La escuela no siempre forma ciudadanos empoderados. ¿Qué hacer al respecto?
Por: Miguel Angel Arango Cifuentes
Facilitador de las EDC de Chocó
En un artículo anterior hablé de la importancia de no restringir la educación a la escuela, pues en cada espacio estamos aprendiendo cosas nuevas. ¿Cuál es entonces la función de la escuela?
La escuela es ese espacio que como sociedad hemos establecido para que los más jóvenes adquieran herramientas y le aporten distintas cosas a la sociedad. Aportar mayor desarrollo como futuros profesionales, aportar buena convivencia como ciudadanos empoderados, y aportar un buen ejemplo para las próximas generaciones. De ahí que se deba enseñar matemáticas, física o español para que cada joven sea un buen profesional; pero para que sea un buen ciudadano necesita más que eso, necesita una educación basada en la empatía y en el respeto para los otros. Esos dos componentes le ayudarán a ser un modelo ejemplar para todo aquel que lo vea actuar.
Sin embargo, lo que vemos en nuestras escuelas tiende a ser otra cosa. Las escuelas pueden ser laboratorios para fortalecer conductas de la calle. Resulta que un grupo de estudiantes aprende un lenguaje de las telenovelas, aprende a ser “avispado”, aprende a nunca dejarse de los demás. Todos estos nuevos conocimientos son llevados a la escuela y allí son puestos en práctica. Junto a sus demás compañeros evalúan quien aprendió realmente esos códigos callejeros y quién debe mejorarlos. Los profesores se asustan, no saben qué hacer, se entristecen, se enfurecen y terminan aplicando la salida fácil: poner una mala nota. Pero como la mala nota no es un código callejero, como no es algo que interese a los estudiantes, es ese profesor el que termina promoviendo las nuevas actitudes de los jóvenes.
Las escuelas deben actualizarse, deben empezar a observar más la calle y menos las enciclopedias; deben conocer los nuevos códigos callejeros para poder contrarrestarlos. Solo así las matemáticas y la ética tendrán algún sentido para los jóvenes