En la zona centro de Bogotá, exactamente en la localidad de Santa Fe se encuentra uno de los espacios más emblemáticos de la ciudad. Se trata de la Plaza de Mercado Las Cruces, ubicada en la calle 1 AF # 4 – 60 en el barrio que lleva el mismo nombre y que desde 1928 ha visto crecer a varias generaciones alimentándose con la frescura y la alegría de los productos que allí se comercializan.
Con una arquitectura antigua que parece contar las historias del ayer y un pavo real en la punta más alta de la construcción, símbolo de prosperidad y abundancia; las puertas de la plaza reciben de lunes a domingo desde las ocho de la mañana a aquellos que prefieren la cercanía y el despertar de emociones que mercar en la plaza produce.
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Son más de 19.000 las personas que habitan este barrio y sin embargo, la nostalgia invade los pasillos de la plaza, pues según comentan algunos comerciantes la llegada de los grandes almacenes ha dificultado las ventas. La cantidad de puestos es cada vez menor, pasando de 32 en los años 60 a menos de 20 en la actualidad. Un aspecto que no solo afecta a los pequeños productores cuyo negocio es su único sustento, sino la relación cada vez más lejana que existe entre la ciudad y el campo.
«Con tanto viaje en camiones se encarece y se maltrata el plátano los frijoles, después no alcanza la plata.
Comprándole al campesino su gasto se le reduce y le queda más ganancia al que produce”
Relatos que nos invitan a volver a la plaza
En la sección de granos se encuentra uno de los vendedores más antiguos de la plaza, es don Jaime Borda, un hombre amable que desde 1955 atiende el negocio que tanto esfuerzo le ha costado. “Mi papá me enseñó a trabajar y le ayudé desde que era un niño”, comenta con serenidad mientras atiende a los clientes que lo saludan por su nombre.
Los ojos aguados resaltan cuando recuerda cómo era la plaza en sus inicios “no había tiempo para recibir pedidos ni distraerse, solo para atender a las filas de clientes que llegaban”. Reconociendo las dificultades que se presentan, don Jaime sonriendo hace un llamado para que jóvenes y adultos recurran a este emblemático lugar.
Ubicada en el centro de la plaza, doña Nubia Lota ofrece con singularidad las frutas y verduras frescas que conforman su negocio, además alegra el ambiente de la plaza con la música que pone en una esquina de su local. “La placita es mi segundo hogar”, dice mientras sonríe con mucha ternura, pues son 45 años los que lleva trabajando allí y muchos de esos años al lado de sus padres.
Con productos provenientes de municipios aledaños a Bogotá, esta mujer mantiene fuerte la esperanza de que la plaza se recupere “los clientes son casi familia, los he atendido casi toda la vida”. Por eso ahora hace domicilios, para seguir apoyando indirectamente a los pequeños productores que trabajan el campo. Una enseñanza que aprendió de sus padres cuando vendían en ese mismo lugar papa y hierbas.
Desde los cultivos de Choachí, Cundinamarca llegan a la plaza los tipos de papa más vendidos en el país, “tocarreña, sabanera, única, R12, superior y la pastusa que es la más querida por la gente porque sirve para todo”. Así lo afirma don Orlando Peña, un hombre emprendedor que desde su niñez cultivo papa y que hace 30 años la ofrece a precios justos y con ñapa a los clientes de la plaza.
Asegura que lo más importante es el cariño con que se trata a la gente, que no se puede olvidar la relación amena para que la plaza se recupere. En su negocio la papa está ordenada y escogida, “lista para lo que el cliente la vaya utilizar, le recomiendo la mejor según lo que quiera cocinar”. Una asesoría que en otros lados no se consigue y que hacen de la visita a la plaza un aprendizaje constante.
“No vaya lejos por papas si las cultiva el vecino, vaya a comprarlas cerquita en el mercado campesino.
Pa’ que tanto intermediario si está cerca el productor, cómprele di’una al vecino que cultiva con amor”
Artículo por: Karina Porras. Periodista.
Fotografías por: Lina María Serna. Periodista – Editora.