Por: Luis Alejandro salas
Hasta hace unos años había clases de religión en las escuelas de nuestra Colombia. Esta era una de las “materias” del pensum o programa de enseñanza aprendizaje, que utilizaba como texto el Catecismo del padre Gaspar Astete, sacerdote jesuita que resolvió convertir en preguntas y respuestas cortas, las que consideraba como las principales verdades cristianas.
Millares de niños aprendimos de memoria el Catecismo, al pie de la letra y había concursos para estimular el conocimiento de los estudiantes. Muchas de estas ideas quedaron grabadas en las memorias de los hoy ya mayores de edad y de vez en cuando se utilizan frases y sentencias que se aplican a la vida diaria.
Uno de los sacramentos de la iglesia católica, a la cual pertenecía la inmensa mayoría del pueblo, gracias al cual se consigue el perdón de los pecados, es la denominada confesión o también llamada reconciliación.
Cinco cosas son necesarias para hacer una buena confesión: examen de conciencia, contrición de corazón, propósito de la enmienda, confesión de boca y satisfacción de obra.
Algo parecido está pidiéndose en nuestro país, con ocasión de los acuerdos para la paz, que tanto han dividido a la opinión pública y que en cambio de habernos unido para terminar la violencia y la confrontación armada, nos han separado por diferencias de criterio y han aumentado la inquina, la aversión, la sensación de ser los dueños de la verdad y los perfectos administradores de la justicia.
Los medios de comunicación usan palabras similares y las divulgan como las interpretan. Esta conciliación que buscamos podemos decir que tiene sus exigencias.
1 – Tenemos que examinar nuestra existencia para reconocer las fallas, errores o crímenes.
2 – Tenemos que darnos cuenta del mal que hemos hecho por nuestra culpa, con nuestras palabras, nuestras acciones, con lo que hemos dejado de hacer.
3 – La voluntad ha de estar dispuesta a vivir de otra manera para evitar lo malo y proponernos lo bueno.
4 – Nos corresponde pedir sinceramente perdón por nuestras ofensas, quizás en privado y en público.
5 – No podemos olvidar el resarcir los daños que causamos a otros. Es posible que las leyes de la organización social nos impongan alguna penalidad que hay que cumplir.
Todos tenemos que participar, cada uno de manera individual y en grupo, para desarmar nuestros espíritus, para pedir perdón y perdonar, no solamente a los que están entregando sus armas físicas sino a todas las demás organizaciones, legales o no.
Al prójimo debemos darle oportunidad para que esté en el buen camino; tenemos que invitarlo a que pague lo que debe; tenemos que considerarlo como nuestro amigo y aunque piense y obre de manera diferente hay que considerarlo como hermano.
Se requiere que obremos mancomunadamente para hacer un país más solidario y pacífico, justo y educado, progresista y alegre.
No nos hagamos daño y procuremos construir un mundo mejor.