Policarpa Guzmán es una mujer dulce, llena de historias y presta a servir a todos los que la necesitan. Pero más allá de su bondad, la Profesora Polita, como la conocen todos, es una maestra formada en el sistema de escuelas normales colombianas y dedicada a la educación rural hace más de 50 años.
Como la mayoría de las mujeres colombianas de mediados de siglo XX, Policarpa nació con pocas oportunidades y con el destino marcado de casarse y dedicarse al hogar. Sin embargo, su terquedad, el sueño de ser maestra y el destino, la llevó por los caminos de la educación formándose como normalista y trabajando en varios pueblos de la geografía rural.
Siguiendo sus memorias, Polita recuerda la precariedad de las escuelas a las que llegaba, la falta de materiales didácticos y de espacios dignos para sus niños. A pesar de esta triste situación, en su relato se evidencia el tesón de sus compañeros, la recursividad y creatividad para llenar los vacíos que el Estado no veía y, por tanto, tampoco llenaba.
Caminos, montañas y ríos
Por ejemplo, la segunda Misión Pedagógica Alemana (1966), visitó las escuelas y repartió las llamadas cajas didácticas. Pola recuerda que eran hermosas, pero que ni ella, ni sus compañeros sabían cómo usarlas; así que las dejaron arrumadas.Policarpa se dedicó a entenderlas, a usarlas con sus estudiantes y a enseñarles a los demás profesores. Le puede interesar: #Opinión – De la lectura como comunión humana: Vivan los compañeros de Carlos Arturo Truque
De familia liberal, la profesora Pola también sufrió discriminación. En uno de los pueblos donde trabajó como maestra, casi la linchan por haber pintado de rojo unas materas del balcón. A pesar de los ataques, el calor y los miedos; la profesora tenía que continuar con su labor y asumir, muchas veces, el papel de psicóloga, médica, consejera y enfermera.
Sus estudiantes llegaban muchas veces sin comer a pesar de estar rodeados de comida, no tenían agua para asearse y Pola tenía que ayudarlos con todos esos problemas.
Con los años la profe detectó otra condición: qué pasaba con la población de niños especiales que habitaban en el campo, cuál era la atención que debían recibir, qué hacía el Estado por ellos. La respuesta fue la de siempre: nada.
Entonces su fuerza volvió a actuar, se preparó, estudió, pensó en su método y se dedicó a trabajar con los niños especiales campesinos. Ella misma, como madre de una niña en esta condición, vivió en carne propia la soledad y la indiferencia de la sociedad.
Pola es mi tía, fui testigo de su labor, del amor por estos niños a los que nadie ve por vivir lejos y porque no son «productivos». Pero ella, haciendo honor a su nombre, se levantó en medio de la desidia, se preparó, atravesó montañas, soportó frio y persecución para enseñarles a esos niños especiales y brillantes que el campo es la mejor escuela del mundo, y al mundo que estos niños son sus mejores maestros.
La educación rural para niños especiales: un reto que comienza
El 15% de los niños escolarizados en las zonas rurales son considerados como individuos en condición de discapacidad cognitiva. Los planes de trabajo que se adelantan en las estas escuelas, no benefician a esta población. Las profesoras multigraduales, no pueden prestarles la atención que se requiere y deben pedir la ayuda de las madres o familiares de los niños para que los acompañen en el proceso. En la ruralidad dispersa, por ejemplo, no existen lugares ni fundaciones que acojan a estos chicos y sus familias, así que deben adaptarse a lo que se les ofrece.
Otro aspecto que subrayaba la profesora Pola, es la falta de diagnóstico exacto de la condición de los niños especiales, muchos son los “bobos” del pueblo, pero nadie sabe a ciencia cierta cuál es la circunstancia o los síntomas que los definen y, por tanto, tampoco reciben el tratamiento que requieren.
De acuerdo con Policarpa, ese 15% oficial puede ser mucho más amplio si tenemos en cuenta que muchos de los niños no han recibido atención especializada o no están escolarizados, de acuerdo con sus palabras, el profesor rural debe entrar a las casas, conocer las familias, invitar a los niños a la escuela y más si estos necesitan atención urgente. Un profesor rural no espera a sus estudiantes, un profesor rural va a buscarlos.
Tanto Pola como yo concluimos nuestra charla con una serie de preguntas: dónde está el Estado, qué hace el Ministerio de Educación, cómo apoyar a los maestros rurales que quieran prepararse para atender a esta población. Espero que el ejemplo y la fuerza de la profesora Polita, sea el inicio para que muchos maestros sigan sus huellas.
Por: Diana Paola Guzmán. Equipo editorial El Campesino.