Un crimen humanitario y ecológico que pone en duda la posibilidad de la paz en Colombia
Por Kenny Lavacude
Para muchos colombianos el municipio de Tumaco, la quebrada Pianulpí, y los ríos Guisa y Mira eran realidades muy lejanas o inexistentes. En los últimos días, sin embargo, han alcanzado una gran notoriedad, tanto en el ámbito nacional como en el internacional. Por desagracia esta notoriedad no tiene nada que ver con sus hermosos paisajes, su riqueza natural, su potencial turístico o la alegría de sus gentes, tiene que ver con el acto criminal perpetrado por las FARC al derramar más de 410 mil galones de crudo en las fuentes hídricas que abastecen a más de 160 mil personas de la región y representan el sustento de un pueblo dedicado a la pesca y a la agricultura.
En efecto, el crimen humanitario y ecológico contamina 81 kilómetros de fuentes hídricas y afecta gravemente a las comunidades de la zona y al ecosistemas de flora y fauna en uno de los atentados más graves de los últimos años en el país.
El macabro recorrido del crudo a lo largo del río Mira terminó en el Océano Pacífico dejando a su paso muerte y destrucción, y a la población sumida en una mayor pobreza. El hecho constituye un atentado contra la población civil del casco urbano de Tumaco y sus veredas rurales.
Tumaco tiene una población cercana a los 200 mil habitantes, de los cuales más del 40 por ciento es rural. Tanto los habitantes urbanos como los rurales dependen de la pesca artesanal, de la agricultura -principalmente de palma africana, arroz y cacao- y de un incipiente turismo para su supervivencia. Todos las fuentes de ingresos y de sustento fueron afectadas por el atentado, y las posibilidades de recuperación no se vislumbran en el tiempo, aun con los grandes esfuerzos de las autoridades locales, nacionales y de la sociedad civil.
Estos lamentables hechos criminales, además, generan tristeza y desconcierto en todo el país y ponen en duda la posibilidad de que los colombianos algún día podamos alcanzar la paz.