lunes, noviembre 4, 2024
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El guáimaro, un aliado ancestral para garantizar la vida

Este árbol trabaja naturalmente contra el cambio climático transformando el CO2 en piedras caliza, una forma más estable de captar este componente. Además, su fruto es una promesa contra la malnutrición de las zonas más vulnerables del país ya que contiene proteína, hierro, calcio y magnesio.

El Brosimum Alicastrum más conocido como guáimaro fue un árbol de gran importancia en el pasado y es actualmente indispensable para el futuro. Crece en los bosques tropicales secos desde el sur de México a través de Centroamérica hasta Colombia, Perú, Venezuela y las islas del Caribe. Puede crecer hasta 45 metros y sus raíces se hunden tan profundas como su altura, lo que lo hizo resistente durante muchos años, hasta que el hombre cortó su madera llevándolo casi a la extinción.

Hoy podemos decir que este es el árbol de la vida, pues renació en varios territorios colombianos para manifestar de nuevo todo su poder y bondad. El guáimaro es uno de los instrumentos naturales más prometedores para hacer frente al cambio climático, ya que convierte el CO2 atmosférico en piedras de carbonato de calcio que forma en el suelo, es decir que a diferencia de otros árboles, capta estos compuestos y con la ayuda de hongos y bacterias los transforma en una forma más estable de mantener el carbono almacenado.

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Además, desde tiempos ancestrales su fruto ha representado una fuente de vida para los pueblos indígenas de La Guajira y de la Sierra Nevada de Santa Marta. Esto porque su semilla alimenta no solo a monos, aves y dantas que forman parte indispensable del ecosistema, sino que es utilizada para el consumo humano, aportando altos niveles de proteína, potasio, hierro y magnesio, lo que lo convierte en una gran alternativa para combatir la malnutrición.

Las consecuencias ambientales que enfrenta el planeta son el resultado de las acciones inconscientes del ser humano, por lo que es más que necesario dar inicio a nuevas prácticas de vida,  en las que se recuperen las cosmovisiones y saberes ancestrales que agradecen y respetan los ciclos de la naturaleza. Ciclos que como el del guáimaro, se sustentan a sí mismos y a todo lo que les rodea garantizando la estabilidad y la vida.

Por: Karina Porras Niño. Periodista – Editora.

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