Mientras el mundo debate sobre el cambio climático, en Colombia se siguen viviendo sus efectos. Las zonas rurales son las más expuestas y, al mismo tiempo, las menos protegidas. Según el IDEAM, la temperatura media en el país ha aumentado 1,4 °C en las últimas cuatro décadas, y más del 70% del territorio nacional es vulnerable a desastres relacionados con el clima. Sin embargo, el 84% de los municipios rurales no tiene un plan efectivo de adaptación climática. La falta de infraestructura, información y apoyo técnico deja a los campesinos librando esta batalla en soledad.
Desde Belén de los Andaquíes, Caquetá, Deisy Quimbayo, representante de la Asociación de Productores por la Amazonía y el Buen Vivir, relata con preocupación para elcampesino.co la inestabilidad climática: «hemos tenido lluvias muy fuertes y veranos prolongados que nos dejan sin agua. Se secan las quebradas y no hay cómo regar ni alimentar a los animales». En agosto de 2023, una avalancha arrasó el puente que conectaba cinco veredas, dejando incomunicadas a decenas de familias. Nueve meses después, el puente sigue sin ser reconstruido. «Estamos atrapados. Solo salimos al pueblo cuando es absolutamente necesario», agrega.
A esto se suman los costos productivos: su asociación moviliza entre 2.000 y 3.000 kilos de plátano por semana, pero el paso está bloqueado. La historia reciente incluye intentos de cruzar el río con animales y bultos de cosecha que terminaron arrastrados por la corriente. «Tuvimos que rescatar una bestia y casi se pierden dos vidas. Todo por la falta de una infraestructura básica.»
En el centro del país, Laura Natalia Nausa enfrenta una situación parecida. Desde la vereda Honduras, en Mesitas del Colegio, cuenta que las estaciones han perdido su regularidad. «Entre 2020 y 2022 fue lluvia sin descanso; en 2024, el calor ha sido inclemente.» La falta de una estación seca perjudicó durante tres años consecutivos la cosecha de mandarina y mango. «Los cultivos no florecen y, cuando llueve sin parar, el plátano se cae por el peso del agua.»
Laura Natalia Nausa Vereda Honduras, Mesitas del Colegio, Cundinamarca.
Laura ha intentado adaptarse aplicando hidrogeles (material que permite retener grandes cantidades de agua), en los cultivos de café. Aunque logró mejores resultados que sus vecinos durante una sequía reciente, reconoce que sin educación climática ni asistencia técnica, muchas comunidades no logran implementar soluciones efectivas. Además, las vías de acceso a su finca están deterioradas: «el 80% es destapada, y cuando llueve, los carros se entierran. Los adultos mayores deben caminar kilómetros para tomar transporte.»
Las voces de Deisy y Laura reflejan un patrón nacional que indica que el cambio climático está transformando la vida rural y productiva del país. Colombia necesita avanzar con decisión en estrategias de adaptación climática que prioricen la ruralidad, fortalezcan la infraestructura, impulsen la educación ambiental y aseguren mecanismos de respuesta oportuna.
Escuchar al campo es un acto de justicia climática, porque quienes cultivan, crían y sostienen la vida del país merecen hacerlo en condiciones dignas y con respaldo institucional.
Este 1° de mayo, Día Internacional de los Trabajadores, el país conmemora la labor de quienes sostienen la vida desde el territorio. En el campo, la jornada empieza mucho antes del amanecer y se extiende más allá del cansancio. Allí donde florece el alimento, también resisten comunidades golpeadas por la pobreza, la informalidad y la violencia. Según el DANE, el 84% de la población ocupada en el sector rural se encuentra en condiciones de informalidad laboral, lo que significa que 4 de cada 5 personas trabajan sin acceso a salud, pensión ni protección por riesgos laborales.
El Índice de Pobreza Multidimensional (IPM) en las zonas rurales fue del 37,1% en 2020,mientras que en las zonas urbanas se situó en 12,5%. Esta diferencia refleja carencias en educación, salud, empleo y acceso a servicios básicos, como agua potable y saneamiento. A esto se suma la persistente falta de conectividad, de infraestructura vial y de canales de comercialización justos, lo cual limita el desarrollo económico del sector.
Además, el envejecimiento de la población campesina se acentúa con la migración de jóvenes hacia las ciudades. Sin incentivos ni garantías para permanecer en el campo, se debilita la transmisión de saberes y se pone en riesgo la continuidad de las prácticas agrícolas tradicionales.
En regiones como Caquetá, Nariño o el Catatumbo, la situación se agrava por la presencia de grupos armados ilegales, que ejercen control territorial, imponen extorsiones, causan muertes y desplazamientos. Esta violencia deteriora el tejido productivo y limita el ejercicio de derechos individuales y colectivos.
Pese a este panorama, se han logrado avances importantes. En 2023, el Congreso aprobó el Acto Legislativo 01, que reconoció al campesinado como sujeto de derechos y de especial protección constitucional; también se consolidaron nuevas Zonas de Reserva Campesina, y se reconocieron los derechos de comunidades rurales en reservas forestales. Y en 2025 se aprobó la Jurisdicción Agraria y Rural, que establecerá jueces especializados para resolver conflictos de tierra y mejorar el acceso a la justicia.
Iniciativas como AgroTIC han comenzado a cerrar brechas tecnológicas, facilitando el acceso a herramientas digitales que permiten conectar a productores rurales con agrónomos, compradores y mercados regionales. Estas apuestas reflejan el potencial de una ruralidad que, con inversión y acompañamiento, puede liderar procesos de transformación sostenible.
Desde Acción Cultural Popular (ACPO), reiteramos que el trabajo campesino necesita algo más que aplausos: requiere garantías laborales, seguridad jurídica, inversión social sostenida y participación plena en las decisiones que afectan al campo. Fortalecer el trabajo rural pasa por reconocer a mujeres y hombres del campo como sujetos de derechos, una condición esencial para construir un país con equidad territorial.
Este Día de los Trabajadores es también una oportunidad para escuchar al campo, dignificar la labor campesina y avanzar hacia una Colombia más justa desde sus raíces.
En el marco de este enfoque, los estudiantes de grados 10° y 11° de la Institución Educativa Rural Santa Fe del Caguán, han tenido la oportunidad de participar en un estudio preliminar del suelo, asesorados por AGROSAVIA, la Corporación Colombiana de Investigación Agropecuaria.
Este proyecto llamado “Jóvenes Rurales”, busca no solo fortalecer los conocimientos académicos, sino fomentar prácticas agropecuarias sostenibles en una región clave para la economía y el medio ambiente colombiano.
¿Qué es la ganadería regenerativa?
Es un sistema de manejo del ganado que busca imitar los procesos naturales de los ecosistemas. A diferencia de la ganadería convencional, que a menudo degrada el suelo y contribuye a la deforestación, la ganadería regenerativa se enfoca en mejorar la salud del suelo, aumentar la retención de agua y promover la biodiversidad. Esto se logra mediante prácticas como el pastoreo rotacional, la siembra de cultivos de cobertura y la integración de árboles en los sistemas ganaderos (agrosilvopastoril).
El suelo es la base de cualquier sistema agropecuario. En la ganadería regenerativa, un suelo saludable es fundamental para mantener pastos nutritivos, capturar carbono y soportar la biodiversidad.
El estudio preliminar del suelo realizado por los estudiantes de la IER Santa Fe del Caguán, con el apoyo del tutor Jose Alfredo Orjuela Chaves de AGROSAVIA, ha permitido analizar aspectos clave como la textura, la estructura, la materia orgánica y la microbiología del suelo. Estos indicadores son esenciales para determinar la salud del suelo y planificar prácticas regenerativas adecuadas.
AGROSAVIA ha jugado un papel crucial en este proyecto, brindando asesoría técnica a los estudiantes. A través de talleres prácticos y salidas de campo, los expertos de AGROSAVIA han enseñado en esta primera fase a los jóvenes cómo tomar muestras de suelo.
En un mundo donde la degradación del suelo y el cambio climático son desafíos urgentes, iniciativas como esta demuestran que la educación y la innovación pueden ser poderosas herramientas para construir un futuro más sostenible. Los estudiantes de la IER Santa Fe del Caguán son hoy protagonistas de este cambio, sembrando las semillas de un mañana más verde y próspero.
Escrito por: Mailory Richere Saldarriaga Anacona Estudiante grado 11° (IER Santa Fe del Caguán)
Gabriel Rodríguez Jiménez conoce de primera mano el impacto de El Campesino. En 1975, ingresó a Acción Cultural Popular (ACPO) como profesor de las escuelas radiofónicas, enseñando lenguaje y alfabetización. Con el tiempo, asumió la dirección nacional de Radio Sutatenza, la dirección del periódico El Campesino y la rectoría de los institutos de formación de líderes.
“El auxiliar inmediato era nuestros ojos, nuestros brazos, nuestra extensión allá en la casa campesina”, recuerda Rodríguez. Desde el micrófono, guiaba a los estudiantes a abrir la cartilla Hablemos Bien y también a sumergirse en las páginas de El Campesino, para complementar las lecciones con noticias, ejercicios de lectura y herramientas para la vida cotidiana.
Arnoldo Candela, quien inició como auxiliar inmediato, también encontró en El Campesino un aliado fundamental para fortalecer su comunidad. Desde su vereda en La Plata, Huila, reunió radios, formó grupos de estudio y promovió el aprendizaje colectivo. “Mi primer grupo fue de dos personas, pero a los tres meses ya éramos 46”, relata Candela. Con la ayuda del periódico, impulsó la participación de su gente, alentándolos a confiar en sus capacidades y a organizarse para transformar su entorno.
Posteriormente, Candela se formó en los institutos de Sutatenza, donde descubrió nuevas herramientas para acompañar procesos de educación rural en distintas regiones del país.
Desde otra mirada, Flor Rojas también acompañó el recorrido de El Campesino. Como parte del equipo de promoción y correspondencia de ACPO, recuerda que el periódico se entregaba gratuitamente junto a cartillas, cuadernos y tizas. «ACPO no era académico, pero sí preparaba para la vida», afirma. Además, destaca la importancia de las memorias escritas que se dejaban en cada reunión, fortaleciendo un archivo vivo que hoy conserva más de 480 cajas con testimonios históricos.
Aunque en 1989 el cierre de Radio Sutatenza marcó el fin de una etapa, junto a El Campesino, y lo que entonces se conoció como “el sistema combinado de medios”, dejó sembrado un legado profundo con líderes formados, comunidades organizadas y un modelo de educación popular que hoy sigue inspirando nuevas generaciones.
El Campesino es una herramienta de cambio que se fortaleció en las cocinas campesinas y floreció en los territorios. Gracias a voces como Gabriel Rodríguez Jiménez, Arnoldo Candela y Flor Rojas, su historia permanece viva, demostrando que la educación en el campo se construyó con palabras, voluntad y esperanza.
Hoy, esa voz resuena con más fuerza, recordándonos que en cada rincón del país florecen saberes que merecen ser contados y celebrados.
Clímaco Rosales no tenía un aula, títulos académicos ni la posibilidad de caminar, pero le sobraban las ganas de enseñar. Con Radio Sutatenza y el periódico El Campesino como aliados, convirtió su cama en un salón, su casa en un lugar de encuentro comunitario y su palabra en herramienta para defender el derecho a educarse desde el campo.
Entre los años 60 y 70, en una vereda del municipio de Puerres, Nariño, Clímaco Rosales enseñó sin levantarse de la cama. Una lesión en un aserradero le impidió caminar, pero no lo apartó de la misión educativa que impulsaban las Escuelas Radiofónicas Campesinas y el semanario El Campesino. Desde su habitación de madera, organizó una red de aprendizaje donde la pedagogía nacía de la escucha, la lectura compartida y la convicción de que el saber es de todos.
Clímaco no contaba con pupitres ni pizarras. Su equipamiento era modesto, un radio de pilas, una vara de trazar y una copia de El Campesino que llegaba cada semana. Con estos elementos, guiaba sesiones educativas en las que participaban niños, vecinos y familiares. Mientras la voz de Radio Sutatenza marcaba el ritmo, Clímaco leía en voz alta, hacía preguntas y destacaba frases. “Oyendo se aprende lo que no se podía”, decía, convencido de que la limitación física no era excusa para abandonar el rol de educador.
El semanario El Campesinoera parte esencial de sus clases. Lo usaba como texto guía, como recurso de análisis y como herramienta lúdica. “El periódico me llega como un maestro que sabe de mi vida”, escribió en una carta enviada a ACPO en 1972. Proponía crucigramas como ejercicios de lectura, recitaba coplas, reflexionaba sobre noticias y animaba a los asistentes a enviar cartas a la redacción.
Las campañas pedagógicas del periódico, como “Un libro por un huevo” o las cartillas de lectura, alimentaban la dinámica de su pequeña aula. “Sigo enseñando con lo que puedo. Aquí, con mi radio y con lo que ustedes nos mandan”, escribía a los editores. Así, su casa se convirtió en centro de formación, y su experiencia, en símbolo de una pedagogía campesina que florecía en los márgenes del sistema educativo oficial.
Clímaco Rosales interpreta la mandolina junto a sus hermanos [Fotografía] Fotógrafo: no registra 1968
La historia de Clímaco Rosales sigue vigente porque encarna un modelo de educación desde el territorio, impulsado por la voluntad, la comunidad y los medios populares. Su labor, apoyada por El Campesino y Radio Sutatenza, demuestra que enseñar es posible incluso en las condiciones más adversas. Hoy, cuando #ElCampesinoResuena, su ejemplo nos recuerda que la transformación comienza con una palabra compartida, una escucha atenta y el deseo profundo de sembrar conocimiento.
Cabe destacar que, ese mismo espíritu continúa hoy con las Escuelas Digitales Campesinas, que lleva la educación a las zonas rurales de Colombia a través de las TIC. Lo que Clímaco hizo con un radio y un semanario, ahora se multiplica con celulares, plataformas digitales y formación comunitaria. Su historia inspira un modelo que mantiene viva la esencia de enseñar desde el territorio, con los medios disponibles y con la comunidad como base para transformar realidades, generar arraigo y construir paz.
Pero ese es solo uno de los hitos que marcaron su historia, porque a lo largo de décadas, El Campesino se convirtió en una herramienta pedagógica, un puente entre comunidades y un motor de transformación para el campo colombiano.
Aquí te compartimos 10 datos que muestran por qué #ElCampesinoResuena y sigue siendo una referencia clave en la participación rural.
Movilizó a más de 300.000 campesinos en 1968: El 23 de agosto de 1968, El Campesino convocó una de las mayores concentraciones rurales de la historia colombiana para el encuentro con el papa Pablo VI en Mosquera. La jornada fue bautizada como el “Día del Desarrollo”.
El mensaje del papa fue claro y directo: Durante su homilía, Pablo VI dijo: “Oímos el grito que sube de vuestro sufrimiento […] Procurad estar unidos y capacitaros para modernizar los métodos de vuestro trabajo rural”.
Nació en 1958 como parte del proyecto educativo de ACPO: El Campesino era un componente clave de la Educación Fundamental Integral (EFI), un modelo pedagógico que combinaba formación, comunicación y espiritualidad desde el territorio.
Enseñaba más que letras: Sus páginas incluían noticias, guías prácticas, crucigramas, reflexiones, comentarios de encíclicas y consejos sobre salud, economía rural y vida comunitaria.
Se imprimían más de 80.000 ejemplares semanales: El periódico llegaba a las veredas más alejadas gracias a una red de distribución apoyada por parroquias, escuelas radiofónicas y líderes rurales.
Fue escuela para miles de familias campesinas: En muchas zonas sin energía ni cobertura estatal, El Campesino era leído en voz alta por los más jóvenes o por líderes alfabetizados. Así, el aprendizaje se volvía colectivo.
Fue reconocido por el gobierno de la época: El presidente Carlos Lleras Restrepo destacó públicamente el papel de ACPO y El Campesino en la transformación del campo colombiano.
Tenía una línea editorial con conciencia social : La Iglesia animaba al campesinado a organizarse y exigir condiciones dignas. El Campesino, desde sus editoriales, reforzaba ese mensaje con preguntas que interpelaban al lector, como esta: “¿Cuántos hombres nuevos van a surgir después de escuchar al papa?”
Recibió apoyo internacional: Organismos como la UNESCO y la AID respaldaron el proyecto por su impacto en la educación rural y su enfoque de desarrollo integral.
Hoy es un medio digital con impacto territorial: Desde 2013, El Campesino se publica en formato digital. Con reporteros rurales y enfoque pedagógico, sigue siendo una voz viva del campo colombiano.
Cada uno de estos 10 datos muestra la capacidad de El Campesino para generar conexión, aprendizaje y acción en el territorio. Conocer su historia es reconocer una experiencia comunicativa que sigue aportando al desarrollo rural, a la organización comunitaria y a la educación popular.
Hoy, El Campesino continúa ampliando su alcance con nuevas herramientas, sin perder la esencia de estar al servicio de las comunidades y dar fuerza a las voces que transforman el campo colombiano.
#ElCampesinoResuena porque sigue hablando desde el campo, con el campo y para el campo.
#ElCampesinoResuena porque nunca fue solo un periódico, fue una escuela, una plaza pública, una carta compartida en voz alta. Porque su historia no quedó atrás; se transformó en videos, en contenidos pedagógicos, en redes comunitarias que siguen haciendo visible lo que pasa en el campo colombiano. Y resuena porque sigue siendo necesario, para aprender, para organizarse, para fortalecerse y para narrarse en sus propios términos.
Desde las montañas hasta las sabanas de Colombia, El Campesino sigue cumpliendo su misión. En su etapa digital, se ha consolidado como una voz colectiva que nace y se fortalece en los territorios, gracias al impulso de las Escuelas Digitales Campesinas (EDC) y a proyectos respaldados por la cooperación internacional. Esta iniciativa de Acción Cultural Popular – ACPO acompaña a las comunidades rurales en procesos de formación para transformar su realidad, fortalecer el arraigo y construir una cultura de paz desde el conocimiento y la participación.
El Campesino, crea y difunde contenidos elaborados por líderes comunitarios, jóvenes rurales, mujeres campesinas y educadores populares. A través de artículos, materiales pedagógicos, testimonios y redes sociales, recoge experiencias y saberes que dialogan con los desafíos del país desde la vereda.
Su raíz se remonta a 1958, cuando El Campesino se consolidó como el eje comunicativo de las Escuelas Radiofónicas promovidas por ACPO. Durante más de tres décadas, circuló en más de 900 parroquias, articulando educación, información, liderazgo y participación política. En sus páginas convivían cuentos, canciones, columnas, coplas enviadas por lectores y anuncios de cursos por radio.
Uno de sus legados más vivos son las más de 200.000 cartas que hoy reposan en el archivo de ACPO, testimonio de un diálogo sostenido entre el medio y las comunidades. Una mujer de Aquitania escribió en 1971: “Gracias por enseñarme a hablar sin miedo. La escuela del aire me quitó la vergüenza”. En un cassette de 1963, otra campesina dijo: “Ahora sí me siento persona. Ya sé leer la carta de mi hijo sin que me la lean otros”. Esa misma fuerza resuena hoy. Una joven lideresa graba un video en su escuela rural; otro campesino comparte su historia por WhatsApp; una carta ahora viaja como testimonio digital en la web de El Campesino. La tecnología avanza sin embargo el propósito de acompañar, educar y dar voz al campo, sigue vigente.
El Campesino continúa como una escuela viva. En cada historia compartida, en cada palabra sembrada, resuena la memoria de un país que aprendió de manera colectiva. En esta galería, pasado y presente se dan la mano para seguir diciendo, desde el campo: aquí seguimos.
Donde se empezó a sembrar la palabra:
Durante más de tres décadas, El Campesino fue un periódico rural impreso que llegaba cada semana a más de 900 parroquias en Colombia.
El Campesino vive en formato digital. Llega por celular, se publica en la web y se comparte por redes. Lo leen campesinos, migrantes y jóvenes rurales. Ha cambiado el medio, pero no el propósito: seguir dando voz al territorio.
La letra como camino de libertad:
En un cassette de 1963, se escucha la voz de una campesina diciendo: “Ahora sí me siento persona. Ya sé leer la carta de mi hijo sin que me la lean otros”.
Escuela Radiofónica en la Región Andina colombiana [Fotografía] Fotógrafo: no registra ca. 1959-1963
Hoy, esa misma emoción resuena en una escuela rural, donde una joven enseña a su comunidad a grabar pódcast con el celular.
El Campesino resuena:
Entre más de 100.000 misivas conservadas por ACPO, una escrita desde Aquitania en 1971 dice: “Gracias por enseñarme a hablar sin miedo. La escuela del aire me quitó la vergüenza.”
Oficina de correspondencia de ACPO [Fotografía]
Fotógrafo: no registra
1968
Hoy, en la página web de El Campesino, las cartas del campo vuelven a circular en forma de testimonios que hacen públicas las voces rurales, sin perder el arraigo ni la emoción de aquellos mensajes que antes viajaban en papel.
En el contexto de los Acuerdos de Paz de 2016, la Reforma Rural Integral se consolidó como una de las apuestas más ambiciosas para cerrar las históricas brechas de inequidad territorial en Colombia. Esta reforma incluye, entre sus objetivos principales, la formalización de tierras y el fortalecimiento de comunidades rurales a través de herramientas que permitan su desarrollo social y económico. En este marco, las Zonas de Reserva Campesina (ZRC) se han convertido en un modelo clave para garantizar la sostenibilidad territorial, la justicia agraria y la participación comunitaria en la construcción de la paz.
Una de estas ZRC, el Pato-Balsillas, en el departamento de Caquetá, fue la primera en ser establecida oficialmente en Colombia y representa un símbolo de resistencia campesina en una región históricamente golpeada por el conflicto armado. Este lugar, ubicado en la frontera agrícola de la Amazonía, se erige como un espacio estratégico no solo para la reconciliación, sino también para la conservación ambiental y la lucha contra la deforestación.
El II Encuentro de Juventudes: La voz del futuro rural
En este emblemático escenario se llevó a cabo el II Encuentro de Juventudes, un espacio respaldado por la Unión Europea en Colombia que convocó a 75 jóvenes líderes rurales de diversas ZRC del país. Durante este encuentro, los jóvenes presentaron propuestas concretas para abordar problemáticas críticas en sus territorios, como el acceso limitado a conectividad, educación rural de calidad y servicios básicos.
“El compromiso de los jóvenes rurales con sus territorios es una lección para todos. Son ellos quienes están dispuestos a construir un futuro digno y sostenible desde el campo, no solo para sus comunidades, sino para toda Colombia. El encuentro también permitió consolidar una red juvenil nacional en torno a temas como agricultura sostenible, conservación ambiental y desarrollo rural, reafirmando que la juventud no solo es el futuro del país, sino un actor clave en el presente para cambiar narrativas históricas de exclusión, expresó Gilles Bertrand, Embajador de la Unión Europea en Colombia.
Justicia Territorial: Tercera entrega de títulos de propiedad a la comunidad de Pato Balsillas.
Uno de los momentos más destacados del evento fue la entrega de 22 títulos de propiedad a familias campesinas de la región. Esta acción, liderada por la Agencia Nacional de Tierras con el respaldo del Fondo Europeo para la Paz, representa un paso significativo hacia la formalización agraria en una región históricamente marcada por la desigualdad en la tenencia de tierras.
“La formalización de tierras no es solo un trámite legal; es un acto de justicia social que permite a las comunidades rurales construir un futuro estable, fortaleciendo sus lazos con la tierra y fomentando el desarrollo sostenible. La inversión de 55.000 millones de pesos en este proceso ha beneficiado a municipios estratégicos como San Vicente del Caguán, Cartagena del Chairá, en Caquetá; La Uribe y La Macarena, en el Meta”. Según el Embajador, esta iniciativa no solo reconoce los derechos de las comunidades campesinas, sino que también fomenta la conservación ambiental y el uso sostenible de los territorios.
Diálogos por la Paz: Un compromiso con las comunidades
El pasado 6 de diciembre, el territorio del Pato-Balsillas fue escenario de un trascendental encuentro entre comunidades de la Zona de Reserva Campesina Pato-Balsillas, los equipos de negociación del Gobierno en los diálogos de paz con la Coordinadora Nacional Ejército Bolivariano (antes Segunda Marquetalia) y el Estado Mayor de Bloques y Frente (EMBF), y representantes de la Unidad para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas y de la Oficina del Consejero Comisionado de Paz. Este encuentro, acompañado por representantes de la comunidad internacional como Noruega, Suiza y la Unión Europea (UE), y organismos como la ONU y MAPP-OEA, tuvo como objetivo abordar las problemáticas de seguridad y derechos humanos en la región y fortalecer el compromiso con una paz integral; y mostró la importancia de la articulación entre los varios procesos de paz en curso.
Durante la jornada, AMCOP presentó su modelo de gobernanza, gestión ambiental y construcción de paz territorial, diseñado para mejorar el acceso a derechos de las comunidades en la Zona de Reserva Campesina Cuenca del río Pato y valle de Balsillas (ZRC-PB). Este modelo se basa en cinco ejes: la construcción de acuerdos entre los actores del territorio, la generación de capacidades organizativas y técnicas, el fortalecimiento de oportunidades de medios de vida sostenibles, la conservación y gestión ambiental, y la articulación de procesos agropecuarios, educativos y de salud con la construcción de paz. Estos elementos buscan garantizar la autonomía campesina y el desarrollo sostenible, con un enfoque especial en mujeres y jóvenes rurales. La implementación de las acciones propuestas depende de las condiciones territoriales y de conflicto y de las capacidades operativas, técnicas y financieras, tanto del Estado como de los diferentes actores organizativos y del sector privado y la cooperación internacional.
Asimismo, el encuentro subrayó la prioridad de garantizar la seguridad en los territorios rurales y fortalecer la presencia estatal. Gilles Bertrand, Embajador de la Unión Europea en Colombia, enfatizó que el compromiso con la paz debe trascender los ceses al fuego, transformándose en acciones concretas que brinden garantías reales para que las comunidades puedan vivir, trabajar y producir en paz. “Esto requiere una acción coordinada entre el Estado, las comunidades y las fuerzas armadas para evitar nuevas violaciones de derechos humanos”, puntualizó.
La Unión Europea, Noruega y Suiza resaltaron la importancia de la autonomía organizativa de la ZRC-PB como actor clave en la construcción de paz y en la implementación de la reforma rural consagrada en el Acuerdo de Paz de 2016. Estos esfuerzos no solo buscan desescalar el conflicto armado, sino también proteger el medio ambiente y fortalecer la gobernanza campesina como pilares de una paz duradera.
Una alianza clave para la Paz
El II Encuentro de Juventudes, la entrega de tierras y el acompañamiento a los diálogos de Paz, en el Pato-Balsillas son testimonio de la apuesta de la Unión Europea por una Colombia más equitativa y reconciliada. Estas acciones muestran que la paz duradera no se puede construir sin justicia territorial, sin la participación de los jóvenes y sin un diálogo constante con las comunidades rurales.
La presencia activa de la Unión Europea y sus aliados refuerza la idea de que el desarrollo rural es esencial para consolidar la paz. En palabras de Bertrand, “El compromiso de la Unión Europea con Colombia va más allá del financiamiento. Se trata de transformar vidas y territorios desde la raíz, construyendo juntos un futuro donde la reconciliación y el desarrollo vayan de la mano.”
Apenas amanece cuando Magnolia Ordoñez zarpa en una pequeña embarcación junto a su esposo, el capitán, y sus compañeras, todas mujeres. Su misión: encontrar y recolectar pianguas, una especie de molusco que habita entre las raíces de los manglares en el Pacífico colombiano.
Recolectar las pianguas no es tarea fácil. Antes que todo deben encontrar el lugar adecuado para anclar la embarcación, siempre diferente al de la última cosecha, para asegurar que el manglar se mantenga sano y siga produciendo. Al llegar, Magnolia brinca del bote con agilidad y escala una pared de lodo resbaladizo. Se adentra en el bosque, saltando y esquivando las largas raíces aéreas con la destreza de quien conoce bien el terreno. Una vez dentro, enciende una clase de incienso para ahuyentar a los mosquitos y concentrada se toma un momento para cantar a los manglares, en un ritual de profundo respeto para pedirles permiso antes de recolectar su alimento.
Después de agradecerles por sus tesoros, se sumerge en el fango, que a veces llega hasta más arriba de las rodillas. Con paciencia y cuidado, desentierra una a una las pianguas que se cruzan por sus manos. Con cada concha que extrae, verifica su tamaño. «A las bebés hay que regresarlas”, dice Magnolia con firmeza, devolviendo al lodo las que aún no han madurado. Así continúa con su laboriosa tarea, consciente de su carrera contra el tiempo y la marea creciente que pronto cubrirá el manglar.
Tras algunas horas de ardua recolección en un trabajo que podría fácilmente ser un deporte olímpico, regresa a la orilla. Es hora de limpiar las pianguas, guardar algunas para el mercado y para vender en su tienda en línea, y entregar el resto a sus hermanas en la cocina.
Las pianguas son conocidas por su sabor único y se utilizan en una variedad de recetas tradicionales, como ceviches, encocados (guisos con coco) y platos de arroz. Son consideradas un manjar en la región y apreciadas en el resto de Colombia. Nada se desperdicia: hasta sus conchas luego se convierten en artesanías.
Una vez que las cocineras terminan, los platos se sirven en restaurantes comunales, formando una cadena de trabajo liderada por mujeres. Todas ellas forman parte de la asociación Raíces del Manglar, y todas son víctimas del conflicto que azotó a Colombia durante más de 50 años.
“La piangua nace del mismo manglar. Es vitamina, tiene hierro, tiene calcio, pero también llora, canta, ríe, baila, es algo mágico y encantador que a la vez nos alimenta. Por eso queremos protegerla no solamente a ella, sino al manglar y al mar que son fuente de vida y todo ese alimento que nos trae nos cuida y nos conecta a todos” dice Magnolia.
Raíces del Manglar es una de las 40 asociaciones e iniciativas verdes que la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible de Colombia, SIRAP Pacífico y otros socios que apoyan a través del proyecto Pacífico Biocultural, financiado por el Fondo para el Medio Ambiente Mundial (GEF).
El proyecto trabaja para conservar la biodiversidad y las prácticas únicas de la región del Pacífico colombiano, empoderando a las comunidades locales y apoyando la gobernanza ambiental en áreas protegidas. A través de la restauración, la capacitación y el desarrollo de capacidades, la provisión de recursos y el intercambio de conocimientos, la FAO y sus socios protegen el medio ambiente y construyen medios de vida resilientes, reconociendo la profunda conexión entre la naturaleza y la cultura en el Pacífico colombiano.
Esta conexión es especialmente vibrante en el litoral. Bosques esmeraldas se encuentran con playas de arena negra, y el cielo y el mar rebosan de vida, desde majestuosas aves hasta vibrantes estuarios. Intrincados laberintos de manglares alrededor de pequeñas islas albergan no solo pianguas, sino también diversas especies de fuentes de alimento de importancia comercial y nutricional, como peces, cangrejos y otros moluscos.
Más allá de su belleza, esta costa salvaje juega un papel crucial en la lucha contra el cambio climático. Los vastos bosques y manglares capturan carbono y protegen las costas de la erosión. También es una región con un patrimonio cultural excepcional, hogar de comunidades afrodescendientes e indígenas cuyas tradiciones reflejan una profunda conexión con la tierra. Sin embargo, estas comunidades enfrentan desafíos persistentes debido a la pobreza, el conflicto y las actividades ilegales, que amenazan sus modos de vida y la salud del ecosistema.
«Las comunidades afrodescendientes, indígenas y campesinas están trabajando activamente con nosotros para proteger y restaurar el medio ambiente y fortalecer la gobernanza local», explica Feder Angulo, facilitador local del proyecto de la FAO en Tumaco, Departamento de Nariño. «Este trabajo es fundamental para la construcción de la paz que es uno de los principios básicos del proyecto. La paz no es solo dejar las armas. La paz significa que las personas se sientan seguras y que vean que sí se puede vivir bien en este territorio de una forma sostenible y responsable».
Con el liderazgo del Consejo Comunitario de Bajo Mira y Frontera y el Resguardo Indígena El Gran Sábalo, el proyecto trabaja con estas comunidades para restaurar más de 240 hectáreas de bosques, en particular de manglares.
Años de explotación y el creciente impacto del cambio climático están degradando a estos vitales guardianes costeros. Pacífico Biocultural fortalece la concientización sobre estas amenazas, brinda capacitación y además ofrece incentivos para actividades de restauración de estos ecosistemas.
«Es el comienzo de un gran proceso autogestionado por las comunidades para restaurar los manglares utilizando especies nativas como el mangle rojo y el mangle nato. Esto contribuye a la seguridad alimentaria, la generación de ingresos y la conservación de la vida y la naturaleza», explica Angulo.
Los manglares, además de almacenar grandes cantidades de dióxido de carbono, son reconocidos por su resistencia tanto a las inundaciones como a la variación de la salinidad en el agua, lo que los convierte también en una herramienta vital para la mitigación y adaptación al cambio climático.
“La restauración beneficia enormemente a nuestra comunidad. Se han talado bosques enteros de mangle, y los animales de los cuales dependemos para sobrevivir han disminuido. Ya no se encuentran pianguas como antes”, explica Pamela Quiñones. “Cuanto más grandes sean los manglares, mejor sirven como escudo para evitar que el mar se lleve nuestras casas”.
El proyecto Pacífico Biocultural también impulsa la construcción de paz en las comunidades a través de negocios verdes y emprendimientos sostenibles como el avistamiento de aves y el turismo de naturaleza. Por ejemplo, el corredor de avistamiento de aves Bird-Mi Turismo que Conecta, en el cual participan seis comunidades multiculturales, previamente afectadas por el conflicto y que se extienden desde el piedemonte hasta la costa de Tumaco.
Dentro de este corredor, el Resguardo Indígena Awá El Gran Sábalo ha fortalecido el monitoreo ambiental de su reserva natural «La Nutria». Ahí, más de 420 especies de aves atraen a visitantes y entusiastas de las aves, y el éxito de la reserva refuerza la rica biodiversidad del corredor.
Unos kilómetros más en dirección a la costa, la comunidad multiétnica de El Pinde, compuesta en su mayoría por madres que perdieron a sus parejas en el conflicto, trabaja en la restauración de las riberas y senderos naturales. Su objetivo es atraer fauna diversa y enriquecer el corredor Bird-Mi. Esta labor no solo les brinda medios de vida alternativos, sino que también promueve la construcción de paz a través del turismo de naturaleza comunitario.
Procacao Tumatay es otro ejemplo inspirador. Esta empresa verde está transformando antiguos terrenos de cultivo de coca, antes dedicados a actividades ilícitas, en campos de cacao. Ahora, los agricultores trabajan juntos para cultivar cacao y luego procesarlo para obtener productos de chocolate de alta calidad, impulsando la cadena de valor.
El proyecto Pacífico Biocultural, a través de estas iniciativas, capacita, invierte y empodera a las comunidades. No solo fomenta la paz y construye estabilidad económica, sino que siembra las semillas de un futuro mejor para la región y el planeta.
Las soluciones de los sistemas agroalimentarios son soluciones para el clima, la biodiversidad y la tierra
Esta historia es parte de una serie de tres partes sobre soluciones climáticas, de biodiversidad y de la tierra en Colombia. Desde los paisajes áridos de La Guajira, donde el programa SCALA de la FAO apoya la resiliencia climática y la seguridad alimentaria, nos trasladamos hasta la selva amazónica, donde un proyecto del Fondo Verde para el Clima de la FAO lucha contra la deforestación.
Cada 10 de diciembre, el mundo conmemora la adopción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948, un documento que establece los derechos fundamentales inherentes a todos los seres humanos. En este contexto, Colombia destaca por su reciente reforma constitucional que reconoce al campesinado como sujeto de derechos y de especial protección, un paso significativo hacia la inclusión y dignificación de una población históricamente marginada.
El 13 de junio de 2023, el Congreso de la República aprobó en su último debate el proyecto de acto legislativo que modifica el artículo 64 de la Constitución Política, estableciendo que «el campesinado es sujeto de derechos y de especial protección». Esta reforma también incorpora al bloque de constitucionalidad la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Campesinos y de Otras Personas que Trabajan en las Zonas Rurales, adoptada en 2018.
La importancia de este reconocimiento radica en la protección de derechos fundamentales del campesinado, como el acceso progresivo a la propiedad de la tierra, la soberanía alimentaria y la participación en la formulación de políticas que afectan su bienestar. Además, se busca garantizar la preservación de sus territorios y culturas, promoviendo un desarrollo rural integral y sostenible.
Comunidad de Cajamarca, Colombia. We Feed the World. Foto: Federico Pardo
Eliécer Morales, líder campesino del Cauca, ha sido una figura clave en esta lucha. Su trabajo ha impulsado la inclusión de preguntas en el Censo Nacional para visibilizar a la población campesina y ha promovido la modificación constitucional que ahora reconoce sus derechos. Morales destaca que este avance permitirá la creación de políticas públicas informadas y una redistribución justa de recursos.
Sin embargo, el camino hacia la implementación efectiva de estos derechos enfrenta desafíos. La violencia en zonas rurales, el despojo de tierras y la falta de acceso a servicios básicos siguen afectando a las comunidades campesinas. Según la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en Colombia, entre 2016 y septiembre de 2024 se documentaron 248 homicidios de defensores del medio ambiente, muchos de ellos campesinos. Esto subraya la necesidad de fortalecer las medidas de protección y garantizar la seguridad en las áreas rurales.
En este Día de los Derechos Humanos, Colombia celebra un avance significativo en el reconocimiento de los derechos del campesinado. No obstante, la verdadera transformación dependerá de la implementación efectiva de estas garantías y de la construcción de un entorno seguro y justo para las comunidades rurales. Como señala Eliécer Morales, «ahora podemos exigir mejores políticas para nuestra gente y nuestras tierras», reflejando la esperanza de que este reconocimiento se traduzca en acciones concretas que mejoren la calidad de vida en el campo colombiano.