Estamos viviendo los momentos más cruciales del humanismo. Su figura y trascendencia viene en descenso y a ello han contribuido las ideologías, las creencias y el conformar político y sus poderes. No olvidemos que el hombre es plenamente humano y plenamente divino y en ambas direcciones debemos rescatarlo.
Salvar el humanismo es humanizarnos mediante procesos proclives coherentes y permanentes. Replantear las formas de vida injusta que llevamos, es superar paradigmas, empezando por lo que determina nuestra existencia. El humanismo actúa como una forma de gobierno por encima de ideologías y partidos, no divide, acoge a la universalidad humana, rompe esquemas, genera unidad de pueblo, desechando todo poder inútil, toda corrupción y terrorismo que camufle miedo y terror contra el hombre y la naturaleza.
Todo país que impida el desarrollo de una nación por cualquier medio de bloqueo, viola el elemental sentido de existencia. Quienes actúen con pasiones de censura están sometidos a los juicios más severos y deben recibir el mayor rechazo social y político y la más dura condena. El humanismo trasciende las fronteras ideológicas, comprendiendo al hombre no en abstracto, ni en ficción y bajo estas premisas, el humanismo libera, emancipa. Ello es posible según la praxis sobre la que el hombre se represente para ser y para los demás, sin exclusión, ya que es la dignidad de las personas con todos sus saberes y sus formas de pensar crítica y libre lo que está en juego.
Son muchas las pasiones que incomodan al humanismo, como decir que el hombre hace su propia historia llena de emociones y todo ello evoluciona engrandeciendo al ser en su sentido de vida, en el trabajo que lo relaciona con el otro y la naturaleza con el ejercicio productivo de bienes para el bienestar social. El humanismo tiene la misión social de hacer cambios en la sociedad. Al margen el sociólogo Edgar Morín dice que el conocimiento de la historia debe servirnos para conocer el carácter del destino humano y para abrirnos a la incertidumbre de nuestro mundo y esperar lo inesperado.
Recorre el mundo un anti humanismo que corrompe los poderes, las conductas humanas, los partidos políticos y los movimientos sociales que afectan el curso justo del contrato social, siendo ese anti humanismo una fuerza populista, neoliberal, globalizadora que devasta las raíces sociales y los nobles sentimientos del pueblo.
El humanismo atributo del espíritu que, sin ser material, lo materializamos para dar consistencia y solidez a nuestros actos en el espacio y el tiempo del devenir, nunca pierde los espacios en la sociedad y en los diferentes regímenes aun en medio de las crisis, los caos y las tormentas políticas. Que como acción genera transformaciones que subsumen los vacíos de toda conducta reconociendo al semejante por su esencia saliendo a su encuentro con solidaridad y el conocimiento pleno de los saberes que se suscriben a la problemática global sin ejercer poder ni dominio.
Algunos filósofos nos dicen que actuar en política para el humanismo se hará sin necesidad de incursionar en ideologías, sino que se hace política cuando se piensa en controlar la vida, los actos sin autoritarismos o posturas de orden fascista. La acción se lleva bajo principios éticos, en un hacer libre de la persona en medio de brechas que van y vienen para construir armonía.
En búsqueda de la esperanza perdida o tal vez dispersa por las crisis de la no violencia, se levanta la voz ávida de la revolución transformadora. Gandhi nos enseñó con sus luchas no violentas que la humanidad necesita más democracia, más diálogo, menos odios, que el mundo debe estar abierto para todas las posturas ideológicas.
El amor une mientras el humanismo concientiza. La ética humanista se perfila para avisarnos que la sociedad está enferma social, política, espiritual y mentalmente conviviendo con regímenes capitalistas, autoritarios, dictaduras, en medio de democracias fragmentadas. Ante este escenario de horror por los poderes dominantes, las sociedades se levantan en lucha sistémica contra esos dioses del mal. Este accionar nos llevará al encuentro de nuevas posturas humanas para un fin radical de las gobernanzas nefastas, violatorias de la existencia humana.
El humanismo personifica la verdad y la justicia dentro de todo devenir histórico cuya causa y esencia sea el hombre justo, viviendo en el espíritu de la evolución, de la política honesta, que hace vibrar el silencio de la paz y la acción de la palabra en las conciencias históricas que dan altura a la dignidad social de los vulnerables donde crece la potencia de la resistencia que transforma los ideales de la esperanza para proyectar calidad de vida personal y colectiva.
El humanismo es un aviso permanente en evolución que nos dice que todo debe cambiar. Nada del antiguo régimen, sólo la esperanza de lo que queremos para el bien. Voces democráticas nos dicen como María Zambrano gran humanista, que la ignorancia es la falta de algo, de un conocimiento y de ser. Los vulnerables sometidos a la explotación y la naturaleza sometida al crimen climático y otros invisibles que sufren el imperio de un racismo con violencia y de ataques a sus etnias, viven migrando con persecuciones violentas estructurales.
Por ello debemos conectarnos todos los pueblos para construir un nuevo mundo que sea posible, aun en la utopía de la realidad. Y este construir solo es viable bajo los saberes humanistas de la sociedad, sociedad que dialoga consigo misma y en esa meditación tiene como respuesta que no se puede creer en los gobernantes y los políticos pues tiene el resultado de más de 200 años de república donde acuerdos, programas electorales, gestiones de gobierno, y tantas otras retóricas estatales, han sido la mayor frustración, el mayor engaño al contrato social.
El populismo es un despliegue de oportunistas difícil de definir por sus posturas engañosas para lograr el poder. El pueblo es el espíritu de una comunidad que tiene la fuerza que puede transformar de raíz la democracia, que tiene la fuerza para destronar cualquier régimen que le afecte, con la racionalidad propia para decidir en conciencia y destruir la irracional postura de políticos y gobernantes. Bobbio nos recuerda que para un nuevo tipo de gobierno representativo el ideal es estar en transformación como estado natural, y este nuevo tipo, está en el poder del pueblo.
La lucha humanista es para defender la dignidad y el bien común. Transformando entre otros la economía desigual por una economía social. La vida debe ser humana buscando una justicia real, una paz duradera y una libertad que enfrente todo esclavismo. Esta lucha la hará el pueblo para que la historia sea para la vida no para la muerte, para que la vida humana sea rebelde con causa y esfuerzo a fin de renacer la esperanza por la vida.
Por: Mariano Sierra. Habitante rural.
Editor: Karina Porras Niño. Periodista – Editora.
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