A pesar de no haber cadenas, látigos, ni ataduras, el pueblo bonaverense sigue siendo sometido, abusado y minimizado por un gobierno y una clase política que solo busca generar más riquezas. Olvidando que detrás de todo, existe una comunidad que espera ser vista con el mismo valor que son vistos los metales con los que construyeron sus muelles.
Una ciudad que no hace más que anhelar la posibilidad de caminar con tranquilidad por sus calles, sí, algo tan simple pero que hoy en día es privilegio de algunos cuantos. Olvidan que Buenaventura es un lugar donde los jóvenes sueñan con tomar un micrófono y recitar sus versos, sin temor de dar a conocer al país y al mundo entero que aún no se mueren los sueños ni la esperanza.
En el “bello puerto de mar, donde se aspira siempre la brisa pura” algunos deciden silenciar sus voces porque puede provocar que sus palabras sean apagadas vilmente, como las de los líderes sociales que son asesinados por proteger y protestar a favor del pueblo.
Tal fue el caso de Temístocles Machado, líder social caracterizado por ser un incansable luchador, pero que fue asesinado por alzar su voz ante un Estado nefasto. Como él, hay miles en Buenaventura, pero en su mayoría deben ejercer su labor a escondidas para no ser perpetrados por las balas de quienes no soportan las voces de la realidad.
Es desafortunado escuchar desde siempre al Gobierno con su típico discurso: «tenemos una deuda histórica con el pueblo de Buenaventura”, como paño de agua tibia pero las acciones son precarias y el resultado obsoleto. Buenaventura ha sido objeto de burla por parte de la corrupción, gracias a la posición geográfica la ciudad siempre ha sido vista como fuente económica por su potencial portuario.
Tanto así que los puertos que rodean la bahía movilizan cerca del 45% de la carga que circula por el país. Ante esta mirada por parte de las elites, la que indudablemente es proyectada por ojos ambiciosos y egoístas, no han importado las veces que ha sido golpeada la comunidad por el narcotráfico, la extorsión, la violencia sistemática, la falta de servicios públicos, las condiciones que limitan el acceso a la educación y como consecuencia disminuyen la competitividad de los bonaverenses.
La calidad de vida en algunos sectores de Buenaventura es precaria ya que no existen vías en óptimas condiciones, la desintegración territorial es evidente entre la zona rural y urbana, hay barrios donde sus habitantes claman la presencia del agua potable, además de la ausencia de una ciudadela hospitalaria para brindar una buena atención a los ciudadanos, los pacientes bonaverense mueren de camino a la ciudad de Cali para su atención.
Lo cierto es que Buenaventura no está olvidada, al contrario, tiene encima los ojos de los menos indicados, está en la mira de indiferentes e ingratos que segregan, discriminan y lastiman, que hacen cada vez más fuerte y latente el racismo estructural que amenaza y silencia las vidas negras e indígenas que ocupan este territorio.
Por: Suany Rodallega. Habitante rural.
Editor: Karina Porras Niño. Periodista – Editora.