Hace poco tiempo atendí el viaje de un grupo de profesores indígenas extranjeros que venían becados a una intensiva capacitación de un mes en una Universidad. Habían ganado con méritos su derecho a una beca completa por su trayectoria como maestros y por el servicio prestado a los niños y niñas de comunidades indígenas.
A los pocos días de llegar, una de las profesoras tuvo una repentina hemorragia que nos alarmó. Fue llevada de urgencia al Hospital Universitario y, a pesar de la cuidadosa atención médica, fue imposible salvar al bebé que estaba esperando. Gracias a los cuidados del hospital universitario, su vida se salvó.
La joven había ocultado a su marido su embarazo pues, de habérselo contado, éste le habría impedido viajar y ella habría perdido la beca que con tanto esfuerzo se había ganado. También omitió el chequeo médico previo al viaje que le habría garantizado la vida a su tercer bebé. ¡Ya había tenido dos pérdidas antes del segundo mes de embarazo por falta de oportuna atención médica!
A pesar de los riesgos, la maestra confió en que su cuerpo respondería sin problemas. La profesora decidió quedarse en el curso, recibió atención psicológica en la Universidad y, luego de un mes, regresó a su país con su certificado final. Sin embargo, como me enteré más tarde, su vida familiar se le convirtió en una pesadilla.
Casos como este hacen parte de las múltiples fallas en la atención de salud a las madres gestantes en todo el mundo. Aquí, por las razones descritas, una madre por tercera vez pierde un hijo y, sólo por fortuna, logra salvarse. Sin embargo, en pleno siglo XXI, 830 mujeres mueren diariamente por causas totalmente prevenibles, relacionadas con el embarazo y el parto. Cada año 302.000 familias se quedan sin mamá, con todas las consecuencias que trae para un hogar la ausencia de la madre: orfandad, viudez, abandono de los niños y niñas, desintegración familiar, etc.
Aunque entre 1990 y 2015 se redujo la tasa de mortalidad materna en el mundo -un 44%-, proteger la vida de una madre durante el embarazo y el parto impone unir los esfuerzos sociales, particularmente en los países “en vías de desarrollo”, en donde hoy está el 99% de los casos de las muertes maternas, durante el embarazo y el parto.
Retos que ningún político enfrenta
De acuerdo con el informe (2016) de la OPS/OMS, UNICEF, el PMA y UNFPA, en Colombia mueren al año más de 400 mujeres por razones asociadas con el embarazo y el parto y “… fallecen cerca de 8.000 recién nacidos al año (…) Las cifras más alarmantes se registran en Amazonas, Chocó y Vaupés.” [i] Por ello, hacia allí se deben orientar los esfuerzos de gobiernos, familias y autoridades sanitarias.
La mortalidad materna es mayor en las zonas rurales y en las comunidades más pobres. Engendrar un bebé en el campo o en medio de la pobreza, pareciera condenar a las madres a la falta de atención médica y al olvido de las autoridades de salud. Las adolescentes corren mayor riesgo de complicaciones y muerte a consecuencia del embarazo. Y en Colombia ¡casi 1 de cada cuatro mujeres en estado de embarazo es menor de 18 años!
Y sobre esto, ningún candidato habla. La vida de las madres y de los niños poco importa a los políticos.
[i] Ver: Reducción de la mortalidad materna y neonatal con enfoque intercultural, de derechos y de género OPS/OMS, UNICEF, PMA, UNFPA.
http://iris.paho.org/xmlui/bitstream/handle/123456789/33713/9789275319314-spa.pdf?sequence=1&isAllowed=y
Por: Bernardo Nieto Sotomayor- Equipo Editorial El Campesino.