“A lo largo de la historia, los que buscan y dicen la verdad fueron conscientes de lo
riesgos de su tarea”
H. Arendt
Me pareció importante y oportuno empezar mi colaboración con El Campesino. A quien agradezco su invitación a formar parte de este “nuevo” proyecto, hablando de lo que, supuestamente, es un derecho humano universal. Al menos así está recogido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1), carta magna que este año cumplirá setenta años, cuando en su artículo 19 establece
“Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.”
Cuando cumplió sesenta, la Asamblea General de la ONU declaró el 2009, como Año Internacional del Aprendizaje sobre los Derechos Humanos; al darse cuenta que los treinta artículos que componen la Declaración Universal no se estaban cumpliendo. Hacía falta más educación. A punto de llegar a las siete décadas, la situación no ha cambiado. Y en relación con la libertad de expresión se podría decir que, si lo ha hecho, ha sido para peor.
El pasado 9 de febrero en Colombia se celebró el Día del Periodista (2), uno de ellos, el que rememora la fecha en que vio la luz, en 1791, el primer semanario colombiano impreso, el Papel Periódico de la ciudad de santa Fe. Puesto en marcha por Manuel del Socorro Rodríguez. Ese día fue establecido así por la Ley 51 del 18 de diciembre de 1975.
Por ese motivo, además de premios y reconocimientos, como los que entrega el Círculo de Periodistas de Bogotá; se publican diversos informes que muestran que la situación de las y los profesionales de los medios y de la información no está en su mejor momento. Tampoco la de las personas que se dedican a liderar la reclamación de derechos, ya sean campesinas, indígenas o miembros de movimientos sociales o políticos.
El estudio de la Ciap-Felap (3) (Comisión Investigadora de Atentados a Periodistas de la Federación Latinoamericana de Periodistas) solo por nombrar uno, sitúa la cifra de asesinados en cuarenta y dos, veintiséis de ellos en México y dos en Colombia.
El documento, llama la atención sobre el porqué las cifras dadas por las ONG que se dedican al “negocio de la libertad de información” reducen esa cantidad a menos de la mitad.
Todas y todos tenemos voz y necesitamos que nos escuchen
En muchas partes del mundo, y Colombia no es una excepción sino más bien una regla, la libertad de expresión es cada vez más restringida y su práctica más arriesgada. Sin querer entrar en una guerra de cifras, sí queremos destacar lo peligroso que es decir.
Opinar, sentir, pensar diferente es un alto riesgo. Se castiga más, por ejemplo, criticar verbalmente a los poderes que robar, desahuciar, corromper, mentir.
Con el añadido de que, muchas veces, la propia población justifica lo injustificable, la agresión o el asesinato, con el retumbe de “algo habría hecho”. Eso hace más difícil todavía educar en el respeto por los demás, en aceptar el disenso y la crítica.
Todas y todos tenemos voz y necesitamos que nos escuchen. La ciudadanía en general, tiene derecho a reclamar y a que sean tenidas en cuenta sus demandas. En especial colectivos como las mujeres, los sindicalistas, las personas que trabajan defendiendo los derechos humanos, los indígenas y las campesinas y campesinos.
Aprovecharemos este espacio para que se oigan las voces de aquellas personas que no son tenidas en cuenta; y para que sus narraciones alcancen lugares donde nunca llegan. Pediremos respeto y seguridad; para todo el mundo, con una mención especial para quienes defienden los derechos sociales y para quienes ejercen el mejor oficio del mundo. Demandando no sólo libertad de expresión, sino el derecho a la vida y a la integridad física.
Por: Ignacio «Iñaki» Chaves. Equipo Editorial El Campesino.
