Papa escribió cartas a Jesús, al rey David, San Francisco de Sales, Santa Teresa de Ávila, Pinocho y otros; fue una de las formas con la que el Papa Juan Pablo I se dirigió a cada corazón por diferente que fuese.
Por Andrés Felipe Lasso
Hubo no hace muchos años un Papa que escribía cartas a personajes de la historia; santos, escritores, reyes; incluso aquellos salidos de la imaginación de un escritor como el mundialmente conocido Pinocho. Lo hacía de forma tan natural, que da la impresión al lector que el particular escritor conocía profunda y personalmente a sus deschavetados remitentes. Este hombre era Albino Luciani, más conocido como Juan Pablo I, el Papa de la sonrisa, o el Papa de Septiembre, pues su pontificado ha sido uno de los más breves de la historia.
De su pontificado que duró apenas 33 días se puede decir que estuvo marcado por gestos de humildad y sencillez, propios de su forma de ser. Su partida abrió el camino para que fuese elegido como Papa Karol Wojtyla, quien adoptaría su mismo nombre Juan Pablo II, hoy Santo.
Escribir cartas a Jesús , al rey David, al barbero Fígaro, a la emperatriz María Teresa, a Mark Twain, Charles Dickens, Christopher Marlowe, Pinocho y otros era quizá la forma del Papa Juan Pablo I de dirigirse a cada corazón, en sus particularidades y diferencias; pues todos aun no queriendo, tenemos algo con que identificarnos de estos personajes.
A Pinocho le escribe como si fuese un joven común y corriente, le habla de rebeldía, pubertad, de noviazgo, tentaciones, de fe, vocación y muchos temas propios de esta etapa de la vida; de manera que cualquiera puede sentir que está escrita directamente para sí, es decir como si un Papa nos hablara de tú a tú. Esto mismo pasa con las demás cartas inclusive con la última que es con seguridad la que más revuelve las entrañas, es aquella dirigida a Jesús.
Romper el paradigma de escribir sólo a quienes conocemos -el amigo, el familiar- es en cierta forma brindar a otros la posibilidad de sentirse querido, escuchado; es también la posibilidad de escudriñarnos a nosotros mismos y escribir; por ejemplo, una carta a nuestro Yo niño, anciano, pecador. Escribir de una manera distinta, des interesada y generosa para otro, así yo sea ese otro, es también una forma de derribar las fronteras existenciales de las que habla el Papa Francisco.
«la Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria»
Francisco
El Papa Luciani, nos muestra con su ejemplo que la escritura y la imaginación no tienen límite, que un corazón lleno de buenas intenciones logra con lo más ficticio transformar lo más real y qué los pequeños gestos y sencillas palabras son inclusive más dicientes que un vacío, ostentoso y categórico discurso.