domingo, octubre 13, 2024
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Hoy celebramos a la Beata Laura Vicuña, protectora de la dignidad y pureza de la mujer

“La suave figura de la Beata Laura… a todos enseñe que, con la ayuda de la gracia, se puede triunfar sobre el mal” (San Juan Pablo II)

 

Laura

 

Autor. Abel Camasca

Fuente: https://www.aciprensa.com/noticias/video-hoy-se-celebra-a-la-beata-laura-vicuna-protectora-de-la-dignidad-y-pureza-de-la-mujer-32808/

 

“Gracias Jesús, gracias María», fueron las últimas palabras que pronunció la Beata Laura Vicuña, cuya fiesta se celebra cada 22 de enero. Ofreció su vida a Dios para que su mamá se convierta y deje de convivir con un hombre que las maltrataba y que intentó sobrepasarse con la pequeña beata.

Laura Vicuña Pino nació en Santiago (Chile), en 1891. Su padre pertenecía a una familia aristocrática de gran influencia política y alto nivel social. Su madre, en cambio, era de condición humilde.

Por ese tiempo se da una revolución en Chile. La familia tiene que huir de la capital y refugiarse a 500 Km de distancia. El papá muere y la madre queda en la indigencia a cargo de dos niñas, Laurita de dos años y Julia. Las tres emigran hacia Argentina y la madre, Mercedes, empieza a convivir con Manuel Mora.

En 1900, Laura ingresa como interna en el Colegio de las Hijas de María Auxiliadora en Junín de los Andes. Al poco tiempo empieza a destacar por su devoción y sueña con ser religiosa.

Cierto día escuchó de la maestra que a Dios le disgustan mucho los que conviven sin casarse y Laurita cayó desmayada por el susto. En la siguiente clase, cuando la profesora volvió a tocar el tema de la unión libre, la pequeña beata empezó a palidecer. Laura comprende la situación en que vive su madre y a su tierna edad siente mucho dolor cuando Dios es ofendido. No se resiente con su madre, sino que, en cambio, decide entregar su vida a Dios para que su mamá se salve. La beata le comunica su plan al confesor, el sacerdote salesiano Crestanello, quien le dice: «Mira que eso es muy serio. Dios puede aceptarte tu propuesta y te puede llegar la muerte muy pronto». Pero Laura continuó resuelta con su ofrenda.

El día de su primera comunión, a sus diez años, se ofrece a Dios y es admitida como “Hija de María”. Sin embargo, en su casa, Mora trata de manchar la virtud de Laura y ella valientemente se resiste muchas veces con la fuerza derivada de la fe auténtica. El hombre la echó de la casa, la hizo dormir a la intemperie y dejó de pagarle la escuela. Pero las Hijas de María Auxiliadora la aceptan gratuitamente. Un día Laurita vuelve a casa y Mora la golpea salvajemente.

En pleno invierno se produce una inundación en la escuela y Laura, ayudando a salvar a las más pequeñas, pasa horas con los pies en el agua helada. Se enferma de los riñones con grandes dolores y su madre se la lleva a casa, pero no se recupera. Al entrar en agonía, la beata dice: «Mamá, desde hace dos años ofrecí mi vida a Dios en sacrificio para obtener que tú no vivas más en unión libre. Que te separes de ese hombre y vivas santamente». Mercedes, llorando, exclamó: “¡Oh Laurita, qué amor tan grande has tenido hacia mí! Te lo juro ahora mismo. Desde hoy ya nunca volveré a vivir con ese hombre. Dios es testigo de mi promesa. Estoy arrepentida. Desde hoy cambiará mi vida”.

La beata manda llamar al confesor y le dice: “Padre, mi mamá promete solemnemente a Dios abandonar desde hoy mismo a aquel hombre”. Entonces, mamá e hija se abrazaron llorando.

El rostro de Laura cambió por completo y se tornó sereno y alegre porque sintió que cumplió su misión en la tierra. Recibe la unción de los enfermos, el viático y besa varias veces el crucifijo.

A su amiga que rezaba con ella le dijo: “¡Qué contenta se siente el alma a la hora de la muerte, cuando se ama a Jesucristo y a María Santísima!” Luego, mirando la imagen de la Virgen, agradece alegremente a Jesús y María y parte a la Casa del Padre un 22 de enero de 1904.

La mamá tuvo que cambiarse de nombre y disfrazarse para salir de la región porque Manuel Mora la perseguía. El resto de su vida Mercedes llevó una vida santa.

San Juan Pablo II beatificó a Laura Vicuña en 1988 y en aquella ocasión el Papa peregrino dijo: “La suave figura de la Beata Laura… a todos enseñe que, con la ayuda de la gracia, se puede triunfar sobre el mal”.

 

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