Sembrando entre el concreto, el proyecto de agricultura ecológica de ‘Chava’

Elizabeth Sánchez es una de las pocas muiscas que aún vive en la localidad de Suba, en donde decidió quedarse para seguir sembrado sobre la tierra que araron sus ancestros.

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Andrés Neira

A diario llegan vecinos del sector en busca de hortalizas hasta la casa de Elizabeth Sánchez Caita, o ‘Chava’, como es conocida. Su huerta está ubicada en el barrio Tuna Baja, localidad de Suba. Detrás de su casa tiene una siembra de 765 m2 (metros cuadrados) donde cultiva espinaca, lechuga, repollo, acelga y varias hierbas aromáticas.

La huerta en el sector es una despensa, y también es el punto de encuentro del Cabildo Indígena Muisca de Suba, al menos de lo que queda de él. Al llegar, me hizo seguir por un camino sobre el costado de su casa. Estaba cubierto por pedazos de baldosa y teja de Eternit, para contrarrestar los efectos del invierno, pensé.

‘Chava’ es una mujer morena, de 52 años, estatura baja y sonrisa perenne. “Pertenezco a los muiscas de Suba, soy raizal de aquí. Mis abuelos fueron los fundadores de la región y eran agricultores”, dice. Tiene una hija, de 16 años, a quien enseña sus secretos de la agricultura y acerca sus antepasados; la joven le ayuda a su mamá en los quehaceres del cultivo.

Me condujo hasta una improvisada sala de reuniones justo detrás de su casa, amenizada al calor de una pequeña fogata cercada por un par de ladrillos. “¿Aguapanelita?”, me preguntó; acepté el ofrecimiento. “Esperemos a que lleguen las mamitas”, un grupo mujeres que se reúne todos los viernes en la huerta, acompañadas de sus hijos. Una labor que adelanta la biblioteca de la localidad para hacer lectura infantil y otras actividades culturales.

Foto: Andrés Neira

Un proyecto productivo en casa

Sin más espera, nos introdujimos al plantío. Sí, un sembradío que resiste en medio de edificaciones. Y de entrada, un golpe espeso de olor a campo, profundo, inevitable, que me trasladó a lugares que visité en la infancia; una reacción sensorial, como si la memoria pudiera volver por la nariz.

“Aquí tengo quinua, brócoli, apio, lechuga, perejil y varias aromáticas”. Orgullosa me fue enseñando cada uno de los cultivos que tiene en la huerta. También tenía cilantro y algunos surcos de maíz azul, la materia prima que sirve para la elaboración de la chicha, bebida que comparte cuando se reúne con el cabildo.

Y es que todo lo tiene en ese admirable pedacito de tierra, además de un pozo de agua manantial que también germina en el lugar. “Para el abono, se recoge la cáscara del huevo y de todo lo que uno consume en la cocina, y luego se tapa en una caneca. Se revuelve al tercer día, y ese poco de compos se va regando en las matas. Y así se come uno buenas hortalizas; sin químicos”.

Foto: Andrés Neira

Asegura que las semillas transgénicas son malas, porque ya vienen muy sintéticas, “¿entonces qué vamos a comer? ¿Químicos?”, expresa desconcertada. Para ella es mejor contar con una semilla propia y hacer cambalache, como suele hacerlo con el cabildo indígena. “Trueque, como hacían nuestros abuelos”, afirma.

Confiesa que le preocupa el creciente aumento del impuesto predial, y aunque tiene arrendada una parte de su casa, 4 millones de pesos anuales no se pagan solo con la venta de hortalizas. Una situación que preocupa al cabildo, que también ha intercedido ante instancias locales para que se haga una reducción en el cobro de la obligación.

Finalmente, deja atrás su zozobra con un suspiro y delimita su terreno con la mirada. De vuelta a la visita guiada y a modo de reflexión dice: “¿Para qué tanto ladrillo presidente?, dediquémonos a la agricultura, que eso es lo de nosotros”. Pronuncia cada palabra como si el propio presidente Iván Duque estuviera frente a ella, escuchándola hacer este llamado profundo para que los agricultores sigan sembrando la tierra que acaparan los latifundistas.

Un cabildo que resiste en Suba, la tierra del Zipa

Con la llegada de los españoles en 1537, la estructura política y económica de los muiscas en Suba se disolvió y dio paso al sometimiento de los indígenas. En 1538, los nativos solo conservaron un resguardo. En los años siguientes, según la crónica de Fray Eugenio Ayape, “el sometimiento de Suba fue una obra de paz sin resistencia”; los indígenas eligieron entablar una amistad con los conquistadores para conservar sus territorios.

En esta región, el pueblo Muisca contaba con un vasto entorno natural, donde se destacaba la riqueza forestal constituida por los bosques del Cerro de Suba y la Conejera, y la riqueza hídrica, con la laguna de Tibabuyes y humedales sobre el margen oriental del río Funza —hoy río Bogotá—, que facilitaba el desarrollo de sus actividades agrícolas.

Como si se tratase de justicia divina, el cabildo indígena, disuelto desde hace muchos años en Suba, recupera su reconocimiento legal a través del Ministerio del Interior en 1991. Esta apertura de espacios de su reconocimiento y participación política, ha permitido recuperar saberes e identidades al cabildo.

Y sobre la tierra del Zipa, esa misma en la que los abuelos de ‘Chava’ compartían la palabra, la chicha y sembraban la tierra, una huerta reúne las costumbres y a los pocos indígenas que quedan de la región. Aquí se reúnen los olvidados, un pueblo que se rehúsa a decir adiós a su legado con el paso del tiempo. (Le puede interesar: Un taller para aprender a diseñar una huerta ecológica)

Foto: Andrés Neira

Por: Andrés Neira. Periodista.
Editora: Mónica Lozano. Periodista – Editora.

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