Santidad, el mejor adorno del cristiano

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“Sed santos, porque yo soy santo” 1Pedro 1, 16

 

bondad

 

Por Nicolás Galeano

 

A menudo solemos pensar que la santidad es algo que estamos lejos de alcanzar o merecer, pero no. Este título que la Iglesia confiere a ciertas personas por su estilo de vida, sus obras, su relación tan estrecha y profunda con el Señor y su experiencia de Dios, no es solamente atribuido a ellas, sino que es un camino al cual estamos todos llamados a vivir y que tenemos que emprender en medio de las dificultades que a diario encontramos.

Solemos pensar también, que para ser santos tenemos que realizar obras extraordinarias, permanecer en ratos largos y extensos de oración, hacer sacrificios o ayunos sin sentido o estar en un templo todos los días, no, la santidad no se construye de esa manera, se construye en el cotidiano vivir, en la realidad concreta de cada quien, en lo sencillo, en lo ordinario, con los deberes, responsabilidades, sufrimientos, esperanzas y alegrías de cada día, en cada una de nuestras realidades se nos invita a permear estos acontecimientos de santidad. Hoy en el mundo encontramos a personas que por su testimonio y coherencia de vida, por su esfuerzo, por sus buenos sentimientos y por su gran vida de fe merecen ser llamados santos, y que tal vez la Iglesia nunca reconocerá como tal, santos anónimos que en la sencillez de sus vidas le dan ese toque de santidad a lo que realizan. Sin duda cada uno de nosotros está llamado a ser santo en la función o el rol en el cual se encuentra, desde el Papa hasta el trabajador más humilde, es hacer de la santidad el mejor adorno que podamos llevar puesto, y vivirla con alegría y con esperanza, es contagiarla a tantos y tantas que han dejado de sonreír o de soñar, es en últimas ser otros Cristos capaces de escuchar a los demás, de amar a los demás de ser compasivos con los demás, de acoger a los demás. Ciertamente los santos son para nosotros un modelo y ayuda para no desanimarnos en el camino hacia la santidad, ellos con su modo de vivir y actuar nos instruyen para aceptar la propuesta del Señor y su proyecto de vida; ser bienaventurados.

 

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