Los campesinos, indígenas y afrodescendientes del departamento de Nariño, son los grupos sociales con las mayores carencias de esa región del país, así lo muestran los indicadores sociales y estadísticos disponibles. El difícil acceso a la educación, la vivienda, el agua potable, los servicios públicos, la débil atención a la salud, se unen a los obstáculos para cultivar la tierra y cosechar lo necesario para sobrevivir.
Las imponentes montañas de las zonas altas se visten de pequeñas parcelas con cultivos de tierra fría y en sus poblados indígenas se ofrecen productos agrícolas a precios irrisorios con los que difícilmente se puede conseguir el dinero que necesita una familia. Allí también se venden zapatos, ropa, cachivaches y fantasías con precios de regalo, que evidencian el origen ilegal de su procedencia. El contrabando es otra manera de rebuscarse la vida. Le puede interesar: #Opinión: Los desplazados, su drama y su esperanza
Por contraste, la exuberante vegetación de las tierras cálidas y templadas, es escenario de la multiplicación de cultivos ilícitos. La selva entrega sus mejores tesoros al avance depredador del colono que reemplaza árboles centenarios por fuentes ilegales de supervivencia. Son campesinos sin alternativas que han encontrado en lo ilegal la fuente de sus recursos, obligados por el hambre y sobornados por los dueños del negocio ilícito.
Tumaco y la costa nariñense son rutas para el comercio ilegal, para el contrabando y el narcotráfico. Allí hay zonas prohibidas para los visitantes en donde las autoridades tienen que demostrar todo el poder del Estado y de la legalidad, para que los habitantes puedan vivir una vida diferente, digna y con futuro.
Sin embargo, en esta época de los post-acuerdos que abrieron caminos al turismo y gracias a la determinación y al ingenio nariñense, se van abriendo alternativas de trabajo válidas y promisorias. Por los conocimientos de sus territorios y de sus tradiciones, por el estudio de su propia historia y de su cultura y por la capacitación que están recibiendo de algunas entidades oficiales, como el SENA, encontramos guías turísticos nativos formados, recursivos, generosos y valientes.
En el precioso, sereno e imponente lago Guamuez, conocido como laguna de La Cocha, se encuentra uno con personas como Gilberto Josa Sánchez. Es un joven y curtido campesino, con la bondad en su mirada y en la forma sabia y pausada de comunicar sus pensamientos. Nos reunió en la sala de orientación de la isla de la Corota, antes de iniciar nuestra caminata por el sendero del bosque y nos hizo entender por qué había que hablar en voz baja y caminar despacio en medio de una naturaleza intocada, donde la vida se muestra en todo su esplendor.
Cobijados por un techo de follajes originarios, subimos los húmedos escalones del sendero y tuvimos la sensación de ir al lado de espíritus inmortales convertidos en árboles cubiertos de líquenes y musgo, pájaros cantores e insectos que saben que nadie les hará daño, irrespetando su santuario.
En el refugio, cruzando hasta el lado opuesto de la isla, después de una hora de caminata, contemplamos en silencio la belleza de la laguna, respiramos profundamente y, tomados de las manos, nos dejamos invadir de la fuerza del Creador que nos llevó hasta ese mágico lugar, nuestro, auténtico y del que somos parte. Un campesino, que sabe por qué hay que respetar la vida y la naturaleza que nos alimenta y de la que nos nutrimos, nos hizo experimentar lo que ignoramos en las ciudades de cemento, asfalto y polución.
Sólo caminando despacio, en silencio y amorosamente, podemos descubrir el valor de lo que hoy se conoce como ecoturismo. Volver a las fuentes, protegerlas, sentirnos parte de este país que hay que cuidar, porque la vida es frágil y nosotros la destruimos.
Gilberto, Jesús, Miguel, María y Alexandra, son nombres de amigos y compatriotas que abren nuestros ojos a otro mundo y a su cultura. Ellos están enfrentando su presente en Nariño con ojos de esperanza y con la decisión de que visitantes colombianos y extranjeros transiten seguros y confiados por sus territorios, donde los Incas pusieron su frontera norte y en donde Bolívar encontró fiera resistencia por parte de un pueblo que quiso mantener su autonomía, su autodeterminación y su aparente lealtad a un rey lejano que nunca se aventuraría a vulnerar su libertad al venir hasta esos parajes indómitos de las cordilleras.
Como ellos decían, “era preferible tener un rey lejano que un tirano cercano”. Además, ese rey sí reconoció la nobleza de sus gentes al darle a Pasto el título de ciudad noble. Algo que los criollos jamás le reconocieron y que nosotros, aún hoy, desconocemos.
Por: Bernardo Nieto Sotomayor- Equipo Editorial El Campesino.
Muchas gracias a Bernardo por recordar esta maravillosa experiencia en Nariño, la descripción e ilustraciones son estupendas, gracias una vez más.