viernes, noviembre 22, 2024
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Carta del campo: Verde oscuro azabache

Desde Tumaco, en el marco del proyecto Comunicar y Proteger la Paz nos comparten esta historia dedicada a las mujeres de la Mesa Distrital de Mujeres, de la Asociación ASMUL y al pueblo negro que lucha y resiste.

Los rayos del sol daban suaves pinceladas al barco verde oscuro azabache que cargaba sobre sí una inmensa multitud con sueños, con ganas y con almas. Ahí estaba mi abuela, la que me contó que en una madrugada donde la aurora se negó a salir, el barco se varó, estuvo quieto y estático durante más de quinientos años.

Con el pasar del tiempo, el plan se convirtió en la tierra, la bacteria en la fuerza, el timón en la palabra, la brújula en el caminar-andar, la cubierta en la piel, el casco en ancestralidad, la proa en la resistencia, la popa en la memoria, los costados de los lados se convirtieron en aliados y el murmullo de la brisa, en la eterna sonrisa del son. No fue tan sencillo, pero al final el mar se volvió su amigo.

Los que allí venían se acostumbraron a vivir con los golpes duros de las olas, con los silencios profundos de quienes pasaban bien campantes y sonantes; las palmeras eran felices con su espeso color naidy y se ondeaban en cadencia respirando libertad, sin que la inundante “admiración” llegara a podrir su raíz. 

Cercado por armoniosos palos de sapotolongo que se erguían con la sonrisa del sol, se escuchaba murmurar que el barco tenía dueño, quien había decidido anclarlo y olvidarlo, porque el barco no era útil, no le generaba ningún ingreso, ni elevaba su buen nombre en ser llamado Don señor.

De repente un día cualquiera, una pequeña embarcación se acercó al barco y sin ser invitado a pasar se sentó, y sin preguntarle, empezó a dar respuestas no pedidas, afirmando hipótesis ya utilizadas en otros barcos varados, en lejanos continentes. 

La embarcación venía cargada de escuálidos y pesados postes de óxido que con el paso del tiempo, con cada respiro corría la rítmica tripulación. De polizontes pasaron a cotripulantes, enviando batiscafos por doquier convertidos en proyectos, intervenciones, estrategias y bastantes salvavidas, las benditas ayudas humanitarias, que solo sirven para no dejar morir.

Mientras probaban con cual escafandra contar una historia distinta que diera beneficios rentables, no bastando con eso dañaron el paisaje con sus insípidas almas cubiertas de palidez, con su reposada entonación fueron opacando la voz, el grito y la expresión de quienes reafirmaban que sus raíces estaban fijadas a la ennegrecida memoria de sus antepasados.

El relato de mi abuela se convierte en truenos emancipatorios, sus ojos siguen viendo silenciosamente el acontecer y el devenir, la memoria, su memoria sigue permaneciendo, sus carnes se aferran a los huesos en acto de resistencia, sus caderas se contonean al vaivén de las mareas y sus dientes se muestran como relámpagos libertarios.

Por más claro que se vuelva el barco y deje de botar la espesura azabache, la abuela se niega a bajarse.

Por: Pilar Madrid. Facilitadora del proyecto Comunicar y Proteger la Paz.

Editor: Karina Porras Niño. Periodista – Editora. 

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