Saludo a quien ha tomado parte de su tiempo para leer mi historia. Soy Diana Marcela, tengo 31 años de edad y nací en el municipio de Milán, Caquetá. Yo me crié en una inspección llamada San Antonio de Getucha a orillas del río Orteguaza, un territorio que a pesar de enfrentar la guerra, la naturaleza se encarga de entregar lo mejor de sí misma.
Soy excombatiente. Tenía solo 15 años de edad cuando ingrese a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – FARC, tomé esta decisión porque a esa corta edad de mi vida, militares del Ejército Nacional de Colombia, arrebataron mis derechos.
En las FARC estuve aproximadamente trece años, allí tenía otro nombre, me llamaba Tatiana. Estar en este grupo me hizo sentir orgullosa, porque mi dignidad como mujer que fue arrebatada, ya era respetada y recibimos una mayor importancia, teníamos roles diferentes a ser solo usadas como objetos.
Hacia el 2014, fui capturada por el Ejército Nacional de Colombia junto con otras personas y conducida a la cárcel de Florencia, condenada a 12 años de prisión. Me trasladaron luego a la cárcel El Buen Pastor en Bogotá y allí salí entre los primeros indultos que hizo el gobierno como muestra de agradecimiento por el cumplimiento del cese bilateral del fuego en plena negociación de los Acuerdos de Paz.
En ese momento, nos tuvieron en un hotel donde recibimos charlas y capacitaciones, a la misma vez, preparaban a la sociedad para el recibimiento de los excombatientes, algo que todavía en Colombia no se ha podido llevar de buena manera. También, hice parte de Gestores de Paz, donde llevábamos información del proceso de paz a cada miembro de las FARC que se encontraban en prisión.
El camino me condujo a Cuba, donde se nos fueron asignadas tareas que tuvimos que cumplir mientras se firmaba el proceso de paz; aprovechamos entonces el tiempo y creamos una fundación llamada FUCEPAZ en la ciudad de Bogotá; allí se logró una alianza con la Universidad Abierta y a Distancia – UNAD, para quienes habíamos salido indultados siguieramos con los estudios académicos, una oportunidad muy bonita que nos permitió seguir recibiendo educación, retomar nuestras vidas en esos aspectos.
Terminando mis estudios básicos, realicé luego un técnico en enfermería y en recursos humanos; lamentablemente, las oportunidades en nuestro país son insuficientes. Pero yo sigo preparándome para enfrentar el mundo a lado de mis dos hijos que son mi prioridad.
Hoy trabajo por ser una excelente maestra
En el 2020 el proyecto Mujer Mestiza, Indígena y Afrodescendiente – MIA que tiene como objetivo mejorar las condiciones de vida de mujeres rurales y excombatientes en Caquetá y Chocó, el cual llega gracias al Fondo Europeo para la Paz de la Unión Europea, realiza un proceso de selección para encontrar una facilitadora educativa y fui escogida para llevar educación a mujeres de Florencia, La Montañita, Puerto Rico y San Vicente del Caguán.
El proyecto es muy bonito porque me he formado en medio de esta pandemia a través de las Escuelas Digitales Campesinas – EDC de Acción Cultural Popular – ACPO. Gracias a este equipo puedo ser una herramienta que lleva educación al campo, una necesidad muy frecuente en nuestros territorios, puesto que hasta la educación básica es compleja desarrollarse. Dejaré todo lo mejor de mi misma, porque yo soy un ejemplo para que los colombianos vean que los excombatientes estamos trabajando para construir la paz.
En este momento me encuentro convocando a más mujeres excombatientes y rurales para que se formen a través de las EDC y aprovechen esta oportunidad que llega gracias a entidades nacionales e internacionales. En próximas cartas les seguiré contando como avanza este bonito proceso de aprendizaje.
Por: Diana Marcela. Facilitadora del proyecto MIA.
Editor: Karina Porras Niño. Periodista – Editora.