Milagros: Signos del amor de Dios

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Milagros son revelaciones del amor de Dios hacia la humanidad.

 

Milagros de Jesús 1

 

Por Nicolás Galeano

 

Los milagros de Jesús, narrados en los Evangelios, son la revelación del amor de Dios hacia la humanidad, particularmente hacia quienes sufren, tienen necesidad, imploran la curación, el perdón, la piedad. Son, pues, signos del amor misericordioso proclamados en el Antiguo y Nuevo Testamento. Especialmente, la lectura del Evangelio quiere hacer comprender que los milagros de Jesús tienen su fuente en el corazón amoroso y misericordioso de Dios que vive y vibra en su mismo corazón humano. Jesús los realiza para superar toda clase de mal existente en el mundo: el mal físico, el mal moral, es decir, el pecado, y, finalmente, derrotar a aquél que es «padre del pecado» en la historia del hombre: Satanás.

Los milagros, por tanto, son obras deMilagros 2 Jesús que, en armonía con la finalidad redentora de su misión, restablecen el bien allí donde se anida el mal, causa de desorden y desconcierto. Quienes los reciben, quienes los presencian se dan cuenta de este hecho, de tal modo que, según Marcos, «se admiraban, diciendo: ¡Todo lo ha hecho bien; a los sordos hace oír y a los mudos hablar!» (Mc 7, 37), ningún otro motivo, a no ser el amor hacia el hombre, el amor misericordioso, puede explicar los «milagros y señales» del Hijo del hombre.

Jesús no se sirve de la facultad de obrar milagros para su propia defensa. Todo lo que él hace, también en la realización de los milagros, lo hace en estrecha unión con el Padre. Lo hace con motivo del reino de Dios y de la salvación del hombre. Lo hace por amor. Por esto, y al comienzo de su misión, rechaza todas las «propuestas» de milagros que el Tentador le presenta, comenzando por la de convertir las piedras en pan (Mt 4, 31). El poder de Mesías se le ha dado no para fines que busquen sólo el asombro o al servicio de la vanagloria. Él ha venido «para dar testimonio de la verdad» (Jn 18, 37), es más, el que es «la verdad» (Jn 14, 6), obra siempre en conformidad absoluta con su misión salvífica.

El modo con que Jesús realizaba los milagros hace notar su gran sencillez, su humildad y delicadeza para aquellos que necesitaban de él, por ejemplo, en las palabras que acompañan a la resurrección de la hija de Jairo: «La niña no ha muerto, duerme» (Mc 5 ,39) como si quisiera quitar importancia al significado de lo que iba a realizar. Y después añade: «Les recomendó mucho que nadie supiera aquello» (Mc 5, 43). Así hizo también en otros casos, por ejemplo, después de la curación de un sordomudo (Mc 7, 36), y tras la confesión de fe de Pedro (Mc 8, 29-30).

Cada uno de estos signos, realizados por Cristo durante su vida pública, son destellos de amor infinito hacia cada persona, los milagros y señales  son pues, objeto de nuestra fe en el plan de salvación de Dios y en el misterio de la redención realizada por Cristo.

 

 

 

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