Las recuas con decenas de mulas cargadas con café, plátano, panela o caña cruzaron las montañas del país, los arrieros abrieron los caminos de la colonización del viejo caldas, norte del valle y otras regiones de la Colombia campesina.
Por: Andrés A. Gómez Martín.
El arriero está desapareciendo del campo, los medios de transporte llevan la carga más rápido por las carreteras nacionales, sin embargo en la Colombia profunda son los arrieros quienes aún siguen llevando la carga hasta los pueblos más alejados.
La historia cuenta que las recuas de mulas caminaban parejo por las inclinadas montañas de Antioquia, Caldas y Risaralda. El caporal iba al frente de la primera mula guiando el camino, pero de vez en vez regresaba por el filo de la montaña para vigilar la fila de animales y a los otros arrieros.
Alpargatas apretadas hasta más arriba del tobillo, delantal de cuero para asistir las herraduras de las mulas, pañoleta roja para protegerse del sol, poncho y sombrero blanco con banda negra, machete, carriel y el aguardiente para enfrentar los problemas del camino.
Hacia finales del siglo diez y nueve, los arrieros transportaban la carga; el café, las mesas de billar, las campanas de las iglesias, la comida, la chicha y las herramientas del campo. Hombres curtidos y de férreas convicciones religiosas, conocían palmo a palmo cada montaña, cada páramo, cada estanco en donde arrimaban a comer, tocar el tiple y la guitarra en medio de coplas y versos que narraban los acontecimientos de los largos viajes, el sol y la lluvia, los amores y los desamores.
Pueblos que ahora son ciudades como Pereira, nacieron gracias a los arrieros, la perla del Otún fue un cruce de caminos entre las cordilleras, Antioquia, la sabana de Bogotá y el pacífico sur.
No se nace arriero, el proceso para lograr aprender el oficio es largo y lleno de sacrificios, entrar a las fincas, hasta la última vereda para sacar los productos de los campesinos a los pueblos, requiere de experiencia que solo el camino sabe enseñar.