El orgullo es una actitud que aleja a los demás de nosotros y nos aboca, a largo plazo, a situaciones de soledad y sufrimiento.
Por Sebastián Campos
Fragmento de un artículo publicado por Catholic Link
Hablar del orgullo y plantear estrategias y formas para vivir alejado de él es cosa difícil, entonces me entusiasmo a proponerte algunas ideas que espero que no sean solo teoría, palabrería y frases bonitas para luego compartir en redes sociales, pero que nadie es capaz de poner en práctica.
De hecho, el orgullo nos hace un poco eso. Nos presentamos como cristianos (y compartimos cosas en Internet) pero nos cuesta reconocer que el ser y vivir como tal nos queda grande. Nos damos poco espacio para reconocer, con las mismas fuerzas, nuestras fragilidades y pecados.
Lo que quiero es ayudarte con el asunto que nos convoca: el orgullo. Su definición nos ayuda a mirarlo como algo no muy ajeno a nuestra realidad: “Exceso de estimación hacia uno mismo y hacia los propios méritos por los cuales la persona se cree superior a los demás”.
Debemos amarnos a nosotros mismos, es de hecho, algo que Jesús nos pide, pero el problema es cuando la balanza se nos carga para uno de los dos lados (generalmente el nuestro).
¿Pero cómo hago para seguir escribiéndote sin ponerme como alguien superior a ti? Es una tentación recurrente. Yo estoy en la misma lucha que tú, entonces quiero proponerte algunos ejercicios espirituales, para mirar hacia dentro de nosotros mismos, no con un afán inquisidor y justiciero, sino que con el mismo amor con el que Dios mira nuestros corazones, para ir por más y convertirnos verdaderamente. Acá van:
- Conócete a ti mismo
Aquí está la piedra fundante del asunto. Cuando la autoestima falla generalmente hay dos caminos: nos vamos a pique o nos inflamos de fantasía.
Cuando no somos capaces de reconocer quiénes realmente somos y no valoramos lo que Dios ha creado en nosotros, podemos tropezar con una piedra de orgullo que nos escuda para que nuestras vulnerabilidades de carácter queden a salvo y nuestra fragilidad no se vea herida.
Conocernos a nosotros mismos es importante, pues, encontrarnos con nuestros propios límites nos ayuda a valorar de forma más objetiva quiénes somos y eso es el primer paso para evitar caer en una “excesiva estimación de uno mismo”. Somos buenos, sí; somos frágiles también; sí, todo eso en un mismo envase.
- Ejercita unos oídos que escuchen con amor
Aun cuando consideremos injusta alguna crítica o comentario, abramos los oídos con humildad, buscando, aunque sea difícil, lo bueno y edificante que haya en esas palabras. Nada más torpe de nuestra parte que hacer oídos sordos cuando creemos que alguien no tiene la razón. Todos tenemos razones desde nuestro punto de vista y hacer al menos el esfuerzo por atender y retener lo que se nos dice, habla bien de nosotros y nos ayuda a descubrirnos.
- Reconoce el tesoro que hay en los demás
Nos pasa que subestimamos a los demás. San Alberto Hurtado tenía una expresión que se hizo muy popular sobre cómo hacer apostolado: “un fuego que enciende a otro fuego” (si deseas te recomiendo el libro). Él decía que en los demás hay un fuego que ya existe (aunque sean brasas) nosotros no hacemos más que encenderlo, darle nuevas fuerzas. Aun en la gente más sencilla o incluso en los que confiesan públicamente no tener fe, hay algo de Dios, algo de historia y no podemos pasar sobre ella.
El papa Francisco tocó el tema en una de sus homilías, explicando que es “ponerse en un plano de superioridad del tipo que fuese, sintiendo que no se comparte la “común vida de los mortales”, y que se reza todos los días “gracias Señor porque no me has hecho como ellos”.
La próxima vez que tengas la oportunidad de confiar algo delicado a alguien, hazlo. Que el celo y la desconfianza sobre las habilidades y características del otro no te jueguen en contra. Busca formas de confiar en los demás, de descubrir de qué son capaces y de que hay cosas buenas en ellos. Da un paso al costado, un paso de humildad.
- No se trata de cuánto tienes sino de cuánto puedes dar
No es que podamos inflar el pecho pensando en cuánto tenemos de Él, porque Él ya nos lo dio todo; sino se trata de cuánto estamos dispuestos nosotros a darle. Si hay algo de lo que con justicia podríamos sentirnos orgullos (tal como san Pablo en sus últimos días) es de haber peleado el buen combate, de haberlo entregado todo a Jesús y haber renunciado incluso a nuestros propios planes.
Te invito a hacer un recuento del último tiempo, no de las experiencias formativas, galardones y reconocimientos recibidos. No te midas a ti mismo en logros, mídete más bien en esfuerzo, en renuncia, en entrega. ¿A qué cosas difíciles has tenido que renunciar para ayudar a otros a crecer? Que esa lista no quede en un papel, sino en tu corazón, para que cada vez tengas cosas nuevas que ir agregando.
- Ten a alguien con autoridad sobre ti
Se trata de alguien (no tan cercano a ti como un familiar o tu pareja) que pueda mirar tu vida con objetividad. Alguien a quien rendir cuentas (ya sea un director espiritual, un acompañante, un hermano mayor o lo que quieras). Esto te ayudará no solo a reorientar las decisiones y mirar la vida en comunidad, sino que es un ejercicio de humildad que desplaza al orgullo.
Abrir el corazón a alguien y reconocer que nos cuesta y que necesitamos un empujoncito no es señal de debilidad, sino de grandeza y humildad. El mismo Jesús pidió compañía a sus amigos cuando la noche se puso más oscura que de costumbre en el Getsemaní.
- Busca ayuda (ser cristiano no es cosa de superhéroes)
Este camino es importante que no lo recorras solo. Busca ayuda, consejo y soporte en otros. Desprenderse del orgullo sí o sí te ayuda a reconocer que no lo puedes todo por ti solo, que necesitas de otros y que necesitas de Dios. Aceptar las propias limitaciones (sobre todo las que tienen que ver con la lucha espiritual y con la conversión personal) tiene todo que ver con el vivir comunitariamente estos procesos. No tenemos súper poderes para ir solitarios enfrentando las dificultades, Dios nos hizo vulnerables para que vivamos estas cosas junto a otros y junto a Él.
Tomar tiempo a diario para compartir los sufrimientos y las luchas con otros, gente de confianza, espiritual (pero también con Dios) es una forma muy importante de dar la pelea contra el orgullo y las muchas otras tentaciones que nos va poniendo el enemigo.