El concepto de cuarentena está ligado a la necesidad de aislar a una población para evitar un peligro. Quisiera utilizar esa misma idea coo espacio necesario para repensar nuestro estar en el mundo. Es como si todo el cuerpo social hubiese sido puesto en remojo con el propósito de depurar todo aquello que ha extraviado su camino.
La escuela, con toda su carga simbólica, formadora responsable de preservar un legado histórico y constructora de cultura, debe asumir este escenario reflexivo al que nos ha empujado la pandemia y debe proponer situaciones de aprendizaje que puedan ser realizadas por los estudiantes en sus hogares.
Lo más interesante de lo que está pasando es que nos ha permitido ver al maestro, no solo como mediador de los procesos de construcción de saberes en prácticas de interacción, socialización y comunicación, sino como recontextualizador de la cultura, mediador de la interacción simbólica, del debate argumentado y lo más importante: depositarios de autoridad.
Ahora, corresponde a los padres de familia ocupar ese referente imprescindible para asumir con altura la responsabilidad de acompañar a los menores. Ellos necesitan que sus hijos estén ocupados en asuntos productivos y no quieren verlos idos o en-red-ados en sus dispositivos electrónicos, ausentes de los espacios familiares que la vida nos ha devuelto en este interregno de quietud. Por esto, la escuela debe demostrar que sabe leer este momento histórico a través de un despliegue de generosa creatividad.
En nuestras clases utilizábamos los recursos informáticos de manera aleatoria. En la mayoría de los casos bastaba con aprovechar lo básico. Dejábamos este campo lleno de novedades tecnológicas al albedrío de nuestros estudiantes.
Ahora es lo único que hay. De la noche a la mañana, los maestros nos vimos empujados a conocer todo lo que existe en la red, a aprender sobre el terreno y a conocer todas sus bondades para los propósitos pedagógicos. Por ello, en esta ocasión, quiero proponer una de las tantas opciones susceptibles de aprovechar para un proyecto educativo en casa, en familia.
Todo empezó alrededor de un fogón ya milenario. Fue el fuego y el descubrimiento de la agricultura lo que revolucionó la vida del homosapiens sapiens. La palabra hogar viene de hoguera, que hace referencia a un grupo humano que se congrega alrededor del fuego, de la cocción y del consumo de los alimentos.
Todos tenemos cocina y, por esta época, todos hemos regresado a sus leños ardientes, como dice el poeta indígena Vito Apshana. El fogón siempre había estado allí –de petróleo, eléctrico o de gas- pero se había convertido en algo distante, en algo que otros usaban para nuestro servicio. Ahora vuelve a ocupar su imaginario de fuego, de calor de hogar que reúne, de espacio ritual en el que la familia renueva sus lazos de afecto y agradece a la divinidad –no importa el credo religioso- por regalarnos la vida, la posibilidad de estar juntos y por procurarnos los alimentos que aseguran nuestro bienestar.
El ritual de consumir los alimentos vuelve a convertirse en símbolo de unión familiar. Antaño la mesa era sagrada, nadie podía faltar o excusarse de estar ocupado, no como ahora se costumbra: el joven come en su cuarto o el niño come después. Antes, mamá o papá llamaban una sola vez y no se empezaba hasta que todos no estuvieran al frente de su plato. Todavía recuerdo a mi madre, a mi abuela, a mis hermanos con sus manos juntas en posición de oración, todos sentados, con los ojos cerrados, escuchando las palabras agradecidas por los alimentos que nos aprestábamos a consumir.
Mi propuesta, entonces, es convertir la cocina y lo que en ella hacemos en proyectos de aula que llamaremos ‘cocinatorios’, dinámicas que reemplazan las clases en los salones y en los laboratorios. Se trata de poner en cuestión a la familia y a sus hábitos alimenticios. Pero no quedarse allí, que sería poca cosa. Es aprovechar este momento único y feliz para recuperar el nexo entre el hombre y la tierra, volcar nuestros ojos a las maravillas que nos regala la naturaleza, a valorar las plantas y los animales, a recapacitar que la salud del planeta es nuestra propia salud. Pero ir más allá, pregunta tras pregunta, para comprender toda la riqueza cultural que encierra el consumo de los alimentos y la historia de cada uno de ellos.
Todo proyecto empieza con una pregunta problematizadora que luego desencadena otra cantidad de interrogantes. Haré la pregunta orientadora y luego expresaré algunas más susceptibles de surgir en las reflexiones de los estudiantes. Es la famosa lluvia de ideas. Cada cuestionamiento debe interpelar a las distintas áreas de conocimiento.
Comencemos con esta: ¿Nos estamos alimentando bien? ¿cómo lo sabemos?, ¿por qué se puede afirmar que: somos lo que comemos?, ¿has realizado una estadística de los alimentos que consumes en una semana, en un mes?, ¿conoces la cantidad de nutrientes que hay en tus alimentos? ¿Qué son los nutrientes?, ¿por qué son importantes?, ¿qué beneficios aportan a nuestro cuerpo?, ¿cómo se clasifican?, ¿de dónde provienen los alimentos que llegan a nuestra mesa?, ¿son de producción nacional o son importados?, ¿qué cantidad de grasos, proteínas y vitaminas contienen los alimentos que consumimos a diario? Relaciona las verduras y las frutas que hacen parte de tu alimentación cotidiana.
Enumera los productos procesados que hacen parte de tu dieta diaria. ¿Sabes qué procesos intervienen en los productos industrializados?, ¿cómo se preservan los alimentos empacados?, ¿qué es una dieta balanceada?, ¿en qué se diferencian unas dietas de otras?, ¿todos en el hogar deberían consumir los mismos alimentos y en las mismas proporciones?, ¿la alimentación cambia de acuerdo a la edad o a la actividad física?, ¿has pensado en las dietas que rigen a los deportistas de acuerdo a las distintas disciplinas?, ¿nuestro país es autosuficiente?, ¿garantiza su propia seguridad alimentaria?, ¿qué diferencia hay entre seguridad alimentaria y soberanía alimentaria?
La ventaja de estas preguntas es que estarán basadas en registros reales de cada uno de nuestros estudiantes. La consigna inicial puede ser: toma foto a todas las comidas que ingieras durante el lapso de una semana; convierte esas fotos en un cuadro de varias entradas, donde aparezca la hora de consumo: desayuno, almuerzo, comida, cena o complementos entre comidas que en algunos hogares se merienda hacia las diez de la mañana y cuatro de la tarde.
Ya tenemos el insumo básico para nuestra investigación. Ahora sí, pueden recurrir a las preguntas arriba formuladas. Se abre toda clase de posibilidades. Cada maestro, en acuerdo con sus estudiantes, enfocará su atención en aquellas variables que interesen a su campo de estudio. Ejemplo, para las áreas de sociales y lengua castellana, comenzaría una indagación sobre la procedencia de cada uno de los alimentos, su origen, el recorrido que han hecho –en algunos casos, como el café y la caña de azúcar- desde otros confines hasta llegar a nuestra mesa.
El compositor nicaragüense, Carlos Mejía Godoy, nos recuerda que “somos hijos del maíz”, en homenaje a los pueblos originarios que poblaron América antes de la llegada de los españoles. En su canción nombra varios alimentos derivados de este fruto prodigioso que se cultiva en todos los pisos térmicos, que se viste de variados colores, granos grandes y chicos, blandos o duros, que consumimos ya sea en mute, mazamorra, envueltos, chicha o en la arepa o tortilla, compañera ideal de caldos, huevos, carnes, porotos o simplemente migada en una taza de aguapanela.
Pero no somos solo hijos del maíz, somos hijos de todos los alimentos que se fueron agregando a nuestro mestizaje cultural. Un verdadero amasijo de productos y especias que hacen la delicia de muchos hogares en el mundo. “Pan, pez y vino son alimentos divinos” dicen las sagradas escrituras. ‘Que no falte el pan en tu mesa’, expresión cotidiana que pondera las bondades de este manjar. ¿Sabías que el pan no es hechura americana?, ¿conoces todo su proceso, desde el trigal hasta el horno?, ¿cuál es su contenido en nutrientes?, ¿por qué su consumo, agregado de azúcares y saborizantes, está relacionado con los problemas de obesidad?, ¿en qué culturas se consume y desde qué épocas?
Por eso, como decía mi abuela: ‘’hay que mantener el fogón prendido’’ porque la cocina mueve la agricultura y, con ella, la vida en todas sus manifestaciones. La cocina es química, es matemática –cuantificable y medible-, es biología, es ética, estética, geografía, es literatura. Como no extasiarse con el conmovedor poema de Carlos Castro Saavedra, El pan. He aquí algunos de sus versos.
“Nací en la tierra, entre los muertos,
los muertos me amasaron con sus manos podridas,
y me dijeron que creciera
y buscara la boca de los hombres.
Fui tierra, semilla, espiga, harina,
viajé en talegos blancos y viajé en buques negros;
me compraron, me ataron, me vendieron
y cantaron encima de mí los panaderos.
En los hornos quemaron mi blancura (…)
Pero no me dejaron y me pusieron preso (…)
No he podido salir a poseer el mundo,
a recorrer los dientes y los barrios,
a repartir mi corazón de trigo. (…)
Pertenezco a mis hijos, a los hombres
y no puedo nutrirlos con mi masa de padre, (…)
Estoy preso, hijos míos, estoy preso,
preso porque en el fondo sigo blanco,
preso porque me gusta que me muerdan los pobres,
preso porque me duele ser amargo.
Soy el pan y tengo hambre,
hambre de amar y de calmar el hambre;
soy el pan preso, hambriento de la tierra,venid a libertarme”.
Por: Fundación Compartir.