En las últimas décadas las políticas agrícolas han dejado mucho que desear, si bien se han prometido grandes obras y esfuerzos para recuperar el campo, las cifras aseguran otra realidad. La coyuntura política y económica resulta provechosa para generar conciencia en torno a la construcción de otras dinámicas en el campo colombiano.
Por: Andrés A. Gómez Martín.
Fotos: Nicolás Cubillos.
Quibdó es el principal centro poblado del Chocó, su primer nombre fue Citará, este nombre fue concebido por el fray Matías Abad Mastodon en el año de 1648, pero tomaría el nombre de San Francisco de Quibdó, gracias a que en el asentamiento ya vivian colonos españoles y algunos mineros criollos que empezaban a explotar las tierras del pacifico.
Allí nos quedamos en una casa de familia, algunos conocidos del reportero gráfico Nicolás Cubillos nos acogieron en su hogar, de inmediato empiezan a contarnos sus historias, pero fue inevitable fijarnos en que llovía a cantaros. Nos sentamos en el andén de la casa y observamos atónitos como en apenas diez minutos el agua rebozaba el viejo sistemas de alcantarillado de la capital chocoana. Según datos del IDEAM en el Chocó está el lugar donde más llueve en el mundo, es el municipio de Lloró, allí llueven hasta 16 mil mili litros por año.
Esta región está abandonada por el estado, lo que leíamos en los diarios en Bogotá sobre las quejas de los habitantes, las denuncias de la contraloría y la defensoría del pueblo, estaban allí, a primera vista. El hospital, la cárcel y los bomberos parecen haberse detenido en el tiempo, tan solo una pequeña máquina de bomberos atiende las emergencias, el hospital apenas si puede atender algunas emergencias y la cárcel como en el resto de Colombia, presenta sobre población.
Por las calles de Quibdó se siente una energía contagiosa, a pesar de la pobreza extrema, de tener los índices de corrupción más acentuados del país, las gentes caminan elegantes, sus ropas coloridas y sonrisas que dejan ver siempre una perfecta dentadura.
Doña Rita Mosquera, una abuela de 80 años, recuerda la vieja industria de velas que existió hasta la década del setenta en el pueblo, Rita afirma que el estado nunca se olvidó del ellos, es que el estado por aquí nunca ha llegado, afirmó.
Al malecón de del río Atrato, recientemente remodelado, llegan pequeños barcos que traen desde el corazón de la selva, gruesos troncos de madera, cientos de racimos de plátano, cajas con chontaduro y almirajó. La música suena en cada esquina, la salsa de Ismael Rivera, los boleros de Tito Rodríguez y los clásicos de la sonora matancera hacen parte de la banda sonora de todas las mañanas. El viaje termina con un pequeño recorrido por el río Atrato, un pescador se sorprende cuando le decimos que deseamos ir por el río, él acepta pero es contundente con una advertencia, solo podemos navegar 10 minutos hacia abajo y 10 minutos hacia arriba, porque si pasamos la frontera se nos complica el paseo, sostuvo.
Las dragas que buscan oro y platino en el fondo del Atrato y de sus afluentes están por allí cerca, sin permiso no es posible navegar el río.
El campesino de esta región sobre vive en medio de las más difíciles y deterioradas condiciones, las vías de acceso son una utopía, el precio de los combustibles siempre está por los aires y solo la presencia militar es palpable como forma de presencia estatal, los indígenas desplazados por la violencia viven en condiciones lamentables en asentamientos marginales, el campesino afro colombiano con dificultad encuentra mercado y precios aceptables para sus cultivos. A pesar de todo, el ánimo y las ganas de trabajar por una vida digna no disminuyen. La lógica de la esperanza en el Chocó es admirable, en el día a día los habitantes consolidan una forma única de vivir la vida, atravesada sobre todo por la cultura festiva y la imperdible alegría e ilusión que con la firma de la paz las cosas ahora sí van a mejorar. Fueron 1.300 kilómetros recorridos en bus, moto, chalupa y avión.