Milagro eucarístico hizo retroceder las olas del mar ante la hostia consagrada.
Por Nicolás Galeano
Cuando pensamos en milagros eucarísticos nos solemos referir a sucesos en que la hostia consagrada se convierte en la carne y en la sangre de Cristo. Pero hay otros en los cuales la propia hostia consagrada ha sido el vehículo por el cual se ha realizado un milagro. Una de los más conocidos de estos milagros es el de Tumaco, Colombia, donde una hostia consagrada fue el vehículo, sobre el que oró toda la población, para evitar un tsunami que hubiera barrido la ciudad.
El suceso tuvo lugar el 31 de enero de 1906, en el pueblo de Tumaco, situado en una pequeñísima isla en la parte occidental de Colombia, bañada por el océano Pacífico.
Hallábase allí, el reverendo padre fray Gerardo Larrondo de San José, teniendo como auxiliar en la cura de almas al padre fray Julián Moreno de San Nicolás de Tolentino, ambos Recoletos.
Eran próximamente las diez de la mañana, cuando comenzó a sentirse un espantoso temblor de tierra, siendo este de tanta duración que, según cree el padre Larrondo, no debió bajar de diez minutos, y tan intenso, que dio con todas las imágenes de la iglesia en tierra. El pánico se apoderó del pueblo, que se agolpó en la iglesia y alrededores, llorando y suplicando a los padres que organizasen inmediatamente una procesión. Lo que pareció más prudente los padres, fue animar y consolar a los fieles, asegurándoles que no había motivo para tan horrible espanto como el que se había apoderado de todos, y en esto se ocupaban los dos fervorosos ministros del Señor cerca de la iglesia, cuando advirtieron que, como efecto de aquella continua conmoción de la tierra, iba el mar alejándose de la playa y dejando en seco quizá hasta kilómetro y medio de terreno de lo que antes cubrían las aguas, las cuales iban a la vez acumulándose mar adentro, formando como una montaña que, al descender de nivel, había de convertirse en formidable ola, quedando probablemente sepultado bajo ella o siendo tal vez barrido por completo el pueblo Tumaco, cuyo suelo se halla precisamente a más bajo nivel que el del mar.
Aterrado entonces el padre Larrondo, acercándose precipitadamente hacia la iglesia, sumió a toda prisa las hostias del sagrado copón, reservándose solamente la h ostia grande, y, acto seguido, vuelto hacia el pueblo, llevando el copón en una mano y en otra a Jesucristo Sacramentado, exclamó:
¡¡Vamos, hijos míos, vamos todos hacia la playa y que Dios se apiade de nosotros!!
Poco tiempo había pasado, cuando ya el padre Larrondo se hallaba en la playa, y aquella montaña formada por las aguas comenzaba a moverse hacia el continente, y las aguas avanzaban como impetuoso aluvión, sin que poder alguno de la tierra fuera capaz de contrarrestar aquella arrolladora ola, que en un instante amenazaba destruir el pueblo de Tumaco.
No se intimidó, sin embargo, el fervoroso sacerdote; antes bien, descendió intrépido a la arena y, colocándose dentro de la jurisdicción ordinaria de las aguas, en el instante mismo en que la ola estaba ya llegando y crecía hasta el último límite el terror y la ansiedad de la muchedumbre, levantó con mano firme y con el corazón lleno de fe la sagrada Hostia a la vista de todos, y trazó con ella en el espacio la señal de la Cruz.
La ola avanza un paso más y, sin tocar el sagrado copón que permanece elevado, viene a estrellarse contra el ministro de Jesucristo, alcanzándole el agua solamente hasta la cintura.
Apenas se ha dado cuenta el padre Larrondo de lo que acaba de sucederle, cuando oye primeramente al padre Julián, que se hallaba a su lado, y luego a todo el pueblo en masa, que exclamaban con euforia:¡Milagro! ¡Milagro!.
Aquella ola se había contenido instantáneamente, y la enorme montaña de agua, que amenazaba borrar de la faz de la tierra el pueblo de Tumaco, iniciaba su movimiento de retroceso para desaparecer, mar adentro, volviendo a recobrar su ordinario nivel y natural equilibrio.