Esta es una de las preguntas que surgen a propósito del proyecto sobre “Fortalecimiento de Valores Cívicos y Democráticos”, ejecutado por ACPO mediante alianza con el Reino de Bélgica y la Registraduría Nacional del Estado Civil. Y es que hablar de nuevas ciudadanías es hablar de reconocimiento, un principio esencial de los Estados que quieren pasar de una democracia formal a una democracia real.
Esa es una de las grandes apuestas del mencionado proyecto, pues, según se lee en sus objetivos, además de “crear redes y saberes” es necesario propiciar “el reconocimiento y la vivencia de ambientes democráticos activos”. Nos preguntamos entonces: ¿Qué es y qué debe ser el reconocimiento en una sociedad democrática?
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Reconocimiento es respeto, que se basa en validar al otro como interlocutor; implica valorar las distinciones y las identidades –de ellos/ellas y de nosotros– lo que nos lleva a dudar y a evaluar nuestra propia forma de pensar, para construir nuevas realidades con los otros, pues en la comunicación no se trata de imponer sino de crear algo en común.
Por lo demás, cuando en calidad de ciudadano participo de la deliberación con quienes manejan otras perspectivas, desde otros horizontes o puntos de vista, contribuyo a la construcción de mi propia vida, tanto individual como colectiva.
Y en ese sentido, me ciudadanizo con la palabra pública, al acceder a lo que Enrique Dussel llama “lógica de la alteridad”, que comienza con el cara a cara y “significa enfrentarse al Otro” como ésa o ése que piensa diferente pero que, no por ello, pasa a ser mi enemigo o mi enemiga.
Por la vía del reconocimiento podemos destacar y potenciar los valores y aportes de otras culturas que, en realidad, también hacen parte de nuestras culturas. Entonces, reconocimiento es lo opuesto a la violencia con sus diversas manifestaciones, entre éstas negación o desposesión de derechos, discriminación, maltrato, violación, exclusión, racismo, indignidad, injuria, humillación, xenofobia… Por lo tanto, el reconocimiento se enmarca en una relación constitutiva de la subjetividad, pues, como dice Nancy Frasser, “uno se convierte en sujeto individual en virtud de reconocer a otro sujeto y ser reconocido por él”.
En otras palabras, el acto de reconocerse y ser reconocido es lo propio de las nuevas ciudadanías, cuyo principio esencial es la inclusión, es decir, el acceso al derecho a ser visto y a ser oído, pues quien no es reconocido no existe como sujeto político.
De ahí la importancia de proyectos como el de valores cívicos y democráticos, que van en la dirección de propiciar espacios de convivencia, para hacer viable la reconciliación y, por lo tanto, la construcción de la paz.
En esa misma línea de acción, el investigador argentino Jorge Huergo dice que el verdadero fin del proceso educativo es no solo el interjuego entre interpelaciones y reconocimientos –que también podemos denominar “interaprendizaje”– sino el cambio en las prácticas socioculturales cotidianas, es decir, “en los modos de hacer y de ser, en los saberes, en las formas de pensar, de posicionarnos…”.
Así, podemos subrayar que el verdadero conocimiento solo ocurre mediante una creación colectiva que, es según vemos, uno de los grandes objetivos de este proyecto: el desarrollo de conocimientos, valores y destrezas necesarias para que nuestra Colombia pueda contar con una verdadera sociedad democrática.
Por: Juan Carlos Pérez Bernal. Equipo Editorial El Campesino.