El diálogo es un escenario de encuentro para construir la paz, potenciando la voz de los diferentes actores como protagonistas de la transformación social.
Por: Claudia Patricia Toro Ramírez, vicerrectora de Extensión y Proyección Comunitaria, Uniagraria
Parece obvio decir que en el corazón de la paz está el diálogo. Parece un lugar común, una afirmación de Perogrullo. Pero no es así. Esta semana me quedó claro que no dialogamos, no con ese diálogo que necesitamos, no con el diálogo franco, empático, sin prepotencias. Y no hablo del diálogo entre los contradictores, no hablo del diálogo entre los enemigos. Hablo del diálogo entre los que se supone están del mismo lado, de personas que representan instituciones consolidadas.
Parece haber un acuerdo nacional, soportado en cifras, estudios y misiones, en el que la paz pasa por lo rural, por ponernos al día como nación frente a la deuda histórica que tenemos con esa Colombia profunda. Pero este acuerdo y la expectativa de recursos frente al posconflicto ha exacerbado la “creatividad”, todos. Aun los que nunca se habían acercado a lo rural, hoy tienen especial interés en proponer desde los libros o la improvisación alternativas de salvamento.
Durante dos intensos días nos reunimos más de 300 personas representantes de instituciones públicas y privadas, de la academia y del sector productivo en el “II Foro Latinoamericano de Extensión y Desarrollo Rural”, a pensar sobre el camino posible en este propósito renovado de dar a nuestros campesinos una vida digna y para nuestros territorios mayor productividad. La gran conclusión es que tenemos poca escucha y no por una posición ideológica o política, más bien, por una incapacidad metodológica.
Nos reunimos los académicos a hablar del campo desde las teorías sin sujetos. Se reúnen los decisores de política pública a planear sin la academia y sin la participación de las comunidades. Las comunidades son bombardeadas con un sinnúmero de ofertas que encarnan respuestas a preguntas que ellos no se han hecho. Es urgente saber cuáles son sus preguntas, es urgente saber cuáles son sus anhelos, su concepción sobre la dignidad y la paz.
Nos ocupamos en planear cómo mejorar la productividad con la idea de que más es mejor. Sin embargo, en este encuentro nos sorprendimos cuando uno de los campesinos participantes, un hombre sereno y sabio, se levantó y nos dijo: “Es que yo no quiero ser un gran productor, ni siquiera un mediano, quiero seguir siendo un pequeño productor”. Qué difícil desde nuestra mirada economicista y consumista entender que no siempre más es mejor.
Es urgente que nos escuchemos, pero no esporádicamente, es necesario que nos escuchemos sistemáticamente, para construir juntos, para dar respuestas a preguntas reales y sentidas, para reconocernos como coequiperos en este intento de soñar y construir un país en paz. En esta tarea las instituciones universitarias tienen una responsabilidad que no pueden evadir. Porque el problema es de innovación social, y esto no atañe sólo a las ciencias sociales. Por el contrario, todas las disciplinas deben visibilizar esta perspectiva para emprender el dialogo necesario desde las cosmovisiones de todos los actores implicados.