Son las 6 de la mañana y el profe Gildardo, un maestro rural ejemplar, se alista para salir de su casa ubicada al norte de Popayán. Su destino es la vereda Buenavista, localizada a 15 kilómetros de la capital caucana, allí se encuentra la institución educativa en la cual ha trabajado durante los últimos 22 años. Se trata del Centro Educativo Buenavista, una escuela que alberga a 100 niños, en su mayoría indígenas y campesinos de la zona baja del municipio de Totoró.
Aunque 22 años parece mucho tiempo, el profe comenzó su carrera docente siendo un muchacho de 17 abriles. Su primera experiencia fue en la escuela de Aguas Vivas, ubicada en la zona alta del municipio de Totoró. Recién egresado de la Normal Superior Los Andes, de la Vega, Cauca, tuvo que empacar maletas y marcharse lejos de su familia para cumplir con su misión de educar.
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Consigo llevó los conocimientos adquiridos en una de las más prestigiosas normales del suroccidente colombiano, pero también la sabiduría campesina heredada de sus padres. Esa valiosa conjunción marcó su actuar personal y profesional, pues abiertamente se declara y procede como un orgulloso “agrodescendiente” del Macizo Colombiano.
«el profe comenzó su carrera docente siendo un muchacho de 17 abriles»
En Aguas Vivas, tuvo que ganarse el respeto de la comunidad. Gracias a su tesón e incansable esfuerzo logró tras 17 años de trabajo mancomunado, un entorno escolar favorable para los jóvenes campesinos, en su mayoría hijos de los labriegos dedicados al cultivo de papa.
Mientras trabajaba junto a ellos, dentro y fuera de las aulas, logró convencerlos para que, mediante procesos de negociación y organización comunitaria, consiguieran ser los dueños de los terrenos que por décadas habían cultivado para otros, fue el primer paso para que este proceso se concretizara de forma pacífica y concertada.
Transformación del entorno escolar, social y económico
La familia fue el principal motivo para que el profe buscara un traslado hacia una región más próxima a la ciudad de Popayán, fue cuando en 1996 arribó a la escuela de Buenavista. Desempeñándose como Director Rural de esta institución, comenzó un proceso de transformación socioeconómica y cultural en la comunidad, en el cual la educación era el eje primordial.
Eran tiempos difíciles para los indígenas y campesinos de esta zona, con pequeñas parcelas, poco productivas y monopolizadas por el cultivo de fique, los ingresos familiares eran escasos y se presentaban altos índices de desnutrición en los niños. Con nostalgia, el profe recuerda cómo los pequeños llegaban a la escuela sin zapatos, después de recorrer largos trayectos por caminos y trochas pedregosas.
Amparado por la Ley General de Educación, surgió Semillas de Vida, un proyecto que respondía a esas dificultades, en el que el trabajo comunitario fue el pilar fundamental de la propuesta. Como buen campesino, el profe decidió que lo primero que tenía que resolverse era la cuestión alimentaria.
«la huerta escolar, un espacio que servía para fortalecer la nutrición de los niños y que igualmente fomentaba el respeto y el amor por la agricultura en los estudiantes»
Con ese propósito fue creada la huerta escolar, un espacio que servía para fortalecer la nutrición de los niños y que igualmente fomentaba el respeto y el amor por la agricultura en los estudiantes, al ser directamente implicados en su manejo. Aunque los resultados comenzaban a darse, sobre todo en lo relacionado con el mejoramiento de la seguridad alimentaria, el profe percibía que hacía falta un componente muy importante para la sostenibilidad del proyecto.
Un apoyo financiero a partir del cultivo de café
Para reforzar este ineludible aspecto, el profe junto a su ya consolidado equipo de trabajo, se apoyó en un cultivo que ya conocía y había labrado familiarmente desde su juventud en las montañas del Macizo Colombiano. Ese cultivo era el café, el cual por tener una base gremial sólida, representaba la oportunidad de obtener recursos económicos para la continuidad de la iniciativa.
Fue entonces como desde el año 2000 comenzó a cultivarse café en Buenavista, este era trabajado de manera conjunta con otros cultivos, como plátano, maíz, yuca y frijol. Lo que buscaba reforzar los componentes sociales y económicos del proyecto de manera simultánea. En este sentido, el café era utilizado para tener un sustento financiero, mientras los otros productos se usaban en el restaurante escolar de la institución.
Así, el proyecto ganaba autonomía y se posicionaba ante las instituciones departamentales, de esta manera se sumaron apoyos desde diferentes entidades, como la Corporación Autónoma Regional del Cauca – CRC, la Universidad del Cauca y la Federación Nacional de Cafeteros. Igualmente, se obtuvo el respaldo de la Secretaría de Educación Departamental, las sucesivas administraciones municipales y el Cabildo Indígena de Paniquitá, autoridad indígena de la zona.
Los pilares de este proyecto educativo
Esta propuesta educativa tuvo como base 4 ejes fundamentales, en primer lugar un componente académico y pedagógico, que rescataba la sabiduría popular en los procesos de enseñanza. En segundo lugar, a formación para el trabajo, en el que los niños al salir de la escuela podrían replicar lo aprendido en las parcelas de su familia.
Así mismo, fue indispensable el componente de recreación y deporte, que posibilitó espacios adecuados para el desarrollo integral de los niños, con actividades como futbol, voleibol y pista atletismo. Además de espacios para el aprendizaje, como un sendero ecológico y dos lagos. Y por último, el desarrollo humano integral, enfocado en inculcar en los pequeños, los principios y valores necesarios para el buen vivir comunitario, enmarcados por el respeto a sus ancestros y a la naturaleza.
«formar ciudadanos empoderados de sus territorios, orgullosos de sus raíces y líderes en la consecución de un buen vivir social y comunitario»
Actualmente, y a pesar de las dificultades, la escuela de Buenavista en cabeza del profe Gildardo, continúa promoviendo este tipo de educación, contextualizada y promotora de cambio social. Una educación en la que el compromiso y el ejemplo del docente, son esenciales.
Al respecto, el profe recuerda con humor como en una ocasión unos padres de familia, recién llegados a la vereda fueron a buscar al director de la escuela y al ser recibidos en la huerta, por un hombre con botas de plástico y tierra hasta las orejas, se mostraron sorprendidos de su cargo en la institución.
Ya son casi 40 años dedicados a la educación rural, tiempo en el cual la familia del profe se ha multiplicado, pues ya no solamente está conformada por su esposa Maty y sus 2 hijos, quienes han sido un apoyo fundamental, sino por los cientos de niños que ha enseñado y en los cuales ciertamente ha dejado una huella imborrable.
La historia del profe Gildardo bien podría ser la de cualquier docente rural colombiano. Una historia marcada por la perseverancia y el amor por su profesión. Profesión en la que deben ausentarse, días, semanas e incluso meses de sus hogares, con el más noble propósito: formar ciudadanos empoderados de sus territorios, orgullosos de sus raíces y líderes en la consecución de un buen vivir social y comunitario.
Por: Manuel Guzmán Muñoz. Habitante del Cauca.
Editor: Lina María Serna. Periodista – Editora.
Que historia de vida laboral y personal tan interesante. Eso se llama amor y trascendencia