Dicha medida se encuentra en sintonía con lo que ocurre en el mundo, por ejemplo en la Comunidad Europea, donde –excepto por Portugal, España y Grecia– se declaró la moratoria a cuatro moléculas consideradas como de alta toxicidad para las abejas y otros polinizadores, destaca el profesor Jorge Tello Durán, de la Facultad de Medicina Veterinaria y de Zootecnia de la Universidad Nacional de Colombia (U.N.).
Como la medida se suma a un proyecto de ley que hace trámite en el Congreso, es de esperar que se logre proteger la seguridad alimentaria, en la medida en que las abejas son responsables de la cantidad y calidad de la gran mayoría de alimentos que requiere la población, gracias a su papel como polinizadoras de frutas y hortalizas.
Según el docente, aunque en Europa hace 20 años salieron de circulación compuestos organofosforados, organoclorados y piretroides presentes en plaguicidas altamente tóxicos para las abejas, aquí se siguen vendiendo en cualquier agrotienda.
Ejemplo de ello es el Cipronil, usualmente empleado para proteger semillas de maíz y de otras variedades, de modo que sus compuestos se encuentran en todos los tejidos de las plantas, incluso en el polen, por lo que también hay trazas de ese químico en la miel y el néctar que producen los insectos.
Si bien la especie Apis mellifera tolera mejor la acción de estos químicos, las abejas nativas son tan sensibles, que es común usarlas como bioindicadores de la presencia de plaguicidas, pues la extinción de una colmena próxima a un cultivo es un buen indicador de que las cantidades de químicos empleados resultan excesivos.
Un problema de todos
Ya que las abejas son las encargadas de los procesos de polinización de la mayor parte de pastos, frutas y hortalizas, salvo los cereales, que son polinizados por la acción del viento, la extinción de estos insectos constituiría una verdadera catástrofe, e incluso pondría en riesgo la supervivencia de la especie humana.
Aunque hormigas, avispas, murciélagos, escarabajos y colibríes, entre otros, también intervienen en el proceso de polinización, las abejas acostumbran visitar muchas más variedades de plantas, por lo cual su extinción también pondría en riesgo la viabilidad de múltiples especies, cuyos frutos constituyen buena parte de la base en la pirámide nutricional de nuestra especie.
“La abeja Apis mellifera es capaz de desplazarse más allá de 5 km, y por tal razón es vital para garantizar los procesos de polinización en grandes extensiones de suelo”, precisa el profesor Tello.
Químicos letales
Pese a su carácter altamente tóxico, los plaguicidas que afectan a las abejas actúan de forma muy distinta a los que comúnmente se emplean para controlar plagas como zancudos o cucarachas.
“Mientras que estos productos tienen un efecto inmediato, en el caso de las abejas el proceso es más lento y las convierte en portadoras de un veneno que se transfiere al resto de la colmena”, precisa el profesor Tello, para quien otro de los efectos adversos se puede constatar en las dinámicas de memoria, aprendizaje y comunicación de las abejas.
Cuando el veneno es transferido a los demás individuos de la colmena, las abejas que salen en busca de alimento no logran encontrar el camino de regreso, y si lo hacen no pueden transmitir la información del lugar donde se podría encontrar alimento.
Como resultado de este “Alzheimer colectivo”, las colmenas entran en un balance negativo que mengua drásticamente la producción y obliga a que los apicultores alimenten las colmenas con tortas de polen ensilado con miel, jarabes de azúcar y jugo de caña, que elevan los costos de producción poniendo en peligro la viabilidad del negocio.
Colmenas de 80.000 a 90.000 abejas suelen colapsar en periodos de tres meses, debido a la incapacidad de preservar la temperatura de 35,5 oC, indispensable para que las crías puedan hacer metamorfosis.