¿Qué sería del tinto sin la greca? En los pueblos cafeteros el tinto de la plaza se sirve de la greca, antes o después de la misa el café es el centro de negocios y reuniones.
Por: Periódico El Campesino
Javier Patiño es un campesino de Circacia, un pequeño pueblo del Quindío. A sus 70 años de edad ya ha visto de todo, o bueno casi todo lo que un hombre curtido en las tareas del campo puede ver. Sus padres, campesinos del Tolima grande, llegaron al Quindío atraidos por la bonanza del café a principios de los años 20. A lomo de mula cruzaron la cordillera central y encontraron en Circarcia el terruño ideal para vivir.
No fueros ajenos a los embates de las violencias, Javier y sus doce hermanos crecieron en medio de las matas de café, los molinillos y las bestias. Desde niño su padre le encargaba tareas varias de la finca, rastrillar el café, apilar los granos y amarrar los bultos con el mítico sello de café de Colombia en los burros que sacaban la carga al pueblo y a la capital, Armenia.
Pero uno de los recuerdos de Javier, aparte de la misa de seis de la tarde, es la greca del café. En el cafe de Circacia donde los comerciantes pudientes del grano y de otros productos se reunían a realizar las transacciones, estaba aquella greca de cobre, robusta, grandota y con un águila en la parte superior.
Aquella greca tenia un sin fin de barillas, manijas y tubos, en cada tinto el vapor salia, era el sonido característico de esa maquina, el personaje que la manejaba, recuerda Javier, era un Antioqueño, de los pioneros, de sombrero blanco, carriel y machete al cinto. Era todo un arte, afirma, no cualquiera se le media a la responsabilidad de servir el mejor tinto del Quindío por esa época.