Por Kenny Lavacude, Director General de ACPO.
Con frecuencia escuchamos a muchas personas refiriéndose a la naturaleza como la Madre Tierra. De esta forma, se le da al conjunto cósmico una entidad de ser vivo que, a su vez cobija al conjunto de los seres vivos y a los inertes que alojan a los vivos. La Madre Tierra, entonces, no solo aloja la vida, sino que ella misma es la vida en su conjunto.
Como lo explica Josu Naberan, en su libro La vuelta de Sugaar, “Las culturas antiguas de la humanidad llegaron a la conclusión de que la vida surgía, se perdía y volvía a aparecer en un ciclo incesante (como les daban a entender las distintas fases de la luna, el renacimiento de la serpiente…). Entendieron que todos los elementos componentes de la naturaleza sin excepción (plantas, árboles, rocas, montes, agua, viento, sol, luna, estrellas, mar…) eran seres vivientes como el ser humano mismo, puesto que todos esos elementos tomaban parte de igual manera en el ciclo de vida, muerte y regeneración. En el marco de este pensamiento animista, concluyeron que la naturaleza en su conjunto era una mujer/madre generadora de vida y crearon la gran metáfora que ha marcado el pensamiento del ser humano hasta nuestros días. Hoy en día está plenamente documentado que esta metáfora de natura/mujer es patente en todo el arte neolítico a través de miles y miles de imágenes”.
Muchas culturas andinas denominan a la Madre Tierra Pachamama, siendo esta la naturaleza que está en contacto permanente con el ser humano, con quien incluso interactúa a través de diversos rituales.
Se entiende que la Pachamama protege a las personas y les permite vivir gracias a todo lo que le aporta: agua, alimentos, calor… Los hombres, por lo tanto, deben cuidar a la Pachamama y rendirle tributo.
Considerar a la Tierra madre, implica la obligación, tratándose de una madre buena y providente, de amarla, obedecerla y procurarle todos los cuidados necesarios para que siga generando vida generación tras generación. No hacerlo no solo pone en evidencia nuestra irresponsabilidad, sino que nos convierte en verdaderos y auténticos matricidas.