Ayer compartimos la primera parte de este articulo, haciendo un recorrido por la historia de la guerra en Colombia y resaltando la gestión de inclusión que hace el restaurante El Cielo, que dan una oportunidad de trabajo a personas desmovilizadas y soldados victimas del conflicto armado, en épocas de paz; ahora daremos a conocer la historia de vida de Juliana Sarmiento, una ex-guerrillera que hace parte del equipo de trabajo de este restaurante.
Y yo decía “yo algún día tengo que ser guerrillera”
Juliana Sarmiento una mujer de tez morena, delgada y con ánimos de salir adelante, llegó a El Cielo con las ganas más puras y dolientes de ser esa mamá luchadora que siempre quiso ser.
“Me llamo Juliana Sarmiento y voy a cumplir 33 años. Yo llegué aquí por parte de la ACR (Agencia Colombiana para la Reintegración) ahora en junio cumplo dos años. Yo fui ex-combatiente del frente quinto de las Farc, duré tres años y medio, eso fue mucho para mí, porque cuando yo me fui tenía tres niños y los dejé con la mamá del papá.
Yo entré al grupo porque desde muy niña siempre vi guerrilla, yo vivía en el campo y a uno siempre le metían esos ideales diciendo que el Estado era malo y los campesinos siempre creemos todo eso. A mi casa llegaban muchos mandos y yo tenía un tío que era comandante de la guerrilla. A mí me gustaba mucho todo ese mundo y yo decía “yo algún día tengo que ser guerrillera” y no me importó dejar a mis hijos. Yo a veces sufro mucho y digo que en este momento estoy pagando el haberlos dejado”.
Juliana se despierta todos los días con una tristeza que invaden sus ojos de dolor; sale a las calles con miedo a que la maten por haber entregado a más de un terrorista. La seguridad que le deberían brindar fue desapareciendo y, a esa mujer que fue capaz de salir de la guerra por amor a sus hijos, nadie le cuida la espalda. El único apoyo emocional que tiene en este momento es una de sus hijas menores, Mariana, una niña de 11 años que logra entender el ardor de las lágrimas de su madre.
Cuando ella se desmovilizó se enamoró del soldado que la ayudó a entregarse, con él tuvo una niña que hoy ya tiene 32 meses pero, por desamor, su padre, aunque le dio el apellido, no responde por ella; el día que fueron a bautizar a la pequeña, ella volvió a caer y hoy vuelve a tener 7 meses de embarazo con un parto programado para el 7 de junio de este año.
No recuerda con ira su vida en la guerrilla porque, en medio de todo, dice que le supo sacar provecho y así fuera con dinero bañado en sangre, pudo hacer la casa en la que viven sus hijos mayores. “¿Yo en la guerrilla que hacía? Estar en un campo, esperando que a uno le llegue el ejército para combatir o hacer compañía a superiores. Yo dormía en hamacas o en lo que fuera, una vida en el monte no se compara con la vida civil; la mayoría del tiempo yo estaba en el pueblo, yo me encargaba de recibir cosas para hacer explosivos, jamás puse una mina porque para eso tienen que ser personas muy prácticas, a mí no me capacitaron para eso pero si acompañaba a ponerlas. Me tocaba recibir cosas que mandaban para Urabá y yo tenía que subirlas al monte, me tocaba sacar droga al pueblo para entregarla a otras personas. Yo andaba con mi arma, la que siempre le dan a uno la K47, yo la usaba para hostigamientos porque jamás tuve un combate”.
No todo eran minas, disparos, caminatas infinitas por el monte, hambre y dolor. Juliana, también cuenta experiencias alentadoras para seguir su camino.
“Mi mayor experiencia en la guerrilla fue cuando ayudé a volar a una niña que tenía 16 años y estaba en estado de embarazo, esa fue mi más bella experiencia. Yo ya estaba de fija en el pueblo y recibía todo, compraba el mercado, celulares, camuflados al ejército, granadas y demás. A ella la mandaron a mi casa por el golpe que se dio cuando estaban cruzando un río. Por la casa donde estábamos llegaba mucho el ejército, a ella y a mí ya nos tenía fichadas, yo aparecía en carteleras con mi alias Susana, número de cédula y foto. Ella me decía “flaca yo no me quiero ir, yo estoy embarazada y si me voy me hacen un legrado” me pedía mucha ayuda hasta que me arriesgue y hable con un sargento que conocía para que la sacaran, le presté ropa y se la llevaran para el bienestar familiar. A mí me citaron allá y las dos llorábamos juntas de ver lo que habíamos logrado”.
Aún quedan residuos de la guerra y aunque Juliana quiera regresar a su pueblo y ver a sus hijos, no puede porque sabe muy bien quien es la guerrilla que queda por ahí. Ellos pasan que los guerrilleros se vuelen, pero no pasan que entreguen gente o armamento, y ella también entregó la pistola y el camuflado de su jefe. Ella arriesgó mucho su vida pero ahora está dispuesta a ser una nueva mujer.
Autor: María Paula Moreno, Estudiante de Comunicación Social, Voluntaria. @MariaPau9504
Editor: Katherine Vargas Gaitán, Periodista Editora. @KatheVargasg