San Camilo de Lelis dedicó su vida a los enfermos, es ejemplar para que también seamos misericordiosos como el Padre, viendo en el enfermo al mismo Cristo.
Por Nicolás Sánchez Monroy
San Camilo de Lelis nació en Chieti, en la región de Abruzos en Italia, en el año de 1550. Era de una familia de alto estatus en la sociedad; su padre era militar y su madre muy devota, sin embargo, quedo huérfano muy joven y decide entrar en la carrera militar como su padre. Estando como militar se volvió adicto de los juegos hasta el punto que perdió toda la riqueza heredada de su familia hasta quedar casi en la mendicidad. En 1575 en una visita a un monasterio capuchino decide consagrar su vida a Dios pero un accidente lo saca del monasterio; su propósito se daría cuando en Roma, al observar la falta de cuidado con que trataban a los enfermos de los hospitales, se hace enfermero y se encamina hacia el sacerdocio, alcanzándolo en 1584.
Como sacerdote, Camilo, decidió fundar una congregación que se dedicara al cuidado de los enfermos y creación de hospitales, que eran escasos para el número creciente de la población. Camilo causaba gran admiración en Roma, al igual que los miembros de la nueva congregación; y esto porque llamaba la atención que Camilo recibiera en persona a los enfermos en la puerta del hospital, con un abrazo sin importar su terrible y a veces hasta repugnante condición, pues estaba convencido que en ellos estaba la misma persona de Cristo, por lo cual todo lo que él hacía era como sirviendo al mismo Dios. La congregación se difundió por el mundo con el paso de los siglos y hoy se conocen como los padres Camilianos
San Camilo de Lelis, aunque es un santo de la Edad Media, es muy actual en el marco del año Jubilar de la Misericordia (ver: ¿Qué es el Año de la Misericordia?), ya que es ejemplar la forma como trataba a los enfermos, en una sociedad como la nuestra en la cual son discriminados por las personas y hasta por el mismo sistema de salud que convierte a los enfermos en números y cifras económicas y olvida que son personas. Pocos son los que hoy cumplen esta misión por los enfermos de una forma tan abnegada, tal como lo contó un biógrafo:
Una noche lo vieron arrodillado cerca de un pobre enfermo que tenía un cáncer de boca tan pestífero y maloliente que no era posible tolerar tanto hedor. Y con todo, Camilo le hablaba de muy cerca, ‘aliento a aliento’, y le decía palabras tan afectuosas que parecía que se hubiera vuelto loco de amor, pues lo llamaba: ‘‘Señor mío, alma mía, ¿qué puedo hacer yo por su servicio?’’, pensando era su amado Señor Jesucristo… (Consejo Pontificio para la Nueva Evangelización, Santos de la Misericordia, 2015)