Se acerca el 14 de febrero de 2019, el popular día de San Valentín en Estados Unidos y otros países, así que el comercio se prepara para inundar las calles de chocolates, globos, y un espectáculo de claveles y rosas, sin duda las flores más apetecidas.
Como siempre, Colombia ya viene, desde diciembre, preparándose para la coyuntura que exige que los motores marchen a tope para cumplir con la demanda de flores que saldrán hacia otras naciones, siendo principalmente Estados Unidos, Reino Unido, Japón y Canadá, los principales destinos de nuestros ejemplares, según la Asociación Colombiana de Exportadores de Flores – ASOCOLFLORES.
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Según el Ministerio de Cultura, las exportaciones alcanzan las 35.000 toneladas, cerca de 65.000 millones de flores, y dejan anualmente unos US$1.400 millones y miles de familias beneficiadas, cifras nada despreciables y que al parecer dejan entrever un carácter positivo y un aspecto amable de esta industria.
Las dos caras de la moneda
Por una parte, la que atañe exclusivamente al cumplimiento del modelo agroexportador, en el juego de la globalización, estamos haciendo las cosas bien, pues no se puede negar que la temporada de San Valentín realmente impulsa el cultivo de flores, incluso presionando más allá de lo que sería justo con nuestros recursos naturales.
Por otra parte, en lo referente a los trabajadores y trabajadoras del sector, entendidas como aquellas personas que hacen posible la producción de la demanda mundial de flores, y sobre quienes recae dicha presión, no se halla un panorama alentador, dadas las precarias condiciones de trabajo y la imposibilidad del ejercicio óptimo de sus derechos.
Por esta temporada se podría pensar que los directamente beneficiados son las y los floricultores; sin embargo, las principales ganancias del sector quedan en manos de multinacionales e intermediarios.
El problema radica, como lo ha venido visibilizando la Corporación Cactus, en que los trabajadores del sector floricultor no están en el centro del proceso, y son vistos como meros instrumentos para atender la demanda que el modelo industrial exige.
Por esta época, se duplica el tiempo invertido al cultivo y cuidado de las flores, que deben ser de excelente calidad, así que requieren la mayor dedicación posible. Esto, claramente, interviene con el tiempo consagrado a la familia, que se ve disminuido.
“Entonces uno a veces ve la persona que incluso… de manera voluntaria no se toma los treinta minutos, sino que almuerza en diez y de una vez se va a trabajar; justamente por querer rendir o por cumplir una meta u otra, y el temor obviamente de perder el empleo”, señala un trabajador del sector, entrevistado para un estudio realizado en 2011 por la corporación Cactus.
El rol de la mujer
También existen factores asociados al género en lo que concierne a la asignación de tareas. De acuerdo al informe titulado Flores colombianas – Entre el amor y el odio, la mayor parte de la mano de obra empleada es de mujeres, que en no pocos casos desempeñan el rol productivo y al mismo tiempo un rol doméstico y familiar.
Estas cargas físicas y emocionales desencadenan tipos de estrés y riesgos para la salud, riesgos que no son vistos por los empleadores como peligros a los cuales hay que hacer frente a través de las buenas prácticas y el mejoramiento de las condiciones laborales del trabajador, sino más bien como amenazas a la productividad.
La asociación sindical
Las expresiones organizativas promueven el mejoramiento constante de las condiciones laborales y constituyen a su vez un canal de expresión que da voz a las y los trabajadores. Sin embargo, el modelo agroindustrial de exportación ve con malos ojos este tipo de asociación, y hace lo posible por impedirla.
Así, el único recurso al que podrían acudir para aunar fuerzas y manifestar abiertamente una situación en particular, les queda vetado de entrada, imposibilitando la asociación a favor de la dignificación del trabajo.
El modelo agroindustrial de exportación teme a la asociación solidaria de trabajadore(a)s, en cuanto centra su poder en el rendimiento a cualquier coste, siendo más rentable y productiva la alienación de sus trabajadores que el reclamo justificado.
Una conclusión para la temporada
Dejando de lado las cifras pomposas, que por sí solas resultan demasiado generales y no permiten vislumbrar otras realidades que ocurren paralelamente, hemos de agradecer a nuestro(a)s floricultore(a)s porque gracias a su esfuerzo, al regalo de su tiempo en extenuantes jornadas, a que ello(a)s envían las rosas y se quedan con las espinas, que San Valentín en el mundo no se queda corto.
Por: Christian Giovanny Barreto. Periodista.
Editor: Lina María Serna. Periodista – Editora.