Por: Andrés Fernando Silva Valero
“Transfiguración” es una palabra que puede parecer extraña si no se sabe qué significa. La Transfiguración se relaciona con una de las fiestas más importantes que tiene la Iglesia Católica, celebrada el 6 de agosto y que fortalece la fe, porque deja en nuestro corazón un deseo enorme de la eternidad, de llegar al Cielo.
En la Biblia, los Evangelios narran la Transfiguración de Nuestro Señor Jesucristo en un monte llamado “Tabor”. Jesús llevó a Pedro, Santiago y Juan, que eran tres de sus apóstoles, a un monte alto y estando en aquel lugar se transfiguró ante ellos, es decir, su apariencia cambió, entonces su rostro se puso tan resplandeciente como el sol y sus vestidos se volvieron tan blancos como la luz. (Mt 17, 1-2)
El momento en que se da la Transfiguración del Señor ante sus apóstoles, estos quedaron llenos de gozo, con una alegría enorme en sus corazones al ver la belleza del Señor y contemplar la hermosura de sus vestiduras que eran de un blanco tan reluciente, que por más que alguien lavara tanto una prenda quedaría así.
¿En qué consistió la Transfiguración?
Es muy importante saber en qué consistió la Transfiguración, pero lo es todavía más, que guardemos en nuestro corazón la alegría que produjo a los apóstoles que Jesús se mostrara así a ellos. Esta alegría, es una alegría que nos llena de esperanza en la Vida Eterna que creemos como católicos, pues tenemos fe en que después de que morimos, no morimos para siempre, sino que Jesús nos espera en la otra Vida con los brazos abiertos, deseoso de que lleguemos a su presencia y vivamos para siempre con Él en el Cielo y lo veamos cara a cara, resplandeciente como lo vieron sus apóstoles en el monte Tabor.
La Transfiguración es un adelanto en la tierra del Cielo que nos espera, pero para llegar a vivir allá, es necesario que luchemos día a día para alcanzarlo, pues no basta solo en desear el Cielo, hay que vivirlo.
Vivir el Cielo es saber cargar con nuestra cruz todos los días, llevar con alegría y fortaleza nuestras tristezas y dolores, para que al encontrarnos con Jesús nos vea dignos de Él y nos reciba con gozo en la Eternidad.