viernes, julio 26, 2024
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“Quiero ser la maestra de nuestra escuela, pero de una escuela linda y grande”

Esta es la historia de una niña de Tierra Alta, Córdoba, que desde pequeña soñaba con ser profesora en su comunidad.

Fue hace diez años, en 2008, cuando un colega me relató el final de esta historia de la que fue testigo privilegiado en el Departamento de Córdoba, en una vereda del municipio de Tierra Alta.

En 1988 yo era el gerente de producción y programación de una empresa de televisión de prestigio nacional. Allí encontré a Consuelo, una periodista inquieta, aventurera y con inmensos deseos de andareguear por los caminos de Colombia, con un apasionado y cuidadoso camarógrafo. Descubrían historias que merecieran ser contadas en su programa de televisión y que tocaran el corazón de los televidentes.

Al regresar de un viaje por el Departamento de Córdoba, en “Todos somos Colombia”, como se llamaba el programa de televisión, la periodista narró su encuentro con una niña de 12 años que enseñaba debajo de un palo de mango a un grupo de niños y adultos. Los encontró en una vereda perdida en Tierra Alta, refugiándose del calor del mediodía. A falta de profesora y de escuela, la niña había decidido compartir lo que había aprendido en la escuela del pueblo, con quienes aún no sabían leer y escribir. La cámara destacaba la manera como la pequeña maestra ayudaba a los adultos y a un abuelo a descubrir lo que decían las letras de la cartilla y la forma como todos seguían atentos sus instrucciones al tomar la mano de los niños para ayudarles a escribir.

En la entrevista con la pequeña profesora, la periodista descubrió que ambas tenían el mismo nombre: Consuelo. En efecto, esa niña daba consuelo y más, a los que no sabían. Cuando la entrevistadora preguntó a la niña qué quería llegar a ser cuando grande, sin dudarlo, la niña respondió:

–   “Quiero ser la maestra de nuestra escuela, pero de una escuela linda, grande y llena de flores”.

Con un abrazo y el aplauso de los alumnos debajo del palo de mango, el programa terminó emotivamente destacando las virtudes de la pequeña educadora.

Veinte años después, en 2008, un colega de UNICEF, encargado de las labores humanitarias y de protección de la niñez en el Departamento de Córdoba, me preguntó si yo recomendaría el trabajo de Consuelo, mi antigua compañera, la periodista de “Todos somos Colombia”. Respondí afirmativamente y destaqué su seriedad y los valores que ella transmitía en sus programas. La habían contratado para que destacara en un reportaje la inauguración de una nueva escuela en una vereda de Tierra Alta, con el aporte metodológico de las Escuelas amigas de la infancia.

Ya en la vereda, al iniciar la ceremonia de inauguración de la escuela recién terminada y llena de flores, la maestra que actuaba como maestra de ceremonias leyó el orden del día con propiedad y autoridad. Durante la presentación de la banda local y mientras los expositores leían sus discursos, la periodista daba las indicaciones a su camarógrafo para que destacara los momentos importantes. Mirando a la maestra de ceremonia, en un momento creyó ver en ella antiguos rasgos conocidos. Hubo un momento en que sus miradas y sonrisas se cruzaron. Como estaba interesada en captar los detalles importantes de la ceremonia y de todos los asistentes, particularmente de los niños y niñas, Consuelo, la periodista, dejó pasar el momento y se concentró en atender los detalles de lo que sucedía ante ella para narrarlo cuidadosamente en el reportaje.

Por su parte, la maestra, mirando a la periodista, se esforzaba por recordar en dónde había visto ese rostro que le parecía familiar, aunque un poco diferente.

Al terminar la ceremonia los niños y niñas pasaron a los salones a recibir sus uniformes nuevos, los morrales con los cuadernos, los elementos educativos y los “útiles” escolares. Mientras el camarógrafo y la periodista filmaban la algarabía de los niños que sacaban sus camisas, pantalones y zapatos, la profesora tuvo un momento de iluminación y recordó cuándo y en dónde había conocido a la periodista.

Sin poder contener la emoción, terminó su labor con los niños y corrió a encontrar a su “tocaya”. Desde la puerta del salón en donde estaba la periodista, alzó la voz y llamó casi con un grito:

– ¡Consuelo!

La periodista, sorprendida, miró hacia la puerta y vió a la maestra incontenible que corría hacia ella con los brazos extendidos mientras le gritaba:

  • Soy yo, Consuelo, la niña que enseñaba hace 20 años, aquí, debajo del palo de mango. ¡Bienvenida a mi escuela!

En ese momento, Consuelo, mi amiga periodista, vió desfilar ante sí toda la película de 20 años antes.

Volvió a sentir el calor del mediodía debajo del palo de mango y con una intensa emoción se dejó abrazar y besar por la antigua niña que le había dicho veinte años atrás que quería ser la maestra de su vereda, pero «en una escuela linda, grande y llena de flores», como la que estaban inaugurando. Hoy, ya graduada, la maestra Consuelo se aferraba a Consuelo, la periodista que le sacó del alma su mejor deseo y su ilusión de enseñar a los que no saben y de compartir el pan de la sabiduría con los hambrientos de aprender. En ese momento, en una escuela linda, su sueño ya era realidad y podía enseñar a los que no saben para permitirles acceder a los beneficios que sólo da la educación, una educación que libera de la esclavitud, de la ignorancia y la inequidad.

Ambas lloraban y dejaban que los asistentes asistieran sorprendidos y emocionados al reencuentro de dos seres humanos, protagonistas del momento mágico en que un círculo perfecto se cerraba, lleno de luz, de íntima alegría y de plenitud.

El silencio inicial y la sorpresa se convirtieron en un formidable aplauso y en fabulosa celebración. Todos compartieron la alegría de las dos amigas que se volvían a encontrar y que aún hoy comparten su historia y su vida con todos ustedes, por medio de estas letras que brotan de mi memoria, como uno de mis recuerdos más hermosos.

Por: Bernardo Nieto Sotomayor. Consejo Editoral elcampesino.co

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