Al final del día, Toñito terminó de revisar el sembrado de maíz y de papa. La tarea le significó un esfuerzo grande porque la parcela que le habían alquilado quedaba en un terreno empinado y las matas las tuvo que sembrar atravesadas para que no se rodaran en época de lluvias.
Se acercaba la navidad y pensaba que si lograba recoger la cosecha la siguiente semana, quizás tendría tiempo para venderla, pagar la cuota del banco y conseguir algún regalito para su mujer y su hijo de escasos cinco meses que lo esperaban en el ranchito.
–“Rosa María necesita un vestido dominguero y voy a dárselo. El niño necesita ropita, pañales y un buen saco de lana para el frío que hace por la noche. ¡Con esa platica me puede alcanzar…!”.
Toñito vivía en la vereda Labranza Grande en las faldas de la montaña que tutela a Santa Rosa de Viterbo. Había pasado su infancia y juventud en sus veredas y se sabía de memoria las poblaciones cercanas al pueblo.
Nunca fue a la escuela, nunca aprendió a leer y escribir y, con lo que entendió, se crio. Con eso, el mundo fue suficiente para él. Cuando tenía cinco años, sus padres murieron en un accidente de bus cerca de Duitama. Fue criado por el padrino y su mujer, dos campesinos labradores que le enseñaron con paciencia las labores del campo.
‒Toñito, venga; Toñito, vaya; Toñito, ponga; Toñito, tome.
Esas fueron las palabras más frecuentes que guiaron su comportamiento y nunca vio problemas en ponerlas en práctica, mientras otros no sufrieran. Sabía distinguir muy bien la alegría y el sufrimiento.
A sus 35 años se había ido a vivir con Rosa María, una mujer de la vereda, que sí lo entendió, que supo que él era bueno y que se enterneció con su inocencia y su buen corazón. ¡Si uno sabe eso, con eso está bien y está feliz!, le decía a Rosa María cuando ella le preguntaba por qué no intentaba aprender a leer y escribir.
Cuando comenzaba a oscurecer, casi a las seis de la tarde, Antonio y Lucio, su burro compañero, ya habían recorrido casi la mitad del camino. Alcanzaron a una pareja que caminaba lenta por el sendero empinado.
El hombre se apoyaba en un bastón y llevaba a cuestas un pesado bulto. Su mujer, con rostro joven y trenzas campesinas, caminaba despacio, con su vientre bien abultado, tal como lo tenía Rosa María casi seis meses atrás, poco antes de que naciera Florentino. Se veían cansados y preocupados.
–¿Y eso qué les trae por aquí a estas horas, sus mercedes? ¿Para dónde marchan? –preguntó Toñito, extrañado e interesado.
–Nos cogió la noche por aquí, el pueblo está lejos y estamos buscando dónde refugiarnos, –respondió el desconocido que hablaba medio enredado. Soy José y ella es María, mi mujer. Estamos esperando un niño que pronto va a nacer.
Sin dudarlo, respondiendo con naturalidad a su manera de ser, Toñito pegó el brinco, se bajó de su burro y, con plena conciencia de lo que hacía, le ofreció la mano a la joven madre.
–Venga, ayúdeme sumercé don José, y trepamos a la niña encima del burrito. Se llama Lucio y es mansito. Verá que no la tumba y así puede descansar mientras llegamos a mi casita.
Rosa María los recibió de la mejor manera. Limpió la silla de madera y cuero para que se sentara María, la joven que pronto sería madre. Luego, les ofreció agua fresca recogida de la quebrada y bien hervida, como les había enseñado la enfermera del Centro de Salud y corrió la banca larga en la que descansó José. Toñito, muy acomedido, le ayudó con el bulto.
José miró a María con una tierna sonrisa que mostraba entre complicidad y alivio. Efectivamente, confirmaron que sí habían encontrado al Toñito que buscaban desde hacía varios días. Solo lo supieron ellos dos y sonrieron con complicidad. Pero ni Rosa María ni Toñito lo notaron.
Con ayuda de su compañero, que se esforzaba por soplar la leña en cuclillas, sobre el fogón de cuatro piedras, Rosa María preparó una mazamorra de cubios, habas, mazorcas, zanahorias, arvejas y frijoles, todos recogidos en la parcela.
Con el canto de los gallos y el llanto de Florentino, Toñito abrió los ojos, preocupado por saber cómo habían amanecido los viajeros. Miró a su alrededor con la escasa luz que se filtraba por los postigos y descubrió asustado que en el ranchito solo estaban Rosa María, él y Florentino, que pedía a gritos su comida.
Toñito salió del rancho, miró por los alrededores y no encontró a nadie, excepto a Lucio que andaba suelto frente a la puerta y que parecía contento, mostrando una silla nueva y bien cuidada, mientras desayunaba un montón de pasto fresco y recién cortado.
Sorprendido con lo que veía, Toñito se acercó hasta el burro y confirmó que tenía una silla de cuero nuevecita y muy buena puesta. Tenía pintado en ella algo que él no entendía, porque no sabía leer.
Entró al rancho y miró asombrado y asustado que ya no estaba el fogón de cuatro piedras en el rincón, porque ahora había allí una estufa alta, de cuatro quemadores, para que su Rosa María no tuviera que agacharse a cocinar. La cuja de paja montada sobre ladrillos, ahora era una cama buena y bien tendida.
Su vieja y raída ruana de Nobsa ya no estaba y ahora había otra, extendida sobre la cama, oliendo a nueva, motosa y abrigadita. Todo le parecía renovado, como cuando el campo se llena de flores en mayo.
En su hermoso corazón había ocurrido un milagro verdadero. Rosa María, en silencio, sentada en el ranchito, sí comprendía lo que había pasado y daba gracias a Dios porque a Toñito le había llegado su noche buena por ser el mejor hombre, el mejor ser humano, un verdadero hombre de buena voluntad.
Y allí, sobre el comedor nuevo en el ranchito campesino, ahora estaba un pequeño pesebre. Las figuras tenían los rostros iguales a los de los viajeros de la noche, la noche buena, la noche en que Dios se reveló a los pobres y humildes de corazón.
*Esta nota periodística no representa la postura de Acción Cultural Popular – ACPO organización dueña de la marca registrada Periódico El Campesino y elcampesino.co. Con ello, tampoco compromete a la organización ni al periódico en los análisis realizados, las cifras retomadas, los entrevistados que aparecen, entre otros.
Por: Bernardo Nieto Sotomayor. Equipo Editorial Periódico El Campesino.