Historias de provincia

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En la provincia el ritmo de vida va otra velocidad, las vivencias cotidianas, la comida  y la forma de relacionarse son especiales, tienen un encanto único. 

Por: Andrés A. Gómez Martín.

La magia del campo revitaliza, cada mañana las energías se renuevan, la tierra se deja trabajar por quien la conoce y por quien la quiere. Hace ya algunos años, los  días pasaban entre un barrio en la periferia de mi pueblo y las fincas ubicadas en las veredas que conformaban el limite entre Boyacá y Cundinamarca.

Calle real de Chiquinquirá, Boyacá.
Calle real de Chiquinquirá, Boyacá.

La neblina de la mañana  nos acompañaba de camino al colegio, muchos de  los niños que asistían a clase en la Normal Superior de Chiquinquirá, llegaban con sus padres desde algunas veredas en bicicleta, otros llegaban a bordo de las camionetas en donde transportaban las vacas con las que comerciaban en la plaza de mercado o en centro de exposiciones del parque que inauguró el papa Juan Pabo II en su visita a Colombia en la década de los ochenta.

Recuerdo por ejemplo a una de mis compañeras, Jessica; con ella estudie hasta segundo de bachillerato cuando debió dejar el colegio para trabajar de lleno en la finca, la producción de leche no daba espera y ella tenía que ayudar a sus padres. Ademas cuidaba a sus hermanitos menores.

Aveces los juegos se salían de los limites del pueblo, a bordo de nuestras bicicletas visitábamos algunas veredas de la vía que conduce a Tunja, nos encantaba saltar los pequeños ríos, pedalear por horas por las trochas y parar de vez en vez tomar jugo de mora o de guayaba que le comprábamos a una campesina en la vereda Sasa.

El rigor de la  gran ciudad, la impaciencia y la ferocidad de las calles capitalinas, me hacen recordar las sonrisas, el afecto y los sabores de mi pueblo.

 

 

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