viernes, julio 26, 2024
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El Dios de la crisis

Las personas siempre están expuestas al cambio, al desequilibrio, a la crisis ¿Qué papel juega Dios allí?

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Por Andrés Felipe Lasso

 

De crisis existen varias denominaciones y aplicaciones conceptuales, pues es un término muy usado en el lenguaje cotidiano y en distintas áreas en donde la persona puede desarrollar un rol; pero básicamente podemos resumir la crisis como un cambio de estado, brusco o no,  que necesariamente exige el enfrentamiento a una o unas “nuevas reglas de juego” a una nueva dinámica que genera desequilibrio con relación a la etapa inicial. ¿Qué papel juega Dios allí? Es una pregunta que como creyentes vale la pena intentar responder en los momentos de “desestabilidad”.

Se habla de crisis económica, social, política, natural, existencial, religiosa vocacional… cada cosa y cada situación está sometida a la crisis, al cambio, y porque no a la evolución. La vida misma está trazada por etapas psicológicas y cronológicas que definen actitudes, cambios corporales; de ahí que se hable de la crisis de la pubertad, de los 30, 40, 50… Las crisis pueden ser también colectivas pues aunque afectan en su generalidad la dimensión personal, también tiene efectos masivos y comunales. La crisis a su vez juega un papel importantísimo en la relación de fe: yo – Dios, la cual se da de distintas formas y matices.

Esto no es nada nuevo pues la historia de salvación y las sagradas escrituras así como en la cotidianidad están llenas de episodios en donde la crisis está ligada a un profundo deseo de intervención de Dios ¿De qué forma? Muchos son los ejemplos pero hay una, la del profeta Elías, que nos permitirá entender cómo encontrar a Dios en las crisis y qué papel darle.

1 Ry- 19 (3-15)

Elías tuvo miedo y huyó para salvar su vida. Al llegar a Bersebá de Judá dejó allí a su muchacho. Caminó por el desierto todo un día y se sentó bajo un árbol. Allí deseó la muerte y se dijo: «Ya basta, Yahvé. Toma mi vida, pues yo voy a morir como mis padres.»

Después se acostó y se quedó dormido debajo del árbol. Un ángel vino a tocar a Elías y lo despertó diciendo: «Levántate y come.» Elías miró y vio a su cabecera un pan cocido sobre piedras calientes y un jarro de agua. Después que comió y bebió, se volvió a acostar. Pero por segunda vez el ángel de Yahvé lo despertó diciendo: «Levántate y come; si no, el camino será demasiado largo para ti.»

Se levantó, pues, para comer y beber, y con la fuerza que le dio aquella comida, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta llegar al cerro de Dios, el Horeb.

Allí se dirigió hacia la cueva y pasó la noche en aquel lugar. Y le llegó una palabra de Yahvé: «¿Qué haces aquí, Elías?»

El respondió: «Ardo de amor celoso por Yahvé, Dios de los Ejércitos, porque los israelitas te han abandonado, han derribado tus altares y han muerto a espada a tus profetas. Sólo quedo yo, y me buscan para quitarme la vida.»

Entonces se le dijo: «Sal fuera y permanece en el monte esperando a Yahvé, pues Yahvé va a pasar.» Vino primero un huracán tan violento que hendía los cerros y quebraba las rocas delante de Yahvé. Pero Yahvé no estaba en el huracán. Después hubo un terremoto, pero Yahvé no estaba en el terremoto. Después brilló un rayo, pero Yahvé no estaba en el rayo. Y después del rayo se sintió el murmullo de una suave brisa. Elías al oírlo se tapó la cara con su manto, salió de la cueva y se paró a su entrada. Y nuevamente se le preguntó: «¿Qué haces aquí, Elías?» El respondió: «Ardo de amor celoso por Yahvé, Dios de los Ejércitos, porque los israelitas te han abandonado, derribando tus altares y dando muerte a tus profetas. Sólo quedo yo, y quieren matarme.» Yavé le dijo: «Vuelve por donde viniste atravesando el desierto y anda hasta Damasco. Tienes que establecer a Jazael como rey de Aram, a Jehú como rey de Israel, y a Eliseo para ser profeta después de ti.

Elías evidentemente experimentaba la crisis de la soledad, del desconcierto, quería morir, y morir era renunciar a su misión, quizá el camino más fácil. Dios en cambio le da pan y agua, nada del otro mundo, pero esto significaba fuerzas para respirar y no perecer, el profeta con seguridad esperaba una gran manifestación justiciera que evidenciara quién era su poderoso Dios, en realidad la tendría, pero muy diferente a lo que imaginaba, en una tenue brisa, de las mismas que en la mañanas roza las mejillas del campesino cuando sale a ordeñar o de la señora al esperar el autobús para el trabajo. No estaba en el terremoto, ni el huracán, menos en el brillante y escandaloso rayo, es decir no tanto en lo extraordinario de la vida si no en cada momento; la brisa así no se escuche, así no se note ni levante tejas siempre está allí. Dios espera a que crezcas, proporcionándote lo que apenas es necesario y dejando al hombre lo que es del hombre. Libre albedrío.

El libre albedrío se ejerce en la vida real, no en mundos de fantasía por eso Dios pregunta a Elías ¿qué haces ahí?, como diciendo no pierdas tu tiempo, párate y devuélvete por el camino que has venido para que hagas lo que te mando, supera la crisis porque vendrán unas más fuertes, no te escapes de la realidad.

El papa Francisco, frente al coel-grito-1mité ejecutivo de Cáritas Internacional en Roma (mayo del 2013), refiriéndose a la crisis y el papel de Cáritas (institución internacional de caridad de la Iglesia católica) en ella decía:

Estamos viviendo una época de crisis muy grave, muy grave. Y no es solamente una crisis económica. Ese es un aspecto. No es solamente una crisis cultural, es otro aspecto. No es solamente una crisis de fe. Es una crisis en la que el hombre es quien sufre las consecuencias de esa inestabilidad… En tiempo de guerra y de crisis hay que curar a los heridos, hay que curar a los enfermos, curar las consecuencias de tanta riqueza. Pero, también hay que promover. En cuanto se puede, promover, pero primero arreglar esto. Claro uno va viendo lo que tiene que hacer.”

Lo cual es sin duda un llamado a ser fermento del amor de Dios en el día a día, en el entorno y la sociedad, en los tiempos de dificultad y desesperanza, pero también a reconocer la presencia inefable de Dios que hace de las grandes crisis, grandes cambios.

 

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