“Soy Jenny Paola Quitian, tengo 32 años de edad, nací en un corregimiento pequeño llamado Bambú cerca a San José del Guaviare. Era un pueblo pequeño y muy tranquilo, vivía con mis padres y mi hermano en una finca cocalera. Mi padre era un hombre muy tomador de licor, cuando se emborrachaba llegaba a casa y golpeaba a mi madre sin ningún remordimiento, acto que se repetía casi todos los días.
Un día mi madre tomó el valor, luego del cansancio de su relación y decidió separarse, un evento muy duro para mi, pues siempre quise mucho a mi papá, yo tomé una mala decisión y me convertí en una niña rebelde con mi mamá, que solo se esforzaba por mi bienestar.
Yo solo peleaba y llamaba la atención, fue tanto así, que mi mamá me envió a vivir con mi abuela, madre de mi padre. En casa de mi abuela empezó un duro castigo, mi abuela era una mujer malvada, me hacía dormir en unas lonas con una sola cobijita. Mi alimentación era solo agua de panela, sin pan, ni galletas como comían los otros. Recuerdo que compraba jabón Rosita para lavar su ropa y a mi me ponía a lavar con jabón puro, también, usaba soflan y a mi me daba el agua sucia que quedaba al final. Así viví por un año con ella, de forma fuerte; no toleré los malos tratos y volví a vivir con mi madre.
Para ese momento, mi mamá ya tenía una pareja nueva, era un hombre que trabajaba con la guerrilla de las FARC. El destino y las condiciones del territorio donde no se podía decidir lo habían conducido por ese camino, era un señor trabajador, noble, muy buena gente. Un día mi mamá, su marido y mi hermano salieron de trabajar de una finca donde hacían oficios varios y en el camino se encontraron con grupos paramilitares, ellos los detuvieron y sin ninguna compasión, asesinaron a mi madre, a su esposo y a mi hermano. Ellos decían a la gente que cualquiera que estuviera untado de la guerrilla pasarían por lo mismo para no dejar contaminado el mundo.
Cuando me dieron la noticia casi muero del dolor, solo era una niña de once años de edad que se había quedado prácticamente sola. Mi hermano mayor, también hijo de mi madre, me tuvo en su casa y me cuidaba a diario, pero allí solo viví un año. Una tarde pasaron hombres y mujeres con armamento, yo me fuí con ellos sin importarme nada. Había perdido a lo más valioso de mi vida y que en cierto momento no valoraba como merecía, mi madre.
Así fue como ingresé a ese grupo donde duré diez años. Un día nuestro propio jefe nos tendió una trampa y murieron tres compañeros y capturaron cinco, entre esos estaba yo. Nos condujeron a la cárcel de Rivera, Huila, donde duré tres meses y luego fui trasladada a Neiva. Me condenaron a seis años de prisión y duré cuatro años en esa prisión, después me llevaron a la ciudad de Bogotá.
Para el 2015, nos hicieron varias visitas y nos hablaban del indulto cosa que ya no creíamos de a mucho, pero el tiempo pasó y un día me visitó un hombre y me dijo que quería que lo perdonara y yo no entendía nada, nunca lo había visto en mi vida. Él me dijo que era uno de los hombres que había asesinado a mi madre, mi hermano y mi padrastro, yo me llené de rabia y odio, un dolor insoportable, pues tenía en frente al hombre que se robó mi alegría, me dejó sola en este mundo y entristeció mi vida.
Este hombre me dijo donde estaba mi madre y mi padrastro enterrado, pero a mi hermano nunca lo mencionó. Entregaron los restos de ellos, pero de mi hermano aún no sé nada. Luego salí de prisión y me convertí en una mujer libre, nos trasladaron a un hotel en la mitad de Bogotá; allí nos dieron todo lo que necesitábamos, mientras preparaban a la sociedad para el recibimientos de integrantes de las FARC en su nueva vida civil.
Lamentablemente aún no se ha conseguido, sigue un estigma muy fuerte, nos nos dan la oportunidad de dar conocer nuestras historias y circunstancias. Cuando estábamos iniciando el proceso de reincorporación conocí a un compañero y me enamoré perdidamente de él, nuevamente tuve grandes esperanzas y unas de ellas son mis dos hijos”.
Una mujer emprendedora que quiere salir adelante
Jenny Paola Quitian, ahora se encuentra viviendo en San Vicente del Caguán, Caquetá, donde conoció por una amiga el Proyecto MIA – Mujer Mestiza, Indígena y Afrodescendiente, en el que participa activamente. Se trata de un proyecto enfocado en apoyar a la mujer rural y reincorporada en Caquetá y Chocó a través de educación y apoyo a emprendimientos rurales. Jenny es guerrera en su alma, nunca se rinde, pelea contra las adversidades, lucha por sus sueños, avanza con firmeza, no se deja vencer por los golpes y no se doblega ante la dureza de la vida, retirando las barreras y las imposiciones de una sociedad que ha conseguido enfermar parte de la identidad femenina.
Se siente muy feliz por tener la oportunidad de formarse y contar con el apoyo del proyecto en cada actividad. Ella tomó parte de su tiempo para contarme este pequeño fragmento de su vida y reflexionar sobre la misma, a veces es bueno escuchar entre mujeres y apoyarnos, me concedió también su permiso para compartir su historia con Colombia y que puedan conocer las circunstancias de esta comunidad. Compartir estas historias permiten desahogar un poco el cuerpo sobre los eventos del pasado.
Quiero resaltar, en mi rol como facilitadora educativa, que es una mujer muy dedicada, actualmente, realiza el curso “Mi Proyecto de Vida en el Campo” de las Escuelas Digitales Campesinas – EDC, y recalca su disposición en continuar aprendiendo junto a este proyecto que llega al Caquetá gracias al Fondo Europeo para la Paz de la Unión Europea y es implementado por Acción Cultural Popular – ACPO, Diócesis de San Vicente del Caguán y la Registraduría Nacional del Estado Civil. Tiene muchas expectativas y espera que el proyecto la ayude a progresar.
Por: Diana Marcela Marín. Facilitadora del proyecto MIA en Caquetá.
Editor: Karina Porras Niño – Periodista – Editora.