35 días–, evita hacer un gasto adicional de agua.

Continuando con las faenas básicas de preparación del terreno, el agricultor incorpora el producto para después iniciar la siembra con unas semillas previamente inoculadas con una bacteria capaz de aprovechar los nutrientes y contribuir al desarrollo de la planta.

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