Dentro de la cadena productiva de las artesanías, las tejedoras suelen quedar en último lugar, ya que la mayoría de ganancias se reparten entre los exportadores y comercializadores locales, regionales y nacionales. Por otro lado, los diseñadores en algunos casos aprovechan su conocimiento acerca del mercado para utilizar el trabajo de las tejedoras como manufactura y producir sus propios diseños, sin reconocerlas como una comunidad capaz de fabricar autónomamente.
Por esta razón, el magíster en Estudios Sociales de la Ciencia de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), José Joaquín Montes Cruz desarrolló una investigación en dos talleres de codiseño realizados en el departamento de La Guajira entre tejedoras-diseñadoras Wayuú y diseñadores industriales. Estos espacios se desarrollaron en el marco de un convenio entre la Fundación Caminos de Identidad y la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá.
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Durante la investigación, Montes describe que llevar a cabo un trabajo conjunto entre los diseñadores industriales y las artesanas, puede generar creaciones innovadoras, un mercado sostenible y un mayor reconocimiento de la autonomía en las comunidades. “El trabajo de codiseño les permitiría a los diseñadores beneficiarse de esos intercambios culturales, logrando nuevos métodos con tecnología adaptada y apropiada tanto para la comunidad como para el sector”, aseguró.
El difícil camino de dedicarse a fabricar artesanías
De acuerdo con el estudio, las comunidades dedicadas al tejido de artesanías tienen distintas formas de elaborar y diseñar algunos elementos como las mochilas, por lo tanto, no se pueden reducir a una descripción general. Sin embargo, debido a que los compradores son los que manejan la demanda y juzgan la originalidad de los productos, en algunos casos obligan a las tejedoras a limitarse en su proceso de creación.
Esta situación se agrava por la gran cantidad de intermediarios que se presentan en la cadena productiva, y que a su vez deja las menores ganancias para las personas detrás de la fabricación. “Los grandes comercializadores se ubican en diferentes ciudades de Colombia y quienes obtienen las mejores ganancias en volumen y precio son los exportadores. Después están los comercializadores más pequeños, que son los encargados de transportar la mercancía a las ciudades, y por último los compradores locales de artesanías”, comentó Montes.
Además, agrega que las tejedoras pueden llegar a recibir por un trabajo que les tomó dos semanas o más, solo $25.000, mientras que el mismo producto se puede vender en ciudades como Bogotá hasta en $300.000, y en Europa en 150 euros, que son aproximadamente $640.000.
“Este negocio debe ser mucho más sostenible social y económicamente, pues en La Guajira la escasez de los recursos ambientales, influye directamente en las posibilidades de las mujeres para acceder a las materias primas, como los hilos”, comenta el magíster.
Por esta razón, es importante apoyar a las tejedoras directamente para que su trabajo sea valorado y se les reconozca e identifique como diseñadoras. Además, esto contribuiría a alcanzar la sostenibilidad que requiere el mercado.
Por: Isabella Durán Mejía. Periodista.
Editor: Karina Porras Niño. Periodista – Editora.