Las mujeres que con hilo y aguja le tejemos el ala rota a la paz

Esta es la crónica con la que la Corporación Manigua cuenta lo que fue su proyecto Gestamos Paz en el departamento del Caquetá. La valentía, el empuje y la sororidad son protagonistas de este relato.

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Foto tomada de: CorpoManigua

En los campos, los árboles fueron arrasados porque servían de refugio a los armados, o porque hacían más oscuras las noches y bajo su sombra se parapetaban los “gatilleros” para desatar la muerte o para violar. Los árboles fueron arrasados por las ráfagas de los helicópteros o por las detonaciones de las bombas y las minas antipersonal.

En los pueblos, los árboles fueron cortados porque un pueblo entero presenció que amarrados a ellos las personas eran mutiladas hasta morir. En las carreteras, los árboles fueron cortados para hacer leña y calentar el miedo, o cocinar el alimento en las marchas campesinas. Los árboles fueron arrasados para sacar garrotes y enfrentar con furia a campesinos cocaleros con jóvenes también campesinos, vestidos de policía y de camuflado.

Durante años la selva nos ha dado miedo, ella no ha sido considerada nuestra amiga. En sesenta años de guerra en Caquetá, aprendimos a convivir con la destrucción y la violencia; aprendimos a sospechar que la selva escondía el peligro, la muerte. Ahora la paz es una paloma esquiva, es una palabra extraña y la selva, el árbol, no ha podido recuperar su honra perdida, su honor ultrajado.

En Caquetá, al sur de Colombia, en cada pueblo y caserío hay historias desgarradoras de hechos que marcan la memoria del desastre. Tal vez será porque del dolor nace la vida, aquí mismo, son las mujeres, las descendientes de aquellas que inventaron la agricultura y nos sustrajeron del nomadismo, las que hoy inventan maneras de arraigarnos a la tierra arrebatada, enajenada por la violencia y se hacen una sola voz para enseñarnos opciones que sanan las heridas, son mujeres las que con sus voces entonan las canciones que acunan la esperanza y los argumentos que animan a abandonar las razones del fusil.

Esas mujeres gestoras de paz se reúnen en las tardes. Unas llegan con sus pies polvorientos, otras van maquilladas y vestidas de fiesta. Todas se reúnen, se abrazan, su saludo es una algarabía, su encuentro es un acontecimiento. Se sientan en círculos dentro de los salones comunitarios de sus barrios. Decir barrios es referirse a asentamientos humanos marginados, hechos a la fuerza, terrenos circundantes de la ciudad de Florencia o los pueblos.

Estos antiguamente fueron potreros ocupados clandestinamente en las noches e hicieron crecer a la fuerza ese territorio al que llamamos urbano. Ahora esas mujeres salen de esas casas construidas con afán y se juntan una tarde cada semana en barrios de Florencia, Santuario y San Vicente del Caguán, para hablar entre ellas de sus heridas, sus duelos y para trasmutarlos en sueños, en ideales que aporten para que la vida que engendran sus vientres no se marchite por otra guerra y para que sus cuerpos no vuelvan a servir como trofeo de machos guerreros.

Aferradas a sus sororidades han transformado el árbol que les recuerda su dolor, en la representación de su esperanza, en las ganas y la determinación de nueva vida, en semilla de paz con justicia, en la posibilidad de lograr con su esfuerzo una oportunidad para empezar de nuevo.

Ellas aún no tienen la tierra para sembrar el árbol, aún no se les repara la casa perdida para reconstruir el nido, muchas aún no saben dónde yacen sus muertos, pero se juntaron para izar sus sueños y a falta de la tierra para plantar, decidieron usar el papel para dibujar, la tela y las agujas para coser y a manera de telar de los sueños, estas penélopes, pintan los árboles que antes las aterraban y los dibujan con tanta pasión que hacen revivir el aroma a campo.

Cada tarde que tejen y pintan juntas, alfombran un lienzo para escribir una proclama de oportunidades para ellas, para sus derechos aparentemente olvidados. El árbol perdido nace en la tela, el caballo que las acompañó en sus tierras y que murió de cansancio al momento de la huida, reaparecen en la serigrafía o en un cartel pintado en craff con la energía del perdón a sus victimarios.

La costura, la pintura, la serigrafía, el canto, la música, el solo hecho de juntarse para hablar entre amigas, son la manera terapéutica para reconstruir sus vidas y dicen ellas que realizar actividades en grupos “les ayuda a reconocer que como mujeres han cargado con la violencia y el estigma y ahora les ha correspondido el momento histórico de revelarse ante su propia resignación”.

En estos grupos llamados “Iniciativas de paz” poco a poco se empoderan de saberes, conceptos, definiciones y los hacen acciones cotidianas para exigir ante la institucionalidad caqueteña, que les escuche, les atienda sus propuestas y les reconozca a través de la promulgación de la política pública.

“En estos grupos hemos reconocido, que somos víctimas, nos han despojado de nuestros hijos, esposos, hermanos, madres y padres. El conflicto nos despojó de los seres queridos y de todo lo que habíamos logrado con esfuerzo, ahora nosotras mismas nos “despojamos” del rencor, del odio y de las cargas pesadas que ha dejado la guerra. Hemos entendido que somos gente valiosa, con derechos, hemos perdido el miedo a reclamar los derechos que son propios de las mujeres. Como antes, nos sentíamos mujeres humildes, no sabíamos que teníamos derechos especiales, ahora lo sabemos y vamos a trabajar para que otras mujeres, se sumen a esta fuerza que va a transformar al Caquetá”, así se expresan varias mujeres que se reconocen a sí mismas como lideresas.

De esta manera “gestamos Paz”, manifiesta Fanny Gaviria, coordinadora del proyecto Gestamos Paz, una Organización de la Sociedad Civil caqueteña, que hace 10 años trabaja en el Caquetá con recursos de la cooperación Internacional. Fanny afirma que “las mujeres que han participado de esta iniciativa en los tres municipios de influencia del proyecto, han logrado que las escuchen en las instancias de decisión de la política pública del departamento y se han convertido en motivadoras de acciones para que la sociedad caqueteña, valore y reconozca el aporte de las mujeres en este proceso de lograr paz duradera”.

El proyecto Gestamos Paz es una iniciativa de la Corporación Manigua, en los municipios de Florencia, Corregimiento de Santuario, municipio de La Montañita y San Vicente Del Caguán, financiado con recursos de USAID.

En el proyecto “se trabajó con 220 mujeres y 113 jóvenes y jovencitas en la promoción del conocimiento de los derechos y el enfoque de género, la formación de mujeres y jóvenes como líderes y lideresas para que cualifiquen su participación y posicionen su agenda en espacios locales y departamentales”, concluye Raúl Sotelo Díaz, director de Corpomanigua.

Por: Proyecto Gestamos Paz. (Corponamigua)

Este relato fue posible gracias al apoyo del pueblo americano y el gobierno de Estados Unidos, a través de su Agencia para el Desarrollo Internacional (USAID). Los contenidos de éste son responsabilidad exclusiva de sus autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de USAID, ni del gobierno de los Estados Unidos.

1 Comentario

  1. […] En el marco del posconflicto, el campo es uno de los componentes más valiosos del país, gravemente desangrado debido a plantaciones ilícitas de drogas, despojo forzado de tierras y cientos de muertes de campesinos. Esta es una noticia esperanzadora no solo para el campo, sino para sus habitantes, en especial para las mujeres. (Le puede interesar: Las mujeres que con hilo y aguja le tejemos el ala rota a la paz) […]

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