Históricamente, la población rural se ha visto afectada por la guerra, el abandono estatal, y por ende, brechas educativas y laborales que dificultan los procesos de desarrollo personal y territorial. Pese a los avances que ha traído la modernidad y las distintas luchas sociales en defensa de los derechos fundamentales, el panorama actualmente no es muy diferente.
Ante el cambio climático y la necesidad de priorizar la soberanía alimentaria, las personas que habitan en el campo representan un eje fundamental para liderar las acciones en pro de estos aspectos. La preocupación crece cuando se reconoce la realidad de una frase que últimamente se hace común en diversos sectores: “el campo se está quedando viejo”.
Esto está estrechamente ligado con la problemática de migración del campo a las ciudades, que deja las veredas y pueblos sin posibilidades de empalme generacional en cuanto a saberes y prácticas, y con pocas opciones para la innovación protagonizada por el liderazgo juvenil. De acuerdo con el informe sobre juventud realizado en el 2021 por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística – DANE, los jóvenes rurales entre 14 y 28 años representan el 23,8% del total de la población joven del país.
Las nuevas generaciones rurales se ven obligadas a abandonar sus territorios porque se encuentran en situación de vulnerabilidad, en comparación con los jóvenes urbanos. El informe titulado “Diagnóstico de la juventud rural en Colombia” publicado en 2017 por el Centro Latinoamericano para el Desarrollo Rural – RIMISP, concluye que el 42,3% de los jóvenes migra por oportunidades laborales, el 21,5% por amenazas o riesgo para su vida y el 18,3% por educación.
En estas zonas apartadas la mayoría de instituciones educativas solo ofrecen básica primaria, y los cuerpos docentes no cuentan con el personal ni las capacidades pertinentes. En cuanto al acceso a las Tecnologías de la Información y la Comunicación – TIC, solo el 24% de escuelas cuentan con internet, 23% con televisión, 10% con radio y 4% con línea telefónica. Del total de estudiantes matriculados a nivel nacional en el 2021, solo 2.392.624 (24,4%) pertenecían a planteles educativos en el campo.
Por otro lado, la informalidad laboral, el acceso a empleo y la imposibilidad de acumular experiencia, lleva a que los jóvenes campesinos no vean oportunidad de crecimiento en el territorio. La RIMISP señala que la tasa de ocupación de los jóvenes rurales en 2015 fue de 51%, 6 puntos porcentuales inferior a la total rural del 57%. Se debe agregar que las mujeres son las más afectadas, pues mientras la ocupación de los hombres es del 70%, la de las mujeres es tan solo del 32%.
A la vulnerabilidad de las mujeres se suma la problemática del embarazo adolescente, que se relaciona con las dificultades para acceder a servicios de salud para asesoramiento respecto al tema, y que intensifica los roles tradicionales de género mostrando la maternidad temprana como viable y socialmente aceptada en dichas zonas. Según el Fondo de Población de las Naciones Unidas – UNFPA, la Tasa de Fecundidad Adolesente que contempla a mujeres de 13 a 19 años es más alta en la ruralidad, para el 2015 esta tasa fue de 118 nacidos por mil mujeres, superando la tasa total del país que era de 75 nacidos por mil mujeres.
La juventud campesina como eje de desarrollo nacional
Pese al difícil panorama que enfrentan las y los jóvenes que habitan en el campo, se caracterizan por la resiliencia, por la relación esencial con sus territorios y las ganas de salir adelante. Son ellos quienes juegan un rol indispensable en la recuperación de saberes y prácticas ancestrales necesarias para el cuidado del medio ambiente, la protección del agua, la productividad sostenible y la preservación de la cultura.
Por eso, resultan fundamentales las organizaciones que buscan el fortalecimiento de la juventud rural. Tal es el caso de Acción Cultural Popular – ACPO, que trabaja actualmente desde un gran compromiso para llevar oportunidades formativas al campo colombiano, con cursos sobre liderazgo, proyecto de vida, derechos humanos, comunicación, emprendimiento, entre otros. Con los que jóvenes campesinos, indígenas y afros reconocer su poder transformador.
¡Creer en los jóvenes es creer en la dignificación de la vida!
Por: Karina Porras Niño. Periodista – Editora.