martes, mayo 14, 2024
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Ser maestro es cuestión de vocación

En el transcurso de la vida, una gran cantidad de seres humanos pasan por diferentes aulas académicas, en las cuales aprenden cosas nuevas de diferentes temas y enfoques dependiendo de las culturas, religiones, y tipo de educación al que tengan acceso. Sin embargo y sin importar lo mencionado anteriormente, lo cierto es que todos han contado con el acompañamiento de un maestro ya sea en un instituto educativo formal o en otros escenarios que quizá no son del todo formales.

Maestro
Foto: MinEducación

Ser maestro en la actualidad se ha convertido en una lucha constante con el sistema teniendo en cuenta los aspectos de la sociedad que mueven el mundo y están presentes hoy en día, pues los estudiantes son más independientes y autónomos que unos años atrás y también como agregado, existen distractores tecnológicos que muchas veces dificultan la comunicación entre alumno y profesor.

Así mismo, la formación de los estudiantes desde la casa afecta de gran manera el comportamiento en las aulas, por lo cual muchas veces los maestros sienten que están enfrentados a un gran reto, que cada vez es más complejo y lleno de altibajos, un reto llamado educación.

En está línea temática compartimos a continuación un texto que describe muy bien la profesión de ser maestro en la actualidad, por la autoría de Santiago Casanova de Aleteia.

¿Cansado de ser maestro?

Hace unos días leí la intervención de una maestra en el claustro de profesores de su instituto. El texto se hizo viral y he comprobado cómo ha ido circulando por calles y avenidas de este continente digital que tantos frecuentamos. Me gustó leerlo, aunque reconozco que me dejó un poso incierto.

Esta maestra se queja de la sensación de hartazgo que ha ido acumulando a lo largo de los últimos años, alimentada por la mala educación de muchos de sus alumnos, por la actitud de muchas familias y por el abuso de la administración, que entre cambios y burocracias, condena a los maestros a un frenesí, a un cansancio y a un estrés insoportables. No le falta razón.

Es verdad, yo lo compruebo día a día, que la educación de muchos de nuestros alumnos es distinta a la que nosotros recibimos. Hoy cuesta hacerlos callar, cuesta que te escuchen, cuesta que se escuchen, cuesta que se sienten bien, cuesta que cumplan las reglas establecidas en las distintas actividades o en los diversos espacios de la escuela… En el siguiente nivel ya están los que se ríen en tu cara, los que te retan, los que lo niegan todo… Y los hay, también los hay, que se controlan, participan, preguntan educadamente, levantan la mano, respetan a sus compañeros, colaboran en el buen devenir del aula…

¿Las familias? Mi experiencia es buena y creo que cuando se les abren vías de participación y comunicación en el centro, cuando derribamos trincheras, el ambiente mejora. Pero es verdad que, en general, los padres hoy pecamos de exceso de proteccionismo, de seguridad, de calidad… Es verdad que son nuestros hijos los que llevamos a un centro y que es nuestro deber velar por su bienestar pero eso nada tiene que ver con no apoyar al centro en muchas de sus actuaciones, con criticar a un profesor y a otro y a otro, con darle la razón al niño continuamente o, simplemente, con no colaborar ni implicarse en la educación conjunta.

Lo de la administración… sin comentarios.

Ahora bien, ¿hasta dónde la queja? ¿Hasta dónde tiene sentido la frase “yo estoy aquí para educar y no para aguantar”? Es verdad. Hay que educar y nuestra profesión no puede bajar los hombros y claudicar ante lo que tenemos delante. ¡Pero eso es precisamente educar! ¿O es que sólo queremos educar en escenarios idílicos? A mí también me gustaría que mis alumnos me escucharan, se sentaran, que sus familias me entendieran mejor y que la administración me dejara hacer mi trabajo como lo sé hacer, pero… tengo delante lo que hay. Y ante eso, vocación. Intentar sacar lo mejor de esos niños y niñas, chicos y chicas, abrirles horizontes y oportunidades, hacerles soñar, proporcionarles conocimientos sólidos y cultura; intentar entender a las familias y presentarme ante ellas con mis virtudes y mis defectos, que los tengo; y ver cómo no morir en el intento de llevar a cabo lo que la administración dice. Y aceptar, también, las curvas y la negrura de los días malos, que también son parte de la profesión.

 

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