viernes, junio 6, 2025
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#Opinión: La Unión Europea en Colombia: Promueve iniciativas de paz, educación rural y conservación ambiental.

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Desde la firma del Acuerdo de Paz entre el gobierno colombiano y las FARC en 2016, Colombia ha iniciado un camino significativo hacia la transformación y la reconciliación nacional. Este proceso ha implicado no solo la desmovilización de grupos armados, sino también la implementación de políticas y programas que buscan cerrar las brechas sociales y económicas, especialmente en las zonas rurales que fueron más afectadas por el conflicto armado. En este contexto, la Unión Europea en Colombia ha desempeñado un papel fundamental como aliado estratégico, brindando apoyo integral para fortalecer las comunidades rurales y promover el desarrollo sostenible en el país.

Gilles Bertrand, Embajador de la Unión Europea en Colombia, destaca la profundidad y amplitud de esta colaboración: «Tenemos una relación con Colombia que abarca prácticamente todos los temas importantes de la vida del país y de nuestros valores comunes». Esta relación se ha materializado en diversas iniciativas que buscan abordar los desafíos más apremiantes de Colombia, desde la implementación del acuerdo de paz hasta la promoción de la educación, la digitalización y la sostenibilidad ambiental en las zonas rurales.

Mira la entrevista completa en este enlace: Iniciativas de la Unión Europea en Colombia, Entrevista Gilles Bertrand.

La Unión Europea en Colombia y su Compromiso Sólido con la Paz y la Reforma Rural

La UE ha jugado un papel crucial en la implementación y consolidación del acuerdo de paz, especialmente en lo que respecta al primer punto enfocado en la reforma rural integral. A través del Fondo Europeo para la Paz, la UE ha canalizado recursos de 23 países, de los cuales 21 son Estados Miembros de la Unión Europea, con el fin de impulsar el desarrollo en zonas afectadas por el conflicto armado. «Cuando llegó el momento de la firma del Acuerdo de Paz, nos pareció muy natural, de parte de la Unión Europea, tomar un compromiso especial para garantizar la sostenibilidad del acuerdo y el acompañamiento en los territorios», señala Bertrand.

Este fondo ha permitido fortalecer comunidades rurales y promover la presencia estatal en regiones históricamente desatendidas. Programas como los Laboratorios de Paz han sido esenciales en este esfuerzo. «Tenemos una presencia casi constante desde los primeros laboratorios de paz que se iniciaron a principios de los años 2000», destaca el embajador. Estas iniciativas han contribuido a reconstruir el tejido social, promover la convivencia y facilitar la reintegración de excombatientes a la vida civil.

Educación Rural y Brecha Tecnológica: Herramientas para el Cambio

La educación es vista como una herramienta esencial para cerrar las brechas y reducir las desigualdades en el campo colombiano. Aunque la UE no financia directamente la infraestructura educativa, reconoce la importancia de la calidad y el acceso a la educación en zonas apartadas. «Estamos absolutamente de acuerdo en que la educación es esencial para cerrar las brechas y las desigualdades», afirma Bertrand.

Con este propósito, la Unión Europea en Colombia ha colaborado con el gobierno colombiano en proyectos para mejorar la conectividad en áreas rurales, entendiendo que la digitalización es vital para el aprendizaje y el desarrollo económico. «Estamos trabajando con este gobierno en particular sobre el tema de digitalización, de hacer llegar la conectividad a las regiones más apartadas del país», explica el embajador. A través del Banco Europeo de Inversiones y proyectos piloto, se busca reducir la brecha tecnológica y proporcionar oportunidades a comunidades que, de otro modo, estarían aisladas.

Este esfuerzo es especialmente relevante en áreas donde la falta de acceso a la tecnología limita las posibilidades educativas y económicas. «El acceso a la educación es un tema de infraestructura, pero también de calidad y de tener una educación que permita construir un proyecto de vida», destaca Bertrand. La conectividad no solo facilita el acceso a información y conocimiento, sino que también abre puertas a mercados y servicios que pueden transformar las economías locales.

Empoderamiento de Jóvenes y Mujeres Rurales: Construyendo el Futuro

Los jóvenes y las mujeres rurales son considerados actores clave en la construcción de un futuro sostenible para el campo colombiano. La UE ha establecido alianzas con colectivos juveniles, reconociendo su compromiso y arraigo con el territorio. «Me llama mucho la atención que la juventud rural colombiana tiene un compromiso por quedarse en el campo y construir un proyecto de vida allí, es por eso que se desarrollan programas y proyectos para garantizar que las generaciones venideras tengan oportunidades en sus propias comunidades», expresa el embajador.

Las mujeres, en particular, han demostrado un liderazgo notable en prácticas de agricultura sostenible y en la promoción de la paz. El proyecto MIA (Mujer Mestiza, Indígena y Afrodescendiente), financiado por la Unión Europea en Colombia y liderado por la Fundación Acción Cultural Popular (ACPO), es un ejemplo emblemático. Implementado en los departamentos de Caquetá y Chocó, MIA ha promovido la convivencia, la inclusión de mujeres firmantes de paz y el empoderamiento económico mediante iniciativas productivas.

Proyecto MIA

«Las mujeres han sido grandes aliadas cuando se trata de pensar formas de agricultura sostenible y de construir espacios de conversación que son mucho más constructivos», destaca Bertrand. Su participación ha sido crucial no solo en la transformación económica del campo, sino también en la reconstrucción del tejido social y en la promoción de prácticas que preservan el medio ambiente.

Sostenibilidad Ambiental y la COP16 una apuesta de la Unión Europea en Colombia.

La protección del medio ambiente es otro eje central de la alianza entre la UE y Colombia. De cara a la COP16, que Colombia acogerá, ambas partes trabajan conjuntamente para promover la conservación de la biodiversidad y prácticas sostenibles. «Valoramos mucho el liderazgo que Colombia ha tomado con la apuesta de acoger la COP16», afirma el embajador.

La Unión Europea en Colombia apoya eventos previos a la conferencia y promueve iniciativas que permiten a las comunidades ser protagonistas en la lucha contra el cambio climático. «Nuestra apuesta es apoyar eventos pre-COP, la pre-COP de jóvenes, la pre-COP de Nuquí. Tendremos eventos dentro de la COP; la idea es hacer llegar a muchas comunidades iniciativas de conservación y protección», explica Bertrand.

Gilles Bertrand

La colaboración incluye el fomento de la economía circular, los negocios verdes y la protección de ecosistemas clave como los páramos. Estas acciones buscan no solo preservar el medio ambiente, sino también generar oportunidades económicas sostenibles para las comunidades rurales. «Ser orgullosamente campesino o campesina es más que trabajar cada día en el campo. Es vivir del campo de una manera que lo preserva, permitiendo a todos descubrirlo a través de prácticas sostenibles de turismo y produciendo los mejores productos orgánicos de calidad. Esta es la apuesta de muchas comunidades en el país, que necesitan apoyo para seguir adelante con esta voluntad y verdadero orgullo de ser campesinos, un orgullo que la Unión Europea ha permeado», enfatiza el embajador, resaltando la importancia de prácticas que benefician tanto al entorno natural como a las personas que dependen de él.

La Reconciliación como Ejemplo para el Mundo

Así mismo, aunque en Colombia aun persistan algunos desafíos, el embajador Bertrand destaca la asombrosa capacidad de reconciliación que ha demostrado el país. «Después de la Firma del Acuerdo de Paz, en el 2016, nuestro segundo éxito ha sido el Sistema de Justicia Transicional, el trabajo que ha hecho la Comisión de la Verdad, la manera como Colombia ha sido capaz, como muy pocos países en el mundo, de mirar hacia su pasado de frente, muy cerca de los hechos, muy cerca del mismo conflicto y aún así tener la voluntad de reconciliación, es impresionante», señala Bertrand.

En contraste con otros países que han enfrentado conflictos internos o guerras, Colombia ha avanzado rápidamente en procesos de verdad y reconciliación. «En Europa, por ejemplo, después de la Segunda Guerra Mundial, la reconciliación para nosotros se ha demorado mucho más; hay países que hasta dos o tres generaciones después todavía lo encuentran difícil, todavía les cuesta hacer ese trabajo de memoria. Haberlo hecho tan cerca de lo ocurrido creo que es realmente un gran éxito de Colombia y justicia para las víctimas».

Reflexiona Gilles Bertrand, Embajador de la Unión Europea en Colombia.

Esta capacidad de enfrentar el pasado y promover la reconciliación es un logro notable que demuestra la fortaleza y resiliencia del pueblo colombiano. Es un ejemplo inspirador para otras naciones que aún luchan con heridas históricas y conflictos no resueltos. La UE reconoce y valora este esfuerzo, considerando que sienta las bases para una paz duradera y una sociedad más cohesionada.

Una Alianza que Transforma Vidas

La alianza entre la Unión Europea y Colombia es un claro ejemplo de cómo la cooperación internacional puede generar cambios profundos y duraderos. A través de proyectos que promueven la paz, la educación, la digitalización, el empoderamiento de jóvenes y mujeres rurales, y la sostenibilidad ambiental, se está construyendo un futuro en el que el campo colombiano es sinónimo de oportunidades y prosperidad.

La Fundación ACPO y el periódico Elcampesino.co reconocen la importancia de estas sinergias para lograr la sostenibilidad a largo plazo de las acciones y transformaciones sociales que requieren las comunidades rurales. Durante 77 años, ACPO ha sido un pilar en la educación rural en Colombia, llegando a cerca de 8 millones de campesinos en más de 1,000 municipios. Su labor ha sido fundamental en la promoción del desarrollo humano, el fortalecimiento del liderazgo para la participación y la creación de nuevas narrativas que dignifican la vida, el trabajo y los conocimientos de las comunidades rurales.

La colaboración y el diálogo con organismos de cooperación internacional como la UE son esenciales para lograr sinergias que garanticen la sostenibilidad a largo plazo de las acciones y transformaciones sociales que requieren las comunidades rurales. Esta colaboración no solo aporta recursos financieros, sino también conocimientos, experiencias y una visión compartida de un futuro mejor.

Editor: Natalia Garavito

Prevenir el fuego, cuidar la vida: comunidades y Estado frente a los incendios forestales

La devastación de miles de hectáreas por incendios forestales no solo deja cicatrices visibles en el paisaje colombiano; también pone en riesgo la biodiversidad, la seguridad de las comunidades rurales y los compromisos climáticos del país. En un panel convocado por la Cooperación Alemana – GIZ, representantes del Ministerio de Medio Ambiente expusieron los avances, desafíos y líneas de acción para fortalecer la prevención de incendios forestales en Colombia.

“El fuego permitió al ser humano evolucionar, pero el uso inadecuado de él puede deteriorar el medio ambiente y la biodiversidad”, señaló la directora de cambio climático. La clave está en la corresponsabilidad. “No es solo un tema institucional; las comunidades, el sector privado y los gremios agropecuarios deben participar activamente. Nadie mejor que quienes habitan el territorio para reportar oportunamente, verificar alertas y ayudar en la contención inicial”.

Desde 2011, se ha venido trabajando una estrategia nacional de prevención que incluye planes de manejo en plantaciones forestales, formación de comunidades en el uso de GPS y monitoreo participativo, así como articulación con autoridades como la Fiscalía y la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo. Una de las medidas más contundentes ha sido tipificar los incendios forestales como ecocidios, lo cual ha permitido avanzar en sanciones penales contra los responsables.

Durante el encuentro también se enfatizó en la necesidad de fortalecer la coordinación entre instituciones. “Muchas veces las comunidades no saben a quién acudir; fortalecer la interinstitucionalidad es clave, así como integrar herramientas tecnológicas como drones, alertas tempranas o monitoreo satelital”. Además, se llamó la atención sobre la atención a la fauna silvestre afectada, y se propuso capacitar a las comunidades en primeros auxilios para especies víctimas del fuego.

Otro de los aportes destacados fue el rol insustituible de las comunidades locales. “Son quienes conocen el territorio, saben si se usa fuego para cultivos o cuáles son las zonas de mayor riesgo; también son fuente primaria de información cuando se requiere identificar causas y recurrencias”. La prevención también debe contemplar procesos de restauración ecológica con liderazgo comunitario, ya que sin apropiación local no hay sostenibilidad posible.


El mensaje de cierre fue contundente: el cambio climático ya es una realidad, y prevenir incendios forestales es una forma concreta de proteger el futuro. Desde el Ministerio se insistió en que esta prevención debe comenzar desde la infancia. “Cuando se forma desde niños, se crean culturas del cuidado que trascienden generaciones”. El reto es grande, pero el camino está trazado: gobernanza ambiental con enfoque territorial, justicia ambiental y ciencia al servicio del cuidado colectivo del bosque.

Día del medio ambiente: biodiversidad, cambio climático y el reto de conservar

Colombia alberga la mayor diversidad de aves del planeta. Esta realidad representa una riqueza ecológica que impacta directamente la vida, la economía y el equilibrio ambiental del país. Según Ellie Anne López Barrera, doctora en Ecología y Conservación, “las aves cumplen funciones esenciales en los ecosistemas: dispersan semillas, controlan plagas, facilitan la polinización y permiten conocer el estado de salud de los territorios”.

Cada especie que habita los cielos colombianos aporta al equilibrio del ecosistema. “La variedad de aves contribuye a mantener dinámicas ecológicas estables y fortalece la capacidad de los ecosistemas para adaptarse a los efectos del cambio climático”, explica López. Este principio también se refleja en las posibilidades productivas, el turismo responsable y la generación de iniciativas sostenibles basadas en la naturaleza.

Aves que polinizan, flores que alimentan

Las aves han coevolucionado con ciertas plantas, lo que ha dado lugar a relaciones únicas de polinización que permiten la fertilización cruzada. Esta interacción genera diversidad genética, amplia variedad de semillas y una mayor capacidad de adaptación en ambientes cambiantes. “Los colibríes y otras aves polinizadoras permiten que las flores se reproduzcan y que los ecosistemas mantengan su vitalidad”, señala López.

Gracias a estas funciones, la agricultura también se ve fortalecida. La existencia de cafés con distintos aromas y sabores responde en gran parte a esa riqueza biológica que favorece los cultivos. Esta sinergia entre biodiversidad, producción y cultura crea escenarios favorables para el desarrollo rural y la bioeconomía comunitaria.

Respuesta desde el territorio

En Colombia los fenómenos de El Niño y La Niña alteran las dinámicas de lluvia y temperatura. Estos eventos, sumados al aumento de la temperatura global, influyen en la estabilidad de los ecosistemas. “La variabilidad climática se intensifica cuando los hábitats enfrentan presiones como la deforestación o la expansión urbana”, advierte López.

Cada acción local impacta el entorno. Desde la gestión de los recursos hasta las decisiones normativas; todo influye en los procesos de restauración y conservación. “Somos un sistema socio-ecológico. Lo que ocurre en la naturaleza está conectado con nuestras prácticas cotidianas, políticas públicas y modelos de desarrollo”, puntualiza la investigadora.

Biodiversidad que impulsa el desarrollo

El país avanza cuando protege sus paisajes. Las aves, los bosques y las fuentes de agua son aliados del turismo ecológico, de los emprendimientos rurales y de las estrategias productivas que integran conservación con desarrollo. Invertir en ecosistemas sanos es fortalecer la economía local, promover la resiliencia climática y asegurar condiciones de vida dignas para las generaciones presentes y futuras.

En este Día del Medio Ambiente, el llamado es a comprender que el bienestar colectivo se construye en armonía con la biodiversidad. Cada decisión que favorece la vida silvestre también fortalece la vida humana. Colombia vuela alto con sus aves, crece con sus bosques y se transforma con el compromiso de sus territorios.

Elatanquero: la voz Kankuama que teje historias de esperanza desde el corazón de la Sierra Nevada

“Para mí, ser Kankuamo es sentarme a escuchar a mi abuela en la cocina”, dice  Arias, más conocido como @elatanquero en Instagram, donde más de 3 mil personas siguen sus relatos. Lo suyo es la comunicación ancestral en formato contemporáneo. Enosh forma parte de una generación de jóvenes que, lejos de desconectarse de sus raíces, están reconstruyendo desde la oralidad, la música, los saberes médicos y la defensa del territorio, una narrativa que pone en valor la identidad indígena frente a un mundo que muchas veces insiste en borrarla.

Desde su vereda en Atánquez, Enosh habla con elcampesino.co, con la naturalidad de quien ha crecido entre montañas, cancurúas y caminos de tierra, pero también con la lucidez de quien ha vivido el conflicto armado, la pérdida de costumbres y el reto de recuperar lo que otros intentaron silenciar. “Nuestra organización lleva más de 30 años luchando por el saneamiento territorial”, explica, en referencia al proceso de restitución de tierras para los cuatro pueblos de la Sierra. “Defender el territorio es una responsabilidad, una enseñanza que viene desde los mayores, desde la cocina, desde la palabra”.

El pueblo Kankuamo, uno de los guardianes de la Sierra Nevada junto a los Wiwa, los Arhuaco y los Kogui, ha sido históricamente golpeado por la violencia. Más de 400 de sus integrantes fueron asesinados durante el conflicto. Esa herida colectiva impulsó un proceso de fortalecimiento cultural a través de la educación propia, encuentros culturales y un tejido organizativo comunitario que incluye comisiones de comunicación, mujeres, jóvenes, educación, buen vivir y territorio.

“El tema comunicativo ha sido clave”, cuenta Enosh. “Nosotros como jóvenes usamos las redes sociales, los documentales, la emisora, todo lo que nos permita visibilizar la lucha y la vida del pueblo”. En este camino, se asume como un “tejedor de historias”, alguien que conecta el legado de sus abuelos con la curiosidad de las nuevas generaciones. Y aunque reconoce que las tecnologías traen riesgos, también destaca que han sido aliadas para compartir saberes, mostrar el Corpus Christi, una fiesta ancestral con reconocimiento nacional, y promover prácticas como la medicina tradicional, la danza y los cantos con gaita y chicote.

Pero no todo es celebración. “La Sierra está en la mira de muchos intereses”, advierte. “Por eso el mensaje de los mayores es claro: defender el agua, defender la madre tierra. No más minería, no más represas. Este territorio es sagrado y nos da la vida a todos”. Esa defensa, dice, no es solo tarea de los pueblos indígenas. “El llamado es para todos. Todos pueden aportar”.

Enosh se presenta como guardián. “Aquí estoy en paz. Aquí cumplo una función importante”. Su historia, su voz, es parte de una corriente más amplia que busca recuperar lo perdido y fortalecer lo que aún vive. En tiempos donde la cultura tiende a homogeneizarse, los relatos de jóvenes como él, desde el corazón del mundo, son un acto de resistencia y de esperanza. Porque en la Sierra, la palabra sigue teniendo fuerza y mientras haya quienes la escuchen y la transmitan, como @elatanquero, el pueblo Kankuamo pervivirá.

El silbido, un gesto de memoria y resistencia en caminos y veredas 

En un mundo saturado de notificaciones, hay rincones del país donde el llamado no llega por WhatsApp, sino por un silbido agudo que atraviesa la neblina. En muchas veredas de Colombia, especialmente en zonas montañosas, el silbido se ha utilizado como un código de comunicación eficaz para enviar mensajes breves, avisar de peligros o simplemente llamar al vecino sin necesidad de recorrer largas distancias. Aunque pareciera una práctica en extinción, sigue teniendo vigencia y valor en comunidades donde la oralidad y el ingenio campesino son la norma.

El silbido vereda es una forma de lenguaje que se aprende desde la infancia. Cada tono, intensidad y dirección tiene un significado. Algunos sirven para avisar que hay visita, otros para alertar sobre animales sueltos o pedir ayuda. Incluso hay familias que desarrollan silbidos propios, casi como firmas sonoras, inconfundibles para quienes viven cerca.

En lugares donde no hay señal de celular o la topografía impide gritar de un lado a otro, el silbido se convierte en puente y forma parte del tejido cultural del campo. Según organismos como la UNESCO, los lenguajes silbados son expresiones valiosas de la diversidad lingüística. Más allá de su utilidad práctica, representan un patrimonio cultural sonoro que debe documentarse y protegerse.

Don Julián Gutiérrez, campesino de la vereda El Laurel, en Santander, asegura que el silbido le ha salvado más de una vez. “Una vez mi hijo se cortó con el machete y yo estaba al otro lado del potrero. No había manera de llamarme a gritos. Él me silbó como le enseñé, fuerte y con pausa. De inmediato supe que era urgente y salí corriendo. Así nos entendemos desde siempre, cuenta con orgullo.

Esta forma de comunicación también se transmite como herencia familiar. En muchas veredas, los niños aprenden a silbar antes de manejar un celular y, aunque los dispositivos han cambiado las costumbres, el silbido sigue siendo útil y hasta simbólico en reuniones, encuentros o en el llamado a los animales.

El silbido veredal reafirma vínculos comunitarios, territoriales y familiares. Preservar esta práctica es también reconocer que el campo tiene sus propios lenguajes. En tiempos donde la conectividad se mide en megas, recordar que hay otras formas de estar conectados más humanas y sonoras es, también, un gesto de resistencia y memoria. 

Lo que el desplazamiento borró del campo: recetas, semillas, palabras y fiestas

En Colombia, más de ocho millones de personas han sido desplazadas por la violencia, según el Registro Único de Víctimas. Esta cifra retrata una tragedia que va más allá del abandono de hogares y parcelas. Con cada campesino que se ve obligado a dejar su territorio, se apaga una receta que no se vuelve a preparar, una semilla que deja de sembrarse, una palabra que se borra del habla cotidiana, una fiesta patronal que ya no se celebra. El campo se despuebla y con ello se despoja de su identidad.

Este artículo es un homenaje, en el Día del Campesino, a quienes siembran alimento y también han sostenido la cultura, la lengua y los ritos de la vida rural. Hoy, su resistencia es también un acto de memoria.

En muchas zonas rurales del país, el desplazamiento arrasó con la cotidianidad. No hubo tiempo para empacar las ollas de barro, las mazorcas secas para semilla, ni los cuadernos donde se anotaban las fórmulas de curación o los ingredientes de una conserva tradicional. “Nos fuimos con lo puesto”, repiten muchas familias. Y con ese ‘puesto’ se quedó también parte del legado campesino.

En la cocina, se perdieron recetas que no llegaron a la ciudad. ¿Quién vuelve a preparar una mazamorra con guineo maduro en un cuarto de arriendo? ¿Dónde se consigue curí, taparo o guatila sin agroquímicos en el barrio periférico de una urbe? El desplazamiento forzado es una fractura territorial que también deja una herida alimentaria. Muchas de esas preparaciones no tienen registro escrito; eran saberes transmitidos de abuela a nieta, de vecina a vecina, al calor del fogón.

Este es el caso de doña Francisca, quien vivía en una vereda de Mapiripán, Meta. Allí, cada diciembre organizaba con sus vecinas la fiesta de las ánimas, una mezcla de velación, música y comida compartida. “No era una fiesta grande, pero sí muy sentida. Se cocinaban bollos de maíz, carne asada en hoja y se contaban cuentos hasta el amanecer”, recuerda desde el barrio periférico de Villavicencio, donde lleva más de 15 años desplazada. Desde que salió de su tierra, jamás volvió a preparar el bollo como lo hacía su madre. La hoja ya no la consigue, la leña es difícil y el maíz que hay en la ciudad tiene otro sabor. Al igual que ella, miles de familias han dejado atrás prácticas que solo tenían sentido en su lugar de origen.

El lenguaje también sufre. Palabras como aperrarse, ñingareta, guandoca o alzaque van desapareciendo cuando ya no hay quien las use. Los niños desplazados crecen en entornos que privilegian otros códigos, cambian la oralidad campesina por el lenguaje técnico escolar, por el habla urbana, por el silencio. Y con la lengua, se van los rezos, los cuentos, los cantos de vaquería, las fórmulas para espantar el susto o curar el mal de ojo.

Las fiestas patronales, que articulaban lo comunitario, también quedaron atrás. Donde antes había mingas, bailes, carreras de encostalados y rezos compartidos, hoy hay semáforos, trancón y vecinos desconocidos. Las celebraciones que conectaban a las comunidades con sus ciclos agrícolas y con su espiritualidad fueron reemplazadas por días de trabajo informal o por el olvido.

No todo está perdido

En veredas donde los retornos han sido posibles, campesinos y campesinas han emprendido la reconstrucción de su memoria. Siembran semillas criollas, recuperan danzas, retoman oficios. Y en otras regiones, aún desde el exilio urbano, algunos se han aferrado a su identidad y cultivan en materas, enseñan a sus hijos los nombres de las plantas, escriben sus recetas en hojas sueltas. Hay resistencia.

El desplazamiento forzado desdibujó territorios simbólicos que eran tan vitales como la tierra misma. Sin embargo, en cada campesino que vuelve a sembrar, en cada palabra rescatada del olvido, en cada fiesta que se reinventa, hay una señal de esperanza.

En este Día del Campesino, más que felicitarlos, urge escucharlos. Porque quienes cultivan la tierra también cultivan la vida. Y su memoria —aunque herida— sigue brotando como semilla terca entre las grietas del olvido.

La violencia que no se ve: cifras alarmantes sobre las mujeres rurales en Colombia

Ser mujer rural en Colombia implica vivir entre dos realidades: la que sostiene al país con trabajo, cuidados y saberes, y la que permanece marginada del acceso a derechos, justicia y oportunidades. A pesar de su papel protagónico en la seguridad alimentaria y la economía campesina, las cifras más recientes revelan un panorama de violencia estructural, silenciosa y persistente.

Las mujeres rurales enfrentan agresiones físicas, pero también exclusiones profundas que se evidencian en el acceso limitado a la tierra, al crédito, a la educación, a la justicia y a espacios de participación política. Todo esto configura un entramado de violencias estructurales que persisten y se normalizan con el tiempo.

Según el DANE, una de cada tres mujeres rurales ha sido víctima de violencia física por parte de su pareja. Y para muchas, la violencia empieza desde niñas en las zonas rurales, una de cada doce jóvenes abandona sus estudios para asumir tareas de cuidado en el hogar. Además, el 89,5% de quienes dedican más de ocho horas diarias al trabajo no remunerado son mujeres, perpetuando la brecha en autonomía económica.

El desplazamiento forzado agudiza aún más este escenario. Según Alianza por la Solidaridad, el 15,8% de las mujeres desplazadas han sido víctimas de violencia sexual, una cifra que rara vez llega a instancias judiciales debido al miedo, la estigmatización y la impunidad.

En cuanto a los feminicidios, la Fiscalía General de la Nación reportó 1.844 casos entre 2020 y 2023. A esta cifra se suman las múltiples formas de violencia no letal que afectan a miles de mujeres diariamente. En 2023, Colombia, junto con Brasil y México, registró un promedio de 1.569 mujeres víctimas de violencia de género cada día, un aumento del 13% respecto a 2022.

El acceso a recursos también refleja un patrón de exclusión. Las mujeres rurales enfrentan serias barreras para acceder a crédito y asistencia técnica. En todos los tipos de financiamiento analizados, la aprobación de créditos es consistentemente menor para las mujeres que para los hombres.

Y aunque el 35,8% de los hogares rurales son liderados por mujeres, solo el 1% de los predios rurales mayores a 200 hectáreas están titulados a su nombre. Esta falta de acceso a la tierra y a recursos productivos limita sus posibilidades de desarrollo autónomo y sostenible.

La violencia contra las mujeres rurales no se limita a golpes o insultos: está en la negación sistemática de sus derechos, en la invisibilización de sus aportes y en la indiferencia frente a sus denuncias. Las cifras más recientes son claras: esta no es una violencia del pasado ni de unos pocos casos aislados, es una violencia estructural que sigue viva en los campos del país.

Frente a este panorama, urge pasar del reconocimiento simbólico a la acción concreta. Programas como SALVIA del Ministerio de Igualdad, o los compromisos internacionales de la FAO y ONU Mujeres, son pasos importantes. Pero mientras las mujeres rurales sigan sembrando sin tierra, cuidando sin descanso y resistiendo sin protección, el país seguirá en deuda.

En su día internacional: ¡Sea buena papa!

Según la misma entidad (organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura) la papa —conocida en otras latitudes como patata —contribuye a alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible, ODS, como lograr el hambre cero, promover la agricultura sostenible y fomentar las oportunidades económicas.

No en vano han pasado unos 8 mil años desde su descubrimiento en el Lago Titicaca, ese majestuoso espejo de agua que se extiende en las zonas fronterizas de Perú y Bolivia, pues ya el mundo registra más de 5.000 variedades, y se cultiva en 159 países.

Cada nación la ha adoptado como propia. De ahí que podamos decir con los mencionados cantores, que es peruana, ecuatoriana, boliviana, venezolana y, claro, ¡colombiana! 

Sí, en Colombia, según reporta la Federación Colombiana de Productores de Papa, Fedepapa, hay 250 tipos: además de las mencionadas arriba, están la superior; la diacol capiro, o R12; la única; la nevada; la parda pastusa… 

De hecho, se estima que el consumo nacional anual está alrededor de los 57 kilos por persona.

Y en materia de beneficios, las cifras también son contundentes: Fedepapa estima que hay 100.000 productores, y que el negocio genera 350.000 empleos directos e indirectos.

Ahora bien, la misma fuente indica que los principales departamentos productores son Cundinamarca (36%); Boyacá (27%); Nariño (22%) y Antioquia (5%). 

Como vemos, hay para todos los gustos, en todas las regiones, de todos los colores (amarilla, carmelita, colorada, negra…), y de los más variados tamaños: diversa y variopinta, como Colombia.

Sobran las razones: ¡Vale la pena ser buena papa!

La educación digital que siembra futuro en el campo colombiano

Llevar educación al campo nunca ha sido fácil. Pero hay quienes no se rinden ante la escasez de conectividad, el miedo a lo digital o la amenaza de grupos armados. Así lo demuestra el testimonio de Elita Flores, coordinadora de educación de ACPO, quien ha acompañado durante años el proceso de consolidación de las Escuelas Digitales Campesinas (EDC), una iniciativa nacida desde las entrañas de la ruralidad, que combina lo ancestral con lo digital, la palabra hablada con la conectividad intermitente, y sobre todo, el compromiso con la comunidad.

“Como ustedes saben, llevar educación al campo no ha sido ni es fácil”, afirma Elita Flores. “La conectividad es limitada, los dispositivos escasean y muchas personas nunca habían usado una herramienta digital”. Sin embargo, en lugar de detenerse, las EDC encontraron caminos alternativos como cartillas digitales, radio educativa, clases por WhatsApp y facilitadores que cruzan trochas para acompañar procesos.

“Nos hemos encontrado con barreras sociales profundas. Hay miedo, desconfianza hacia lo digital, y una historia de exclusión que no se borra de un día para otro”, señala Elita. Pero ahí, donde parecía no haber salida, apareció el poder de la comunidad. “ACPO ha construido confianza, y ha apostado por el poder transformador de la educación como una luz que no se apaga, ni siquiera en los contextos más difíciles”

La experiencia ha demostrado que no basta con entregar dispositivos o habilitar internet. “Descubrimos que la tecnología por sí sola no cambia vidas. Lo que transforma es la mirada humana, el enfoque pedagógico sensible, la capacidad de escuchar y de adaptarse”, cuenta.

En este modelo educativo, los facilitadores trascienden el rol tradicional. “Ellos son el alma del proceso educativo, quienes caminan con la comunidad, quienes conocen las historias, las dificultades y también los sueños”, dice Elita. Gracias a ellos, lo que parece lejano se traduce al lenguaje del territorio.

Transformaciones tangibles 

“Personas que antes no se sentían parte de las decisiones, hoy lideran procesos. Mujeres que no habían tenido voz ahora inspiran a otras con su ejemplo”, relata. Una llamada reciente la marcó: “Era la señora Hermencia de un municipio del Tolima. Me dijo: profe, gracias a la formación que recibí con ustedes, ahora estoy reciclando… Aprendí por qué es importante y cómo hacerlo bien”.

Y todo esto tiene raíces profundas recuerda Elita, “Esta historia comienza hace más de siete décadas en el corazón del campo colombiano, cuando el padre Salcedo soñó con educar desde la radio”, Ese legado sigue vivo en las EDC, nacidas en 2012, pero ancladas en la misma esencia de educar desde la realidad del campesino.

La educación digital rural no es un lujo, ni una promesa pendiente. Es una necesidad urgente y una estrategia de país. “A las entidades públicas y privadas les diría que invertir en educación digital rural no es un favor, es una decisión estratégica”, subraya.

Las Escuelas Digitales Campesinas prueban que sí se puede, que con voluntad, alianzas y respeto por los saberes del territorio es posible sembrar conocimiento donde antes solo hubo silencio. “Queremos que cada joven, cada mujer, cada abuelo en la vereda sepa que la educación es un derecho, no un privilegio”, concluye Elita, con la certeza de que, mientras haya comunidad, la educación florecerá.

Colombia retrocede en conservación: pérdida de bosques primarios aumentó 48,5 % en un año

El informe, publicado por el World Resources Institute (WRI), señala que en 2024 se deforestaron cerca de 98.000 hectáreas de bosques primarios en el país, frente a las poco más de 66.000 hectáreas del año anterior. Aunque el fenómeno global de pérdida de cobertura boscosa estuvo impulsado principalmente por incendios forestales que se quintuplicaron respecto al año anterior, en Colombia el panorama fue diferente.

«Los incendios no fueron un factor importante en la pérdida de hectáreas de bosque,» destaca el informe. En cambio, la minería ilegal, la expansión de cultivos ilícitos como la coca y la ganadería extensiva, así como el avance de monocultivos como la palma de aceite, fueron los principales motores de la deforestación.

El retroceso coincide con el aumento de la violencia y la suspensión de diálogos de paz, factores que, según el informe, han provocado “una mayor inestabilidad en áreas remotas” y la reactivación de economías ilegales con alto impacto ambiental. Las comunidades indígenas han sido particularmente afectadas, no solo por la pérdida de territorio ancestral, sino por el colapso de los ecosistemas que sustentan su forma de vida.

Los bosques tropicales primarios cumplen un papel clave en la captura de carbono, la regulación del clima y el ciclo del agua. La desaparición acelerada de estos ecosistemas —a un ritmo de 18 canchas de fútbol por minuto a nivel mundial— generó en 2024 un total de 3,1 gigatoneladas de emisiones de gases de efecto invernadero, más que todas las emisiones anuales de India por consumo de combustibles fósiles.

En Colombia, este fenómeno amenaza particularmente a la región amazónica, que concentró el 60 % de la deforestación registrada desde 2001. Esta situación, advierte el PNUD, afecta directamente el ciclo hidrológico del país: “El agua que llega a nuestras casas nace de un complejo sistema de ecosistemas, los llamados ríos voladores,” explicó Ferrer.

El estudio del WRI recuerda que tras el cambio de gobierno en 2022 se dio un giro en la política ambiental que permitió una reducción significativa de la deforestación en 2023. Sin embargo, el repunte del último año refleja que las políticas públicas aún no logran frenar la presión de los intereses económicos y armados sobre los territorios.

«El desarrollo y el crecimiento económico es un tema profundamente político», concluyó Ferrer, lo que confirma que en Colombia, hoy más que nunca, la defensa de los bosques es un punto ineludible de cualquier agenda de futuro.

Inseguridad alimentaria en Colombia golpea con más fuerza a los habitantes rurales

Según la investigación, en las cabeceras municipales, la prevalencia fue de 23%, mientras que en centros poblados y zonas rurales dispersas alcanzó el 34,2%. Este incremento rural refleja las condiciones estructurales que dificultan el acceso constante a alimentos, como la dispersión geográfica, la limitada infraestructura y la menor oferta institucional.

Más de 14 millones de personas en Colombia vivieron inseguridad alimentaria en 2024. Aunque se observan mejoras en las ciudades, los hogares rurales y vulnerables enfrentan mayores desafíos para acceder a una alimentación suficiente y adecuada.

En 2024, el 27,6% de la población colombiana experimentó inseguridad alimentaria moderada o grave, lo que representa aproximadamente 14,4 millones de personas, según los resultados de la Escala de Experiencia de Inseguridad Alimentaria (FIES). Esta medición, incluida en la Encuesta Nacional de Calidad de Vida (ECV), entrega una radiografía detallada de las condiciones de acceso a los alimentos en el país, a partir del indicador ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible) 2.1.2 sobre “Hambre Cero”.

Los datos indican una leve disminución en la inseguridad alimentaria moderada o grave frente al año anterior (de 26,1% a 25,5%), lo que representa una mejora en términos generales. No obstante, al observar las cifras por área geográfica y características del hogar, se evidencian diferencias marcadas.

Por departamentos, La Guajira (52,4%), Sucre (49,5%) y Córdoba (47,6%) reportaron las cifras más altas de inseguridad alimentaria moderada o grave, mientras que Caldas (12,8%), Bogotá D.C. (13,9%) y Santander (16,2%) mostraron los porcentajes más bajos.

El análisis también destaca condiciones sociales que intensifican la inseguridad alimentaria. Los hogares con jefatura femenina presentan un 28,2% de prevalencia, y aquellos encabezados por personas sin educación alcanzan un 47,4%. A su vez, el 46,1% de las personas que se identifican como pobres reportaron inseguridad alimentaria, frente al 11,6% de quienes no se perciben en esta situación. Entre los afiliados al régimen subsidiado, el indicador fue de 37,2%, mientras que en el régimen contributivo se ubicó en 12,8%.

Además, la inseguridad alimentaria grave pasó de 4,8% en 2023 a 5% en 2024, lo que equivale a cerca de 2,7 millones de personas. Este aumento fue estadísticamente significativo en 10 departamentos, entre ellos San Andrés, Córdoba y Nariño.

Los resultados de la Escala FIES ofrecen insumos clave para orientar políticas públicas centradas en el territorio y en los grupos más expuestos. Si bien hay señales de mejora en las ciudades, el campo sigue siendo el epicentro de los mayores retos. Reforzar los programas de abastecimiento, educación nutricional y fortalecimiento de la economía campesina es esencial para avanzar hacia una Colombia sin hambre. La información estadística, además de medir avances, permite construir caminos hacia un país con mayor equidad alimentaria.

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