miércoles, mayo 14, 2025
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Campesina le da modernismo y color a la ruana boyacense

Aieth Ortiz Campesina, Artesana de la Vereda de la Sabana- Villadeleyva- Boyacá,  tejidos en lana de Oveja.
Aieth Ortiz Campesina, Artesana de la Vereda de la Sabana- Villadeleyva- Boyacá, tejidos en lana de Oveja.

Por Alejandra Paredes

Esta es la historia de vida de una Campesina llamada Alieth Ortiz, Nacida en la Vereda de la Sabana a quince minutos de Villadeleyva, donde se crío y aprendió de su tradición cultural conocida como tejido artesanal proveniente de los Muiscas. A sus tres años de edad esquilaba ovejas con su abuela y cuidaba su rebaño de 60 ovejas. Todos los días le asignaban una tarea diferente. Los primeros días le tocaba dormir junto al rebaño y permanecer atenta a cualquier situación que ocurriera. La semana siguiente tuvo una tarea diferente y fue esquilar su primera oveja, al contar este día dice: “ lo recuerdo como si hubiera sido ayer” pues fue una de las experiencias más increíbles que ha tenido y tiene en su vida. Todo comenzó con una oveja que era más grande que ella, pues la pequeña Campesina apenas tenia tres años de edad y era “una niña chiquita comparada con esta enorme oveja”, cuenta ella.

Su abuela le mostró cómo hacerlo y le enseñó el oficio paso por paso. Alieth fue tan buena que su abuela le dijo que nació para tejer artesanalmente, pues tenía un don que día explotar con los años. Las madrugadas para ésta campesina eran esquilando ovejas y arreglando su lana. Mientras que las tardes eran para cuidar su rebaño y apreciar los hermosos paisajes que tiene su Sabana. Tanto así, que con el pasar de los años, esta Campesina plasmó sus paisajes en una idea. Se levantó una mañana y le pregunto a su abuela por qué no representar en los tejidos de lana lo que ella siempre había llevado en sus recuerdos y en su corazón. La abuela la miró asombrada y le preguntó a qué se refería. Ella, segura de lo que quería, le dijo iría a comprar unas tintas e intentaría plasmar lo que su corazón y su mente sentían.

La joven Campesina se fue a su taller y comenzó a mezclar tintas sobre la lana, plasmando así los paisajes y atardeceres que veía cuando era una niña y cuidaba sus ovejas. Al pasar la tarde, regresó a su casa donde su abuela estaba tejiendo y le mostró su obra de arte, su nueva creación. Al verlo, su abuela no lo creía, pues reflejaba su hermosa sabana en una ruana, que es de los productos más significativos de la región de Boyacá.

La campesina creativa de la que todos comenzaron hablar en el pueblo se convirtió en una mujer reconocida por su amabilidad, su innovación y su entrega en los tejidos artesanales. Esta Campesina emprendedora decidió crecer y salir adelante, pues es madre cabeza de familia. Su idea fue poner un local dentro de la plaza de Villadeleyva y vender ahí sus artesanías donde maneja: ruanas, sacos, chaquetas, abrigos, bufandas, guantes, sombreros, y botas entre otras cosas. Todo lo que ella vende es creado y hecho por ella, pues tiene su diseño y marca propia llamada Alieth Tejidos Artesanales.

Esta increíble mujer tiene una fundación de 35 campesinas tejedoras de lana oriundas de la región, las cuales se encargan de visitar veredas, fincas, y regiones aledañas con el fin de fomentar la tradición cultural de esquilar ovejas, y tejer su lana, para jamás perder este crecimiento Campesino que lleva años de tradición.

Alieth es una campesina que ha pasado por una vida difícil, pues la escasez de trabajo, de comida y de dinero la ha llevado a sentirse sola e infeliz en algunos momentos. Pero así mismo la ha llenado de valor y de fuerza para luchar por sus hijas y salir adelante, pues las capacidades y el amor que tiene por su oficio son las que hacen día a día que esta campesina sea una mejor persona, y un increíble ejemplo de vida.

Por otro lado algunos campesinos de la Vereda de la Sabana, han ido implementando y desarrollando nuevos productos, pues ya existen ocho locales dentro de la Plaza de Villadeleyva- Boyacá, donde campesinas oriundas de la región venden sus tejidos con su propio sello artístico, con el fin de mostrar su diseño y su manera de tejer sus productos artesanales. Ellas no cuentan con apoyo del Gobierno, pues las tienen olvidadas, el apoyo campesino es el que las ha hecho crecer, pues entre ellas venden en locales de campesinas conocidas o simplemente ponen en su propia casa del pueblo un puesto en donde exhibir y vender sus creaciones artesanales.

El proceso de la lana no es tan fácil como parece, pues principalmente se debe contar con un buen rebaño, luego se debe manejar una buena alimentación y un buen cuidado en las ovejas, con el fin de que estas den una excelente lana.

Las ovejas, al ser esquiladas, deben saberse cortar y así mismo debe manejarse una excelente limpieza de la lana para que ésta obtenga un color y una textura como la de un algodón y al ser tejida no pique.

A las ovejas les tarda en crecer su pelo entre el año y año y medio, mientras ellas vuelven a lanar lo suficiente para poder retirarles de nuevo su pelaje.

El tejido puede durar haciéndose entre los 3 meses a 4 dependiendo el producto pedido o deseado, así mismo el secado de la lana y el lavado tiene un proceso de otros largo meses, por ello estas campesinas deben contar con un buen rebaño para, a lo largo del año, estar en constante trabajo y no quedarse varadas por cualquier circunstancia. Este proceso lo hacen varias de las mujeres de la región día a día, para lograr así crear sus productos y poder venderlos en sus diferentes locales para obtener su sustento diario.

Ésta es una de las miles de historias que Villadeleyva y sus veredas aledañas tiene por contar, pero es una de las historias más cercanas que he tenido pues me tocó el corazón, y la admiración que tengo por esta gran campesina es enorme, puesto que ha sido una guerrera que ha estado en una constante lucha por no quedarse en su finca, desaprovechando del don y las oportunidades que su tradición le ha brindado, sino se ha puesto metas, que día a día ha ido cumpliendo por sus propios medios.

Fernando Gaviria gana oro en Mundial de Pista

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Cortesía de Federación Colombiana de Ciclismo. Con lágrimas de emoción Fernando Gaviria celebró su victoria.
Cortesía de Federación Colombiana de Ciclismo. Con lágrimas de emoción Fernando Gaviria celebró su victoria.

Por Alejandra Valbuena

Con tan solo 20 años, Fernando Gaviria se coronó como campeón mundial del Ómnium en el Mundial de Ciclismo de Pista que se realizó en París entre el 18 y 22 de febrero. Acumulando 205 puntos, el ciclista colombiano se ratificó como rey de la regularidad en el Velódromo nacional de Saint Quentin en Yvilines, escenario que recibió a los mejores exponentes de este deporte.

El antioqueño hizo un gran trabajo sobre la pista. Durante la primera jornada del Ómnium se ratificó como líder alcanzado 110 puntos en las pruebas de Scracth, Eliminación y Persecución Individual. En el segundo día de competencias su astucia lo llevó a ejecutar una excelente estrategia y así abrirse paso en el Velódromo de París, siempre teniendo como objetivo el primer lugar. A pesar de su caída en una de las pruebas, Gaviria logró superar a sus oponentes entre los cuales destacaban el italiano Elia Viviani, el Australiano Glenn O´shea y el campeón mundial del año 2014, el francés Thomas Boudat.

Con este triunfo Gaviria le otorga a Colombia el quinto título mundial de Ciclismo de Pista, el primero lo consiguió Cochise Rodríguez en el año 1971 en Varese, Italia, en la categoría de persecución individual. Las preseas doradas regresaron hasta el año 2006 con María Luisa Calle que salió victoriosa en la prueba del Scracth en Burdeos, Francia. En el año 2011 y 2014 el pedalista Edwin Ávila ganó títulos internacionales en la prueba por puntos.

Por su parte una de las cartas colombianas, Fabián Puerta, debió retirarse de la competencia luego de sufrir una fuerte caída. Puerta alcanzó la quinta posición en el kilómetro contrarreloj y el séptimo lugar en el Keirin. En total fueron cinco días de competencia para la delegación colombiana de ciclismo de pista donde los demás corredores también alcanzaron importantes marcas

 

Mercado de las Pulgas: entre el rebusque y el arte

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Fotografía de Viviana Avendano - La creación del artesano, momento íúnico de imaginación e ingenio.
Fotografía de Viviana Avendano – La creación del artesano, momento íúnico de imaginación e ingenio.

Por Viviana Avendaño

Entre smog, policías, ladrones rondando por las calles, desplazados con niños en las aceras, tacones, corbatas y vendedores ambulantes, la gente transita este martes 26 de octubre a las doce del medio día con mucho afán. Estoy parada en una zona muy particular del centro de Bogotá, específicamente, en la carrera Séptima entre calles 23 y 24. Van y vienen a esta hora: secretarias, empleados, empresarios y gente del sector, aparentemente la mayoría sale a buscar su almuerzo, a compartir con los amigos y compañeros y a descansar por un rato. Hay una buena variedad de restaurantes, algunos extranjeros, otros muy comerciales y unos cuantos de comida típica.

Para muchos de los que caminan a esta hora existe un lugar invisible a su rutina. Se trata de una feria artesanal, bastante grande, que se llama Mi Colombia Linda, ubicada sobre esta misma dirección. Debo aceptar que algunas veces había visitado este lugar, pero solo con la misión de conseguir películas “piratas” de títulos bastantes difíciles de encontrar. Nunca me había detenido a contemplarlo con mucho cuidado, pero explorar sus detalles, sus colores y su mercancía, eran ahora el motivo de mi visita.

Según el Sistema Nacional de Información Cultural del Distrito, la “artesanía es la actividad de transformación para la producción de bienes a través de oficios que se lleven a cabo con predominio de la energía humana de trabajo, físico y mental, complementado generalmente con herramientas y máquinas relativamente simples, condicionadas por el medio ambiente físico y por el desarrollo histórico”. Con esta información me presto a recorrer entonces, las principales ferias y ventas de artesanías en Bogotá.

Primera Estación

Al dejar la caótica calle en la cual está ubicada esta feria artesanal, me encuentro con un lugar que huele a incienso penetrante, mezclado con algunos aromas de detergente para pisos, no es muy agradable para el olfato a decir verdad, pero sin hacer caso decido entrar.

El lugar no es muy amplio, está perfectamente diseñado para que en cada espacio se ubiquen los

Fotografía de Viviana Avendano - La mayoría de la clientela de la feria artesanal son trabajadores del sector.
Fotografía de Viviana Avendano – La mayoría de la clientela de la feria artesanal son trabajadores del sector.

vendedores, en promedio cada local tiene un metro de profundidad, dos de ancho y tres metros de alto. Cuando se transita por este lugar, da la sensación que se está caminando por un centro comercial, aunque uno muy particular, pues las delimitaciones no son tan claras, entre locales los límites no se respetan, la competencia entre vendedores por acaparar los clientes es evidente, los precios varían entre unos y otros y la variedad no es muy amplia.

Paulina Amaquoña, una ecuatoriana que tiene un local dentro de la feria artesanal, el más amplio para mi gusto, tienen dentro de su mercancía una gran variedad de artesanías colombianas y algunas prendas típicas del Ecuador, además de elementos de decoración rústicos y modernos. Los precios de sus artesanías oscilan entre los 10.000 y 180.000 pesos. Con desinterés y apatía, me cuenta que hay días en los que no vende nada, “Hay mucha gente aburrida por la poca venta de la feria, las personas en esta ciudad miran mucho pero no compra nada”, dice Paulina Amaquoña, mientras acomoda algunas prendas en las repisas de su puesto abarrotado de piezas curiosas.

En este tipo de ferias, la mayoría de los compradores son turistas norteamericanos y europeos, que llegan en búsqueda de artesanías colombianas, detalles precolombinos y prendas tejidas a mano. No todos los vendedores trabajan en esta feria por el amor al arte, los problemas sociales obligaron a muchos de ellos a buscar algo qué hacer y encontraron en estos espacios un medio para poder subsistir.

Ahora hablo con Ana quien, al igual que Paulina, es una vendedora de artesanías en este lugar. Es una mujer de aproximadamente 65 años, tiene un local de venta de joyas de fantasía, velas, bronces, copas y demás elementos para el hogar. A pesar de ser una de las fundadoras de la feria, pues cumple 18 años trabajando en ella, dice que se siente muy desanimada. Me explica que a veces no hay ni para pagar los 446.000 pesos que le cuesta el arriendo del local. “El gran problema es que han llegado muchos vendedores que ofrecen su mercancía muy barata, sin importar la calidad, y eso hace que el negocio se caiga, aquí pareciera que el trabajo no valiera, se pide mil pesos por algo que en realidad cuesta tres mil o cuatro mil y el cliente compra sin preguntar nada”, comenta Ana con un asomo de frustración en el rostro.

Según me cuenta Ana, su esposo fue uno de los fundadores de esta feria hace más de 20 años y ella tuvo que seguir al frente del negocio luego de que él falleciera. Me dice que al administrador de la feria poco le importa el problema de precios o afluencia de público, para él, “lo único que importa es que cada mes se le pague su mensualidad”, concluye Ana mientras observa posibles clientes rondando su local.

La música también tiene su espacio en esta feria. Krock Anime es el nombre de un local de música, su dueño se llama Javier, un joven de unos 28 años de edad. Allí vende afiches, videos, discos compactos, camisetas, parches, revistas de anime, y demás objetos de tributo musical, de géneros que van entre el rock, el metal y el rap. En promedio, me dice que vende 40.000 pesos diariamente, lo que le alcanza para pagar el local y vivir con apenas lo necesario. Me cuenta que su suerte cambió cuando decidió vender música y no insistir más en las artesanías, pues explica que, especialmente los jóvenes, consumen más este tipo de mercancías. Javier es uno de los pocos vendedores agradecidos que encontré en este recorrido.

Segunda parada

Ya con una visión de lo que es una feria artesanal, ese lugar que reúne toda esa muestra de artículos tradicionales, que exalta el regionalismo y patriotismo y donde hay espacio para productos más comerciales y cotidianos decidí dar un giro y buscar en otro lugar. El mercado de las pulgas. Este lugar es, para muchos capitalinos, nacionales y extranjeros la actividad de fin de semana o bien porque hay poco dinero, o bien porque es una opción para disfrutar de las antigüedades y el mercado de lo usado, o bien porque quieren ir a ver lo que algunos llaman ‘chécheres’ pero para no dar lugar a especulaciones Alba Lucía Montoya, una artesana del mercado de las pulgas de Usaquén, me sacó de la duda. Me contó que en las artesanías se pueden dar cita artesanos y artistas, quienes trabajan los accesorios y quienes deciden venderlas, que no siempre son las mismas personas. Los mercados de las pulgas, contrario a las ferias artesanales, son espacios de venta de cualquier mercancía, artesanal o no, en donde los mismos dueños de los objetos ofertados hacen directamente la venta.

Esta segunda feria, de aspecto más pintoresco y más concurrida que la anterior, decido recorrerla de una manera diferente. Decidí caminar los puestos mostrándome más como compradora que como reportera. Me doy cuenta que Alba Lucía también es artesana, su pinta la delata, viste con una falda ancha de múltiples colores, aretes con la bandera de Colombia, blusa muy parecida a las bailarinas de cumbia y unas alpargatas. En su puesto vende distintos tipos de accesorios artesanales para mujeres, en donde se pueden encontrar collares, pulseras, aretes de distintos tipos de piedras, cuadros y pañoletas. Dice que ama su trabajo, vende su mercancía con mucha pasión, saluda a los clientes, les sonríe y con toda la amabilidad del caso los despide. En Usaquén se respira arte por todas partes. Hay una sensación de tranquilidad y armonía, por tal razón, camino y pregunto por los artículos en cada uno de los casi 40 puesto que existen en esta feria.

Averiguando un poco, supe que el mercado de Usaquén empezó a funcionar en 1990 y desde entonces, se ha especializado en ofrecer antigüedades, artesanías y obras de arte. Alba Lucia, me sorprende ahora con su gran conocimiento sobre la historia de la localidad de Usaquén, me cuenta que “era de lejos, uno de los pueblos cercanos a Bogotá más hermosos, aquí vivían indios, campesinos y ciudadanos en paz y armonía, por estos lados quedaba la hacienda de Clara Sierra, propietaria de muchas fincas de esta zona, que con el tiempo se convirtieron en fincas artesanas”. Alba

Lucía es una mujer mayor, se nota por sus arrugas y su pelo blanco muy corto. Recuerda también, que antes no era necesario tomar el bus para llegar al pueblo, tenía que caminar por horas o montar a caballo para poder llegar a su destino. Su mirada se pierde por un momento y parece transportase ahora a sus recuerdos de infancia y se dibuja en su rostro la nostalgia y la añoranza por ese pasado.

Aprovecho la distracción de mi improvisada guía para atender el llamado de Francisco Laverde, vecino de la carpa de Alba Lucia, quien me ofreció un asiento de aquellos que él diseña en madera para que la conversación fuera más amena. Al sentarme todo empezó a fluir, conversé durante casi dos horas, mi forma de ver aquel mercado cambió radicalmente. “Este mercado es un corredor mágico, en él han pasado indígenas de hace varios años… también están los famosos “mochileros”, que vienen y van de día y de noche, están por un momento y vuelven a partir… venden sus artesanías que han hecho durante el transcurso de su viaje, ellos son los que se encuentran sentados en el piso, en el inicio del mercado por la carrera Séptima, mírelos allí”, me cuenta Francisco con una voz pasiva. Se nota que es un hombre tranquilo, su vestimenta aparenta cierta frescura, es de color blanco y logra que muchos compradores se acerquen solamente por la calidez que se respira en torno a sus artesanías de madera.

Para muchos ciudadanos, el mercado de las pulgas es un lugar al que solamente se va a pasar una tarde de domingo, pero años atrás, el mercado era el símbolo del trueque entre nuestros antepasados. No es simplemente un lugar que ha diseñado la alcaldía para dar trabajo a distintas personas en el que arriendas carpas a los artesanos y entre ellos llegan a un acuerdo para encargarse del pago de los servicios: agua, luz y vigilancia, tras él hay una historia y tradición que muchos de los que continúan vendiendo conservan todavía.

Fotografía de Viviana Avendaño - El artesano hace un dibujo de la creación de la joya, cuyo nombre es La Interpretación.
Fotografía de Viviana Avendaño – El artesano hace un dibujo de la creación de la joya, cuyo nombre es La Interpretación.

Según Alba Lucia, el periódico New York Times, hace 10 años, le dio la fama al mercado de las pulgas de Usaquén, cuando un periodista vino a Bogotá y al llegar escribió sobre este mágico oasis, colorido, alegre y cargado de historias, que se podía encontrar en medio de las avenidas, edificios e imponentes puentes de la ciudad. Pero no todo es alegría en el mercado de las pulgas, Francisco, detiene por un momento la conversación y hace una particular denuncia: “Los comerciantes siempre tienen plata, los artesanos hoy en día no… ellos se están extinguiendo… ¿por qué? Por el alto costo de los materiales. El artesano vende lo que puede crear con el material en el que ha podido invertir y si no hay plata pues no hay arte… otra cosa es el comerciante, ese compra, a casi precio de costo, lo que después va a revender triplicando su valor, y en eso querida amiga no hay nada de arte” concluye con desazón .

Alba Lucia sale de su ensimismamiento y se une a la propuesta añadiendo que las ferias artesanales del centro han dañado la magia de los artesanos, pues en su concepto, “el Distrito, con las reubicaciones, no ha hecho otra cosa que ganar dinero y desmeritar el trabajo”. Su tesis puede tener fundamento, cuando en las oficinas turísticas se le advierte al extranjero, que en esas ferias o mercados del centro de la ciudad, se le puede cobrar hasta el doble por cualquier mercancía.

Llena de información y tocada por ese sentimiento de repudio que me genera ver cómo el modelo consumista asigna a todo un valor comercial y se impone sobre el valor inmaterial de las creaciones de estos artesanos, decido enfocarme en el público que se encuentra en este lugar, a comparación de la feria artesanal del centro, es un público mixto en cuanto a géneros, estratos y edades.

Se pueden observar varios extranjeros que se muestran muy interesados en las figuras y materiales de la artesanía colombiana. La feria o mercado, como quieran llamarla, ofrece a los artesanos diferentes carpas de colores que le permiten organizar mejor su mercancía, así como darle a los potenciales clientes toda la comunidad para disfrutar de la muestra de buenos productos a buenos precios.

El mercado de las pulgas abre los viernes, sábados y domingos desde las horas de la tarde. En esos tres días cada vendedor puede llegar a realizar ventas de unos 200.000 a 300.000 pesos. Pero la oportunidad de ofrecer productos tiene su condición pues las personas que ocupan carpas en el mercado artesanal, deben estar inscritas ante el IPES (Instituto Para la Economía Social), el cual coordina a los artesanos de este lugar asignándoles lugares y sitios en el espacio público. Camilo Ardila es el gestor Misional del IPES en el mercado de Usaquén. Él subraya, que el mercado de las pulgas ha tenido una gran transformación desde hace muchos años, ya que “el espacio del mercado es una zona recuperada gracias a la reubicación de todos los artesanos y vendedores ambulantes”. Según informes, el mercado de las pulgascuenta con tres asociaciones y dos grupos de trabajo que auspician el progreso y bienestar del mercado.

La gran diferencia que hay entre una feria artesanal y un mercado de las pulgas es inmensa, no solo por la variedad de cosas exóticas que se pueden encontrar, sino también por la calidad humana que allí se percibe. Recorriendo lo pude comprobar, el experimento me funcionó, la visión de lo artesanal ahora es muy diferente. Hay que tener corazón y arte para la venta, no puede tener otra explicación para que tantos colombianos encuentren en las artesanías su razón para seguir luchando por una buena vida y el medio de sustento que tienen que luchar bajo un puesto o una carpa.

Los fantasmas del Salto del Tequendama

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Foto de Victoria Flórez. Casa Museo Salto del Tequendama
Foto de Victoria Flórez. Casa Museo Salto del Tequendama

Por Victoria Flórez Vellojín

Son muchas las historias que se cuentan acerca del Salto del Tequendama. Unos dicen que allí están las almas en pena de aquellos que se han suicidado saltando desde lo alto de la cascada y que vagan por los alrededores del lugar, otros dicen que el Hotel del Salto fue abandonado porque se encuentra embrujado, y que supuestamente en ocasiones en esta edificación es posible ver apariciones y escuchar los gritos de los espíritus. Incluso la formación del Salto es atribuida a un mito indígena que dice que el salto se formó por obra divina para evacuar las aguas que inundaban a Bogotá. Y entonces se pregunta uno, ¿cómo fue que un lugar tan popular en el siglo XX, que se distinguía por sus lujos y por hospedar a personas de dinero y prestigio, pasó a convertirse en el objeto de muchas historias de terror?

***

Al llegar al Salto del Tequenadama lo primero que se ve es una edificación de paredes blancas y techo rojo, con muchas ventanas y balcones, adornada por columnas talladas, y una bandera de Colombia ondeando en la entrada. Hoy se conoce como la Casa Museo Salto del Tequendama, que funciona como un museo dirigido por la Fundación Granja Ecológica El Porvenir, con el apoyo de la Universidad Nacional. Con el propósito de cambiarle la imagen a al lugar, esta organización adquirió la casa, a la cabeza de María Victoria Blanco y Carlos Cuervo, ya que la fundación lleva varios años trabajando por la recuperación del patrimonio ambiental, cultural e histórico de esa región. La casa pertenecía antes a Roberto Arias, el fundador de Colsubsidio.

La edificación de arquitectura francesa y estilo republicano, que se encuentra establecida totalmente sobre roca, se empezó a construir en 1923, basada en la construcción de la muralla de Cartagena, por la posición y amarre que tiene la roca; para después empezar a funcionar en 1927 como una estación del Ferrocarril de la Sabana, de la que todavía es posible apreciar un pequeño tramo de la estructura hecha en bloques de cemento, que se intenta esconder tras los frondosos árboles de la montaña.

En 1930 la casa pasó a utilizarse como un hotel, que contaba con cuatro niveles más una suite presidencial. En el primer nivel estaban las albercas y los lavaderos, en el segundo nivel se encontraban las habitaciones de segunda clase, el tercer nivel era el salón central y en el cuarto nivel estaban las habitaciones de primera clase. Actualmente, los turistas pueden acceder a los dos últimos niveles de la casa, entre el polvo y el olor a pintura que se desprende del proceso de reconstrucción del lugar.

El ingreso a la Casa Museo tiene un valor de cuatro mil pesos para los adultos. Se entra por el lado izquierdo de la casa, y se accede al interior de esta por la puerta principal que tiene forma de arco y está adornada por unas columnas de yeso finamente talladas. En la parte superior de la puerta está una escultura del escudo de armas del Distrito Capital de Bogotá, que muestra al águila negra rampante, pero sus alas se encuentran un poco recogidas, lo que me explicó Luis Carlos Cárdenas, guía de la Casa Museo, es para “expresar la significación de la opresión española”.

En el primer nivel de la Casa del Tequendama, de paredes blancas y columnas muy simclares a las que se encuentran afuera, hay una exposición con fotografías e infografías que hablan sobre el Río Bogotá. Después, el guía con su distintiva chaqueta roja de la fundación, nos dirigió a un pequeño cuarto donde se mostraba un video que hablaba acerca de la contaminación del río.

Posteriormente, el recorrido prosiguió en el nivel superior de la casa, donde el espacio era rápidamente ocupado por los turistas y por los obreros que trabajan en la reconstrucción del lugar. Esta parte de la casa es muy amplia y con mucha iluminación, adornada con columnas talladas en yeso, de una meticulosidad bastante llamativa, y que encierran el ambiente republicano de la estructura original. Los pisos son de madera bastante vieja, y al pisarlos hacen un sonido agudo que indica que hay que tener cuidado al caminar sobre ellos. Al fondo de este nivel se encuentra una puerta que conduce a un balcón, desde donde se puede admirar a lo lejos el Salto, las montañas que lo rodean, y el abismo adornado de verde y gris por las plantas y las formaciones rocosas del lugar. El tour continuó en el exterior de la casa, en la planta inferior en donde se encuentra un mirador, desde el que se hace más evidente la ubicación de la edificación sobre una roca que mide 1.472 metros cuadrados.

A lo largo del tour no podía evitar preguntarme qué es de este histórico lugar lo que despierta tantas historias de misterio, así que cuando se finalizó el recorrido me acerqué al guía para preguntarle sobre el lugar, y casi como un reflejo natural, Luis Carlos Cárdenas se apresuró a aclararme que las historias que se cuentan sobre la casa y el Salto no son reales. “Todo el mundo dice que acá asustan, porque es muy cierto que la gente se botaba al vacío, debido a esto ha habido rumores que dicen que el Salto está embrujado y que en la Casa del Tequendama hay fantasmas –dijo el guía-, pero una cosa es que le cuenten a la gente esas historias, y otra cosa es verdaderamente lo que el lugar suscita; este es un lugar artístico, ambiental, histórico y cultural”.

***

Al salir de la Casa Museo decidí ir al lugar en cuestión, la cascada. Así que caminé un par de minutos por la orilla de la carretera hasta una cerca de alambre de púas, por la que no se puede cruzar. Para llegar a la parte superior del Salto es necesario saltarse el muro que separa la carretera de la zona verde. Después toca caminar cuidadosamente y muy despacio para no caerse, unos cuantos minutos más cuesta abajo, entre los árboles y las plantas, por un camino que no tiene más de unos centímetro de ancho, y que se nota ha sido formado a la fuerza por las personas que como yo, quieren llegar a la caída del agua. Al llegar allí, varios elementos llamaron mi atención: una figura de la Virgen María que se encuentra de frente a la cascada, es de un tono azul que contrasta con el fondo verde de las plantas, y debido a su localización llegué a la conclusión de que la han debido poner ahí por las personas que solían saltar desde ese punto; también se encuentra una gran roca puntuda que mide más de dos metros de alto y que tiene un par de nombres escritos en ella; se ve una curiosa formación rocosa antes del punto en donde cae el agua, las rocas allí se ven desgastadas, su superficie es irregular y cada roca tiene una forma distinta a las otras, casi como si estuvieran hechas de plastilina; el agua se ve de un color café turbio y en algunas partes hay basura adherida a las rocas; pero lo que me pareció más curioso es la espuma que se forma entre las rocas, esa espuma que se eleva por momentos debido al flujo del agua y al viento, y que después cae como lo hace el agua, formando en el río una capa blanca parecida al icopor.

Desde ese punto se puede observar todo el paisaje, a lo lejos se observa la Casa Museo, y para los que no le temen a las alturas, se pueden inclinar un poco para ver el abismo de ciento cincuenta metros de alto y la manera como cae el agua. A pesar de lo que dice la gente, la cascada no olía mal, en realidad no olía a nada gracias al avance que se ha realizado en el proceso de descontaminación del río. Lo que sí podía sentirse era la humedad y un cambio leve de temperatura. Después de admirar este paisaje me retiré por el mismo camino por el que llegué, evitando a las bolas de espuma que se levantan por el aire y caían muy cerca de mí. Me dirigí de nuevo a la Casa del Tequendama.

***

Al lado de la Casa Museo, entre la carretera y el abismo, se encuentran unas casetas donde se venden productos a los turistas que llegan a conocer el Salto, desde aguas aromáticas hasta almuerzos. La caseta que está más cerca de la casa, a lado de un pequeño parqueadero que hay allí, se ve bien arreglada, con un techo sostenido por columnas blancas de yeso y un barandal del mismo estilo de las columnas. Esta caseta conserva la armonía con la apariencia de la casa museo, a diferencia de las otras que se encuentran un par de metros más lejos, e inclusive tiene dos pequeños jardines, uno en cada lado de la entrada. Las demás casetas son mucho más rústicas, elaboradas con tablas de madera que se han teñido de un color negruzco por el humo del carbón con el que cocinan ahí.

Yo tenía entendido que existe una disputa entre la Fundación Granja Ecológica El Porvenir, y las personas que se dedican a vender en estas casetas, así que me acerqué a la caseta de columnas blancas en donde estaban dos personas, un hombre de edad un poco avanzada y una mujer de baja estatura, ambos tenían una expresión amable. Solo estaban ellos dos en esa caseta, así que asumí que ellos atendían allí, entonces les conté lo que había escuchado acerca del problema que tienen con la fundación y les pregunté si era cierto. La señora, Carmenza Ramírez, me ofreció una silla para que me sentara y enseguida me comenzó a relatar lo sucedido.

“Ellos nos dicen a cada rato que nos va a sacar porque van a colocar una reserva natural –sostuvo Carmenza Ramírez refiriéndose a Carlos Cuervo y María Victoria Blanco, los dueños de la casa-, pero nosotros toda la vida hemos trabajado acá y no queremos problemas de ninguna clase, solo queremos adecuar nuestro puesto. El puesto de allá era de mi mamá -dijo señalando la caseta de al lado-, y ella nos lo dejó a nosotras, y este de acá es de mi sobrina y mío. En el primer puesto trabajamos como cuatro o cinco, nos turnamos cada semana. Nosotros vivimos aquí mismo, aquí a la vueltecita. Acá se han ido como tres personas a vivir a Soacha, pero todos somos de acá”. Mientras la señora Ramírez me hablaba, el señor, su esposo, también comentaba sobre la situación. “Cuando estaba el doctor Arias, el antiguo dueño de la casa, él nunca molestó acá por las casetas, y después le vendió el hotel a la Fundación y ahora el nuevo dueño se quiere apropiar de todo esto”.

Durante la conversación, la señora Ramírez me ofreció un agua aromática y seguimos conversando. Me contó que para adecuar la caseta así como está, con las columnas de yeso y el barandal, ella y su sobrina tuvieron que sacar un préstamo en el banco, porque su intención es que su puesto se vea bien para que los turistas se sientan más cómodos. A medida que hablábamos me di cuenta que se iba formando rápidamente una capa de neblina, hasta el punto en que era imposible vislumbrar el salto, las montañas o las rocas, como podía hacerse unas horas antes. Lo único que podía verse era lo que estaba cerca, porque incluso la Casa Museo se veía bastante opaca por la neblina. Pensé de nuevo en las historias de fantasmas que cuentan acerca del lugar, y que esa neblina tan espesa no ayuda mucho a desmentir las historias, de hecho le da un toque de misterio a la casa. Hice caso omiso a ese pensamiento y continúe hablando con la señora Ramírez mientras me terminaba de tomar el agua aromática.

“Casualmente, el presidente de la Junta de Acción Comunal hizo una carta para enviársela a la Fundación para que habláramos con el hotel, y de una vez nosotros aprovecháramos para ver cuál era el inconveniente, y por qué nos quieren sacar de acá –continuó la señora Ramírez con su relato-, nosotros dijimos que íbamos a hablar todos con ellos para llegar a un acuerdo para que nos dejen adecuar el sitio bien bonito. Nos decía un doctor de la Alcaldía que podemos unirnos en un comité, y la Alcaldía en eso nos podía ayudar. Todo eso lo estamos haciendo ahorita. Nosotros ya sacamos el carné de alimentos y todo. Nos duele que nos digan ‘es que ellos los quieren sacar’. Nosotros queremos sentarnos a hablar con ellos. A los empleados de la casa los regañan porque no pueden venir ni a tomarse una aromática ni a comer algo”, aseguró la señora Ramírez mientras organizaba algunas cosas de la caseta.

Agradecí a la señora Ramírez y a su esposo por su tiempo y por el agua aromática, y me dirigí a la carretera a esperar un bus que me llevara hasta un lugar que le dicen la Virgen, para tomar otro bus hasta San Antonio del Tequendama.

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Después de transitar por una carretera compuesta en gran parte por curvas, llegué a San Antonio del Tequendama. El bus me dejó en la plaza principal del pueblo. Allí se sentía un ambiente muy tranquilo, no había mucha gente en la plaza, entonces me di cuenta que casi todas las personas estaban en la iglesia y le pregunté a una señora en una tienda que si a esa hora era la misa y me dijo que no, que la gente estaba en un funeral. Decidí esperar a que la gente saliera de la iglesia para poder hablar con un par de personas, mientras tanto me fui a almorzar en un restaurante cerca a la plaza.

Al acabarse el funeral, la gente salió de la iglesia y se dispersaron, unos se fueron por diferentes caminos que llevan de la plaza a las casas del pueblo, y otros se quedaron allí. Hablé con un par de personas acerca del Salto del Tequendama, en su mayoría no estaban muy informados de la labor que cumple la Casa Museo ni sobre el proceso de descontaminación del río, parecía que ese tema no les interesara mucho. En lo que todos con quienes hablé coincidían, era en decir que existen historias de fantasmas en el salto, pero eso no quiere decir que ellos crean que las historias son ciertas, solamente las conocen porque viven en esa región y las han escuchado.

Permanecí unos treinta minutos más en la plaza mientras esperaba que llegara el bus que me llevaría de vuelta a Bogotá. En el camino de regreso volví a pasar por las cacetas, por la Casa Museo y por el Salto. La neblina ya se había disipado y era posible ver con claridad la cascada una vez más.

Al final me di cuenta de que en el Salto sí hay fantasmas, pero no son los espíritus terroríficos que cuentan las historias de miedo para asustar a la gente; los fantasmas del Salto son diferentes. Pienso en el fantasma que es el recuerdo de lo que el río Bogotá fue una vez, antes de que toda la contaminación lo convirtiera en un pozo de suciedad y desechos, cuando este pasaba por el Salto del Tequendama y se convertía en una majestuosa caída de agua. Pienso en el fantasma de una tradición familiar de esas personas que venden productos en sus cacetas a la orilla de la carretera; como antes no les ponían problemas por hacer su trabajo y ganarse la vida, pero ahora les quieren quitar la única fuente de ingresos que tienen. Pienso en el fantasma del recuerdo de la casa del Salto, que comenzó como estación del tren y luego pasó a ser un hotel, para tiempo después convertirse en una edificación abandonada a causa de la contaminación del río y que ahora es un museo que sirve como punto de inicio para concientizar a las personas del daño ecológico que le hemos hecho a esta zona durante décadas. A decir verdad, los fantasmas del Salto no son almas en pena, son el recuerdo de algo que hemos perdido y que esperamos no sea muy tarde para recuperarlo.

Pasión y calle, la historia de un artista callejero

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Foto de Juana Buitrago – José “el artista de la calle”, desde hace 25 años se gana la vida haciendo maromas en el asfalto.
Foto de Juana Buitrago – José “el artista de la calle”, desde hace 25 años se gana la vida haciendo maromas en el asfalto.

Por Juana Buitrago Mora

Es martes, hace frío, el aire está húmedo y un cielo gris indica que puede volver a llover. Camino despacio y miro el reloj, me doy cuenta que son las diez de la mañana, levanto mis ojos y miro hacia el semáforo de la calle 24 con carrera 5ta. Avanzo, llego a la esquina occidental junto a la Biblioteca Nacional, me siento en un muro de piedra paralelo a la calle y me dedico a esperar.

Él, a quien espero atenta y paciente, aún no ha arribado a su lugar de función. Llevo un par de días observándolo sin que él lo note, aparenta tener 22 o 23 años, tiene el pelo corto y por la gracia que desprende su sonrisa parece ser feliz; estoy casi segura que éste es su horario de labor; ojalá hoy no sea la excepción. Me pregunto si vendrá. Han pasado casi veinte minutos desde que llegué, pero aún no tengo señales de su llegada.

Me levanto y voy a buscar algo caliente para beber; mientras vengo de regreso puedo ver que el artista callejero ha hecho su aparición. Me acerco prontamente y vuelvo a tomar asiento en aquel muro de piedra, asiento de primera fila, donde minutos antes lo esperaba con ansia, y desde donde ahora observo el inicio de la escena de hoy.

A cielo abierto y solo cuando la luz roja del semáforo indica la parada de los carros, comienza el show del artista callejero. Las clavas, que parecen pines de bolos, dan vueltas incansablemente por el aire, pasando de una mano a otra, en orden, marcando un compás van y vienen, vienen y van. Él tiene una coordinación envidiable y hace su escena en tiempo record: aproximadamente 40 segundos. Y es que el espectáculo ni siquiera dura lo que tarda en encenderse la luz verde, porque tiene que dejar un margen de tiempo para que en su gorra cada conductor deje unas cuantas monedas como símbolo de la valoración del espectáculo aunque que ésta algunas veces, al final de la puesta en escena, termine vacía. Es el riesgo del artista callejero.

El semáforo cambia a verde y mientras los carros transitan, me acerco cautelosamente al artista para no irrumpir en su práctica, lo saludo y con una sonrisa me devuelve el gesto. Me presento y le pregunto si me permite conversar con él además de observarle mientras desarrolla su arte, acepta sin objeción alguna.

Se llama José, es de Yopal y tiene 23 años (como lo suponía), me cuenta que está hace tres años en Bogotá y que como muchos artistas callejeros, trae consigo una larga historia. Su relato se detiene abruptamente por el cambio de la luz antes verde, por unos segundos amarilla y luego roja; debe trabajar. Mientras tanto yo me deleito maravillándome más y más por la habilidad con que maneja sus instrumentos. Cuando regresa continúa, me cuenta que cuando tenía 15 años se inclinó hacia las artesanías y aprendió a realizar manillas y collares que posteriormente vendía. Con ello, lograba hacerse a un ahorro para adquirir sus primeros juguetes que le permitían fabricar sus malabares. El semáforo cambia, nuevamente se retira para poner en marcha su acto de artista callejero.

De vuelta, relata que se inició en el arte circense, “aprendiendo con bolitas llenas de arroz”, pues en su casa nunca le apoyaron con dinero para formarse como artista callejero. Cuando finalizó sus estudios secundarios, logró que su familia lo enviara a Bogotá. Tenía 20 años, y su misión era estudiar Diseño gráfico en la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Me cuenta que fue a la universidad quince días y que no pudo más, que el ambiente, la superficialidad de la gente y la poca pasión que esto le despertaba, influyó en su decisión de desertar por primera vez y para siempre de cualquier intento por acogerse a una institución para ser alguien en la vida, como dirían sus padres.

Así, José, escogió su estilo de vida, cortó toda relación con su familia y se dedicó a trabajar en las calles de la capital, adonde llegó sin un lugar fijo donde dormir, y tan escaso de dinero que apenas le alcanzaba para medio comer. Si bien, de a poco, el oficio no resultó difícil de desentrañar, el malabarista aprendió de memoria los secretos que hoy, ya experimentado, maneja a la perfección. Como si tuviese un manual de la calle, explica que “las esquinas más cotizadas son las que convocan mayor tráfico de carros, como las avenidas o las que tienen los semáforos más largos (que pueden extenderse de 55 a 65 segundos)”. Y también conoce esa otra parte; la que marca el éxito del trabajo: una buena presentación, una rutina con trucos fuertes para llamar la atención y una gran sonrisa. “Ahí, hay éxito asegurado”, sostiene José, quien practica una hora por día antes de salir a su escenario, como artista callejero.

De esta manera, José subsiste con los malabares callejeros, dice que cuando le va bien logra hacerse hasta 30.000 pesos, los cuales emplea en pagar 14.000 pesos en un hotel de aquellos ubicados por la calle 13, además de los 8.000 pesos que invierte en alimentarse a diario, lo que le sobra, si es que eso ocurre, lo guarda sagradamente para futuras adversidades.

Le pregunto por su vida sentimental, y su respuesta logra atraer tanto mi atención que no puedo evitar sonreír. Se refiere a sus malabares como su “primer y único amor”. Dice que, como toda pareja, tienen “sus tiempos difíciles”, pero que por lo general este arte le “llena el alma”. Ya sea por sacar una sonrisa a los conductores, por recibir un par de aplausos o por el simple hecho de hacer lo que le gusta. Hace tres años que camina de la mano, esquina por esquina, con aquella pasión que se trasluce en cualquiera de sus funciones, y ahora, con esa experiencia a cuesta, se entusiasma con crear su propio espacio cultural en conjunto con otros artistas callejeros.

Ha pasado el tiempo rápidamente, pero yo no lo he notado, hace un instante eran las diez de la mañana y ahora son las doce del medio día; el gusto con el que mi amigo desempeña su labor, me ha despertado tal curiosidad que le pido sin reserva alguna me enseñe algunos de sus movimientos, él acepta sin vacilar.

De su maleta saca un par de bolitas llenas de arroz, y con la paciencia de un maestro al que le apasiona lo que enseña, detiene su actividad laboral solo para mostrarme algunos ejercicios básicos. Atenta y concentrada observo, me entrega el par de bolitas y como todo principiante empiezo a toda velocidad, el resultado: las bolitas se fueron al suelo. Divertido por mi ocurrencia, José sonríe y hace énfasis en decir que la clave de esta práctica es hacer repeticiones pausadas y constantes. Me siento como una niña pequeña, jamás hice algo parecido y la verdad, ser consciente de mi falta de coordinación me hace sentir muy avergonzada.

Miro nuevamente el reloj, el cual indica que es la una y cinco minutos, tengo clase de redacción y se me ha hecho tarde, me disculpo con José por tener que irme corriendo, pero no me voy sin antes entregarle un sándwich que llevo conmigo en la maleta. Lo recibe con gran satisfacción, y me devuelve otra sonrisa a cambio, me despido agradecida por su amabilidad.

Camino hacia la universidad, reflexiono acerca de lo importante que es vivir haciendo, como decidió José, lo que a uno realmente le gusta y pensé: “Eso que te apasiona es aquello que te hace sentir que puedes cambiar al mundo mientras le regalas al mismo lo mejor de ti” di un suspiro y con el corazón deseé que la suerte acompañara a este talentoso malabarista y artista de la calle, artista callejero.

Una visita al Buen Pastor

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Foto de José Alejandro Gómez - Internas del patio 2, Cárcel El Buen Pastor. Bogotá, Colombia.
Foto de José Alejandro Gómez – Internas del patio 2, Cárcel El Buen Pastor. Bogotá, Colombia.

Por José Alejandro Gómez León

Jorge, el taxista que me condujo a la cárcel El Buen Pastor de Bogotá, permanecía en silencio, y de un momento a otro y junto al ensordecedor sonido de las busetas me dijo: “Me robó una vieja que está en la cárcel, Olga se llama, se entregó hace poco, era la dueña de una pirámide en Zipaquirá donde yo invertí unos cuantos miles de pesos, por la ambición de querer hacer plata fácil “chinazo”, esa vieja hijuemadre… pero mi Dios no castiga ni con palo ni con rejo”, remató su comentario.

En la entrada de la penitenciaria un niño se pasea, y junto a él su inocencia tranquiliza las miradas celosas de los guardias que despojan de todos los objetos a los visitantes, en aquel ambiente lleno de odio y malos tratos.

Luego de esperar unos minutos en las oficinas administrativas, llegó el dragoniante, Dúver Gordillo, encargado del armamento y gran conocedor del lugar. Un personaje con buena vibra, mucha experiencia e historias por contar, que ha soportado las duras y las maduras junto a las más de mil quinientas mujeres que permanecen encerradas, de espaldas a su libertad las 24 horas del día, en esta prisión donde el tiempo no importa porque también se hace preso.

Luego de hacer el papeleo y cumplir con el protocolo para ingresar al recinto, Ramírez, mientras se termina un paquete de papas que esparce su fuerte olor en el lugar, abre lentamente las compuertas blindadas y el aire se asoma pesado, como queriendo escapar. En ese momento caminamos lentamente hasta el fondo y llegamos al pabellón primero, que hasta hace un par de años era el anexo psiquiátrico de la cárcel y que ahora estaba habitado por aquellas mujeres que cumplían con labores específicas y que querían seguir adelante. En ese momento me enteré, que aquellas mujeres mantienen desde ese depresivo lugar a sus familias.

A ese pabellón llegan también las altas, que en la jerga carcelaria, significa aquellas mujeres que hasta ahora están llegando a cumplir su condena y que irónicamente y en los mismos pasillos, se relacionan con las bajas, aquellas que están por salir y recobrar su libertad. Es el pabellón de los sentimientos encontrados, donde una mujer se abalanza sentada en el piso, quizás arrepintiéndose o pensando en todo el tiempo perdido y los sueños arrojados a la basura por falta de cordura o por simple ignorancia. Junto a ella, una mujer no mayor de 35 años deja florecer su vanidad y se arregla como si fuera a la mejor fiesta de su vida, sus ojos brillan tanto que llenan de color su celda y desvanece las gruesas rejas como si fuera una ilusión óptica, propia de los grandes magos que han caminando en la tierra, como si fuera, acaso, a encontrarse con su libertad y con el mejor de sus momentos.

Foto de José Alejandro Gómez - Cárcel El Buen Pastor, Pabellón 2
Foto de José Alejandro Gómez – Cárcel El Buen Pastor, Pabellón 2

El pabellón dos al igual que el pabellón nueve, acoge a las mujeres que incurrieron en delincuencia común, hurto a mano armada o aquellas sindicadas de fraude y en general todo tipo de robos. Al caminar lentamente por estos pabellones y observar a las reclusas, Gordillo, el guardia que me acompañaba, me dice: “en estos pabellones están las más caspas”, y acompaña el momento con una sonrisa que no deseaba serlo.

Caminamos lentamente por el parque de la 93, como le llaman al patio central de la cárcel, y cerca de ese lugar salían una a una las reclusas a tomar el almuerzo en fila india y observándome detalladamente como si jamás hubieran visto a un hombre. A lo lejos, se escucha entre la algarabía una voz suave pero repleta de carácter, que dice, – quién pidió pollo – comentario al que no pude evitar sonrojarme en frente de ese despliegue de belleza en masa, que esperaba su almuerzo y quería ávidamente que esa fila se hiciera eterna, para despejar la mente, hacer amigas, planear una fuga o simplemente tomar el Sol.

La capilla que está cerrada, esparce un aire de tranquilidad y fe, recordándoles que Dios lo perdona todo pero la sociedad no, y las internas pasan desapercibidas, algunas, acuden a darse bendiciones por conveniencia, otras por simple distracción y algunas más, para pedir por algo. Gordillo, me señala con el disimulo característico de un policía, a la señorita simpatía 2009 – 2010, Sonia Vergara, fiel representante del patio 5, que a su vez es el patio que alberga a las extranjeras, también ha quienes cometieron delitos de narcotráfico, lavado de activos, trata de blancas, entre otros, y a las mujeres de estratos altos que están pagando su condena, con o sin vergüenza.

En este punto del recorrido, una pausa me permite hacer una confesión, en El Buen Pastor, las mujeres dejan fluir su expresión más natural y su esencia sin estereotipos de belleza impuestos por la publicidad y la sociedad, vemos a la mujer sin la máscara al servicio del machismo, que por años la ha discriminado y no le ha permitido estar en el lugar que realmente le corresponde.

Llegamos entonces al pabellón cuatro, donde se encuentran las madres con sus hijos hasta los tres años de edad, y recordé la imagen del niño que estaba paseándose a las afueras del reclusorio. Gordillo, me cuenta que los niños durante el día son trasladados al jardín infantil que está ubicado a la entrada, junto a los dormitorios de los guardias, allí las reclusas de más confianza les enseñan a leer, a escribir, a pintar y a afrontar la realidad de la mejor manera posible. Es realmente duro entender que sus primeros años los están viviendo en una cárcel, es confuso, pero injustamente necesario, que aquellos seres símbolos de la inocencia, sean los más culpables de urgir el cariño de sus madres y de pagar de una u otra forma, su más injusta condena.

En alguna oportunidad, en esta cárcel (que muy pronto será cerrada y trasladada, para construir un centro

Foto de José Alejandro Gómez - Internas en hora de almuerzo, pasillo central, Cárcel El Buen Pastor.
Foto de José Alejandro Gómez – Internas en hora de almuerzo, pasillo central, Cárcel El Buen Pastor.

comercial y brindarle más “seguridad” al vecindario) nació una niña, que después de un tiempo y por las vicisitudes del destino, fue recluida y años más tarde murió en aquel mismo lugar. O, un año atrás, una interna decide ahorcarse en la madrugada, debido a deudas que le había dejado la droga.

En El Buen Pastor es común denominador de cada fin de semana, que los guardias encuentren en los visitantes los denominados “subidos”, es decir, gente que ingresa en sus partes nobles armas, droga, celulares y todo tipo de objetos prohibidos en el penal. Los sábados las visitas las hacen únicamente hombres y los domingos las mujeres. En una ocasión de visita, un niño de 17 años se desmayó mientras hacia la fila a las afueras de la cárcel, cuando lo atendieron, encontraron calado en su ano, un celular “flecha”, y 100 gramos de marihuana envueltos en dos condones.

El pabellón tres, está integrado por las “residentes” o mujeres que reinciden en delitos y vuelven a la cárcel, son generalmente conocidas por los guardias y sus miradas rebosan vacías y llenas de odio. En el pabellón seis, están las mujeres que en algún momento de sus vidas formaron o forman parte de la guerrilla, el ingreso a este pabellón fue difícil y el ambiente se tornó tenso, fue un momento de sensaciones múltiples, acompañado de penetrantes miradas, que grababan mi rostro y se escondían tras las capuchas y las mantas, fue el lugar donde más me sentí observado y en el que menos quería estar.

En la cárcel el lesbianismo se da en más de un 60%, algunas veces por necesidad, por moda o simplemente por presión, y las fugas no son tan comunes como se puede pensar. Gordillo, a eso de las dos de la tarde y observando una posible ruta de escape, me comenta que la mujer es más miedosa en esos temas, olvidando que son todo lo contrario, que son más berracas, pacientes y menos estúpidas que los hombres, que mueren intentando escapar de su encierro, olvidando que son capaces de aguantar por nueve meses a un ser en su vientre y que la fuga puede ser a veces peor que la misma cárcel.

Foto de José Alejandro Gómez - Cárcel El Buen Pastor, Pabellón 5.
Foto de José Alejandro Gómez – Cárcel El Buen Pastor, Pabellón 5.

En este lugar no existe espacio para los arrepentimientos, no se debe llorar por la leche derramada, sino se tomó cuando se tuvo la oportunidad, esa oportunidad colectivamente olvidada, esa oportunidad de ver el Sol todos los días desde cualquier lugar del mundo, esa oportunidad de sonreír, de caminar libremente, de amar y compartir con nuestros seres queridos, de conocer, de estudiar, de ser alguien, de ayudar a los demás y de valorar cada momento en libertad en esta hipócrita sociedad productora de odio, rencor y violencia, que secuestra la mente y nos termina encerrando.

La cárcel es como una ciudad pequeña, hay estratos altos y bajos, servicios básicos, comercio, reinados, drogas, corrupción, etc. Es más ordenada e igual de injusta, donde los ricos viven mejor y los pobres cada vez son más pobres, lo digo, porque las casas fiscales, ubicadas al lado de la penitenciaria, albergan a las delincuentes de cuello blanco, como si estar involucrada con los paramilitares y ser congresista fuera menos delito que robar un bolso o un celular en Transmilenio.

Es tan reconfortante como una madrugada frente al mar, ver cómo esas mujeres valoran cada momento en su encierro, cómo parecen estar más libres que muchas de las personas que me rodean durante el día, cómo contagian de felicidad cada pasillo y cada momento, y cómo reciben el aroma de la poca naturaleza que disfrutan. Es acá cuando me doy cuenta que aquellos que gozamos de libertad, nos encerramos en el consumo, los lujos y las apariencias, y dejamos a un lado el verdadero valor de ser libre y vivir en paz.

Caléndula, de la medicina alternativa al agro

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La caléndula, originaria del sur de Europa meridional, se ha cultivado desde la Edad Media en climas fríos y templados y ha sido perfecta para los pisos térmicos de Colombia exceptuando los páramos. Esta planta es herbácea, de color verde y con alrededor de 30 a 60 cm de altura. Su flor es de color amarillo y es la que permite explotar todas sus propiedades para el uso medicinal.

Por: ElCampesino.co

Dentro de los productos terapéuticos, la caléndula se ubica en el grupo de las especies con mayor prevalencia, de esa manera, es una planta foránea. La caléndula se ha ubicado en segundo lugar después de la alcachofa dentro de la distribución de registro sanitario en Colombia y esto quiere decir que la comercialización es bastante alta. Es importante entonces, conocer a la caléndula desde su raíz y quiénes son los verdaderos implicados en las recetas tradicionales desde la sabiduría popular.

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Las cabezas o las flores de la caléndula son ideales como inflamatorias y espasmódicas, los campesinos de Colombia la han utilizado durante años como una planta medicinal con múltiples propiedades curativas y de ornamentación en jardines. La infinidad de propiedades y usos de la caléndula han ido creciendo a medida que tanto los laboratorios naturales como las personas que crecen en el campo, van encontrando muchos más beneficios.

“La caléndula es importante para temas de cicatrización tanto interna como externa y se ha usado desde hace mucho tiempo con fines medicinales aunque en algunas regiones de Europa la usen como condimento”, asegura Santiago Barrera, tecnólogo de alimentos.

Además de esto, la piel es una de las más beneficiadas con la caléndula pues las cicatrices dejadas por el acné pueden ser reducidas con ésta, actúa también sobre las cicatrices de quemaduras leves y alivia irritaciones en labios o zonas sensibles. De muchas maneras la caléndula puede ser útil también dentro de nuestro cuerpo, puede ayudar a combatir parásitos intestinales, contiene las hemorragias nasales, ayuda a tratar las várices y las hemorroides.

Miles de propiedades se pueden encontrar a partir de la caléndula y sus presentaciones, el agua de caléndula es popular entre las comunidades campesinas, la pomada es un poco más elaborada y se usa como lo mencionábamos antes, para aplicarse sobre la piel. Es muy famoso el jugo de caléndula para desparasitar el organismo y en muchas presentaciones, la caléndula tiene efectos significativos.

Un estudio realizado por la Facultad de Ingeniería de la Universidad de San Buenaventura en Santiago de Cali reveló que la caléndula “es un cultivo de gran importancia agroindustrial para el Valle del Cauca y Colombia, ya que incide en la economía de las regiones donde se cultiva y se vende muy bien para la producción artesanal”, por este motivo se ha vuelto un motor importante para muchos agroindustriales.

De esta manera, la caléndula se postula como una planta que además de de tener propiedades medicinales y culinarias se postula como una potencia regional en cuanto a economía.

La canela y sus beneficios para eliminar las infecciones en la piel

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La canela pertenece a la familia de las lauráceas y es una hierba aromática procedente de la india, caracterizada por su fuerte aroma.

Por: ElCampesino.co

El canelo es un árbol que puede llegar a medir hasta 10 metros de altura, sus flores tienen un olor desagradable y poseen colores blanco y rojo. La canela que nosotros consumimos proviene de la corteza inferior del canelo y es conocida por la variedad de utilidades que brinda.

Canela

En el caso de la piel, la canela es utilizada para la prevención y erradicación de hongos que son ocasionados por diferentes factores, dentro de estos se encuentran el contacto físico con algún objeto o persona que posea alguna bacteria contagiosa, el mismo medio ambiente o el clima.

La canela se caracteriza por sus propiedades desinfectantes que ayudan a combatir los hongos y las bacterias que aparecen en la piel, pues posee un ingrediente denominado cinamaldehido.

Este compuesto, que da el típico olor y sabor la canela, tiene la capacidad de combatir las infecciones de la piel. La forma de emplear los beneficios de la canela para curar la zona afectada por la infección, es consumir te de canela durante el día (mínimo dos veces diarias). Además se debe aplicar agua de infusión de canela sobre la zona afectada durante el día y luego se podrá observar que, con el pasar de los días, la infección irá disminuyendo y finalmente desaparecerá.

La canela también es útil para las personas que sufren de acné pues el cinamaldehido ayuda a desinfectar, desinflamar, reducir los poros abiertos y quitar el enrojecimiento que causa el acné. Para esto simplemente se debe aplicar la infusión de canela sobre la piel, especialmente en las zonas que tengan estas imperfecciones tres veces por semana y esperar a que empiecen a desaparecer. Igualmente, la canela no solo ofrece beneficios en la piel, también es recomendada para aliviar malestares digestivos, cólicos menstruales, enfermedades respiratorias (bronquitis, neumonía), enfermedades musculares y así como para prevenir algunos tipos de cáncer.

Paisajes rurales que prefieren los bogotanos

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Paisaje Rural. Parque Natural Chicaque
Paisaje Rural. Parque Natural Chicaque

Por Katerin Latorre

Encontrar un paisaje rural cerca de Bogotá no es una tarea difícil. Sus alrededores pueden llegar a ser espacios perfectos para quienes quieren escapar de la rutina del trabajo, los estudios, el tráfico y la algarabía típica de una metrópoli; para tener contacto con la naturaleza, respirar aire limpio y disfrutar de una hermosa vista.

Entre las diversas opciones, una de las preferidas por los bogotanos es la visita al parque temático Jaime Duque, ubicado en el municipio de Tocancipá, en  el Km 34 de la Autopista Norte, a menos de una hora de la capital colombiana. Ofrece a sus visitantes un espacio de entretenimiento familiar ligado con la cultura y el aprendizaje. Cuenta con juegos mecánicos, zoológico, museo, recorridos educativos y un acercamiento a la vida del litoral caribe. El brazalete de ingreso al parque está entre los $20.000 y $40.000 pesos por persona.

Para quienes, prefieren adentrarse en la naturaleza y hacer turismo ecológico, a solo media hora de Bogotá, en el municipio de Soacha, se encuentra el Parque Nacional Natural Chicaque, que hace parte de la Unidad de Reservas Nacionales. Chicaque es un bosque de niebla en el que se pueden encontrar más de 200 especies de aves, 20 de mamíferos y 7 tipos de bosques en donde crecen innumerables especies de plantas. Además de cabalgatas, caminatas ecológicas y algunos deportes extremos, también es posible alojarse por unos días. El parque cuenta con el eco-hotel El Refugio, un hostal de montaña enteramente construido en madera, con capacidad de alojamiento para 35 personas y cabañas completamente amobladas, pero para quienes quieren probar nuevas experiencias, en Chicaque, existe la posibilidad de dormir en la copa de los árboles y disfrutar desde allí del paisaje rural, con lo que ellos llaman Nidos, casas fabricadas en árboles, amobladas para la comodidad de sus visitantes.

Conocer la historia, también es una buena opción. El Parque Arqueológico Piedras del Tunjo está ubicado en el casco urbano del Municipio de Facatativá, conocido también Como Piedras de Tunja; cercado de los Zipas o Santuario de la Rana. Es un lugar muy concurrido por los habitantes de Bogotá, en el que al mismo tiempo que se disfruta de un paisaje rural, es posible conocer el arte rupestre, en las enormes rocas que allí se encuentran y que datan de 12.000 años atrás. Actualmente el parque se encuentra en un proceso de recuperación, debido al mal uso por parte de los visitantes, que causó un deterioro de los pictogramas, por lo que ahora el parque constituye uno de los destinos elegidos por quienes se interesan por la historia de las culturas prehispánicas que habitaron el altiplano cundiboyacense. El ingreso al parque cuesta $3.500 para adultos y $1.500 para niños, dinero que es destinado para conservar el parque.

Un plan, que hasta hace unos años no era muy conocido, es acampar. El embalse del Neusa, ubicado al noroccidente de la Sabana de Bogotá, en los municipios de Cogua y Tausa, se ha convertido en un lugar altamente turístico, debido a su hermoso paisaje rural y natural que permite a sus visitantes acampar en medio de la tranquilidad que ofrece el lugar. Cuenta con una amplia zona de camping divida en 10 partes, en las que se encuentran baños, parrillas, zonas de parqueo y además la posibilidad de realizar pesca deportiva y paseo en lancha. El ingreso y el permiso para acampar cuestan alrededor de los $10.000 por persona.

Es claro, que las posibilidades que tienen los bogotanos para salir de la rutina, sin irse muy lejos de casa son muchas. Además de entrar en contacto con la naturaleza, es posible disfrutar del paisaje rural y conocer un poco más de la cultura, la historia, la fauna y la flora que hacen parte de nuestro país. Un paisaje rural.

Entre balas y cuadernos

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Quien no es cercano a la guerra no la percibe de la misma forma. Quien no ha visto la muerte de frente no le teme de igual manera. Quien todos los días se encuentra con un cadáver en la carretera, primero se conduele, con el paso del tiempo solo se impresiona, y con las costumbre aprende tenacidad. Entre balas y cuadernos se escribieron varios años de su historia…

Ilustración de Giselle Machado – El temor y el miedo se apoderan de la mente y el corazón.
Ilustración de Giselle Machado – El temor y el miedo se apoderan de la mente y el corazón.

 Por Giselle Machado V.

Todo empezó el día que se presentó a la Universidad Nacional de Colombia para aplicar a la carrera de Derecho. Con los billetes arrugados dentro del bolsillo, llegó ansiosa por pagar la inscripción. Sin embargo aún tenía dudas, y entre sus alternativas también se encontraba la Facultad de Filología e Idiomas, si elegía esta última, sus pasos se encaminarían hacía la docencia. Por arte del azar, el destino, o como se le quiera llamar; justo ese julio de 1973, la Facultad de Derecho se encontraba cerrada por problemas políticos. No quiso llevar de nuevo los billetes al bolsillo, y en un arrebato de su verdadera vocación inició esa tarde su preparación para ser maestra.

Estando en la Universidad creyó que lo más difícil que viviría sería afrontar una que otra manifestación o algunos paros estudiantiles, cargados la mayoría de las veces de policía antimotines. Pensó que en esos casos tendría a lomucho que esconderse en alguna tienda aledaña. Pero la vida le deparaba situaciones mucho más difíciles, en la candidez de su juventud ella no alcanzaba a imaginar lo que le esperaba.

Del sueño a la pesadilla

Todavía sosteniendo el título en la mano, consiguió empleo como profesora al servicio del Estado. Sintió agarrar el cielo con sus dos manos ¿Qué más se podía pedir?-pensaba- “obtener un salario casi inmediatamente después de la graduación y trabajar en lo de uno, era lo máximo” sentenciaba sin aspavientos. La plaza seleccionada era el Colegio Departamental José Hugo Enciso en la inspección de Reventones, municipio de Anolaima en el departamento de Cundinamarca. Lo que era importante precisar era que este pueblo estaba en el corazón de una zona guerrillera, dominada por el frente 22 de las FARC-EP.

Corría el año de 1982 cuando después de un viaje que parecía interminable y por una carretera bastante maltrecha y en su mayoría sin pavimentar, llegaría al que sería su sitio de trabajo. Se bajó de un pequeño carro que gracias al estado del camino ya estaba a punto de la chatarrización y divisó un grupo de niños jugando en una desnivelada y maltrecha cancha de fútbol. Algunos la observaban con desconfianza y otros, en cambio, con curiosidad. En ese momento, lo que más le llamó la atención, eran los zapatos de todos los niños gastados por el trajín de recorrer a pie las trochas.

Desde un principio detectó en cada uno de los grupos a los rebeldes del colegio, a los aplicados, los respondones, a los cumplidos y a los incumplidos, los detallistas y los poco cuidadosos, en fin, tuvo una visión muy clara de todo el grupo. Uno de los detalles que más la inquietó, sobremanera, era la actitud altiva, casi solemne, de las jóvenes más atractivas del colegio, enseguida pensó que podrían causar problemas.

Sus vaticinios, con el tiempo, fueron acertados. Como si tuvieran una marca en la frente, oculta por un tiempo pero que sería develada después, se fueron convirtiendo en el artífice de una pesadilla. Cada una de estas “agraciadas” niñas, era la pareja sentimental de algún cabecilla guerrillero, sentían que el poderío que tenía el grupo subversivo sobre la región, también podía traspasar las paredes del colegio, por lo que comenzaron las exigencias de su parte hacia los profesores, con el objetivo de incidir en los resultados académicos. “Pues profe, si no paso esta materia mi novio de pronto vendría a conversar un par de cositas con usted”- decían altivamente las niñas- “Profe, yo creo que está calificación está mal. Es más, si se la mostrara a mi novio, él diría lo mismo y vendría a explicarle el por qué… ¿usted me entiende verdad?- amenazaban sin el menor pudor.

Algunos profesores o funcionarios del colegio, eran invadidos por el temor y se rendían ante sus exigencias, otros más osados, se mantenían en su posición y hasta se atrevían a confrontar a los enamorados. Uno de ellos, fue el profesor de educación física, el mismo que en medio de un enfrentamiento entre ejército y guerrilla, pudo rescatar del fuego cruzado a varios estudiantes del colegio, mientras que otros más se escondían debajo de los pupitres en medio de gritos de desesperación. Por fortuna para propios y extraños, en aquella ocasión no pasó nada de qué lamentarse, pues no hubo víctimas mortales, ni mayores daños materiales, todo quedó en un gran susto.

La puerta al calvario

Un día cualquiera, como siempre se levantó y se preparó para el largo camino que le esperaba a su trabajo. Le dio un beso en la frente a su bebé que aún dormía, mientras la contemplaba en aquella envidiable sensación de paz, la misma paz que ella no tenía hacía mucho tiempo. Tomó el bus y apenas tocó la silla, cayó dormida del cansancio. Por momentos una tranquilidad la cubría, reposando y esperando la hora de llegada a su destino.

Casi llegando al Boquerón, ubicado en límites del municipio de Quipile, el bus en el que se transportaba frenó abruptamente y todos los pasajeros se pusieron de pie y se asomaron a las ventanas, dejándose llevar por el morbo característico del colombiano. Sobre la mitad de la carretera, tendido boca abajo, yacía el cuerpo sin vida del profesor de educación física en un cuadro desgarrador, digno de una escena dantesca, el mismo profesor que tiempo atrás se había vestido de héroe en medio de balas en el colegio. Sobre el pavimento, se pintó de sangre su cuerpo cubierto solamente con una pantaloneta, acompañado por unas manos sin uñas y un rostro sin ojos, abandonado así, para que todos lo vieran. No era necesario preguntar, quiénes habían sido los autores de este asesinato.

Así empezó el infierno, el desfile macabro de cuerpos desnudos y con señales de tortura en medio de la carretera, tiñendo se sangre el pueblo entero que ya escribía con rojo, para ese entonces, su nombre y su pasado. Letreros con mala ortografía acompañaban a los difuntos como si se tratase de despreciables epitafios. “Por sapo, por lambón, por no obedecer, por no darnos a sus hijos”- todos los cuerpos eran dejados a merced de los buitres con su letrero correspondiente.

Aún los más respetables trabajadores honrados, eran condenados y asesinados. En ese deambular de la muerte, fue sacrificada de un tiro en la nuca, por un simple rumor que la tachaba de soplona, la fritanguera que cocinaba los mejores cerdos de toda la zona.

Ilustración de Giselle Machado – Entre balas y cuadernos es un relato crudo y real.
Ilustración de Giselle Machado – Entre balas y cuadernos es un relato crudo y real.

El dolor de aquellas escenas se fue convirtiendo en simple impresión, y luego de tantas lágrimas y noches en vela, casi en indiferencia. Una mujer que siguiendo su instinto y su vocación de maestra, se había lanzado al ruedo para contribuir a la formación de las nuevas generaciones, era ahora una mujer que se sentía entre la espada y la pared, acorralada entre sus miedos y sus principios. En Colombia, las plazas de maestros afiliados al magisterio, son asignadas bajo unos criterios que resultan muy difíciles de modificar, por eso cuando un profesor obtiene un puesto como docente en cualquier lugar del país, es muy complicado lograr hacerse a un traslado. Para ese entonces, no tenía relación alguna con funcionarios o políticos que pudiesen ayudar para que su traslado se lograra ejecutar, pues por razones lógicas, ninguno de sus compañeros que trabajaba en Bogotá, accedía a cambiar de lugar. Lo único que podía hacer, entonces, era aferrarse a un milagro y confiar en que nada le fuera a pasar.

La muerte toca a la puerta

Un problema de rinitis que le había aquejado desde muy pequeña, hizo necesario una intervención para contrarrestar la “enfermedad”. Justo en los días de la cirugía y posterior a su incapacidad, los alumnos del Colegio Departamental José Hugo Enciso, recibirían sus notas finales, y allí, por decisión de la maestra y producto de las evaluaciones, las novias de los cabecillas guerrilleros perderían su asignatura. Siguiendo su iniciativa, los demás profesores a los cuales las mismas niñas asistían a sus clases, optaron por hacer lo mismo, y esa determinación, no le sentó nada bien a sus respectivas parejas. Más se demoró el grito de indignación y el berrinche de una de las jovencitas, que darse la primera “visita” del jefe guerrillero al colegio. Un tiro al aire y el terror se hace presente de nuevo. “Bueno ¿Quiénes son los que me están rajando a las muchachas?- sentenció uno de los guerrilleros-! Es peor si no salen, igual ya sé quiénes son, con nombre y apellido”. Y así, uno a uno, fueron saliendo los profesores a cambiar las calificaciones en presencia de quien empuñando un arma, dejaba escapar una bala cada tanto para infringir temor.

Mientras tanto en Bogotá, aquel frío hospital le parecía mil veces mejor que la vereda en la que había visto tantas atrocidades y anhelaba en su silencio, que su incapacidad se extendiera un poco más en el tiempo. Entre tanto, su mejor amiga y compañera de trabajo, estaba en casa preparando el almuerzo, cuando la puerta fue abierta de un empujón y dos hombres encapuchados la encañonaron. “Necesitamos que el entregue algo a su amiga, a ver si aprende. Que la estamos esperando para cuando vuelva”, dijeron en tono amenazante. Congelada como una estatua, solo pedía que su hija mayor no llegara del colegio, que no la vieran estos hombres, que no le hicieran nada, mientras veía cómo aquellos delincuentes ultrajaban a sus dos hijas más pequeñas. Dejaron una nota sobre la mesa con orden de entrega inmediata, cerraron la puerta y ella, aún luchando por reaccionar a su espanto, llamó a su hija y le dijo que se veían mejor en Bogotá, donde la abuela materna, pues a la casa ya no podía llegar. El sufragio ya estaba en camino.

El principio del fin

Llegando a la Capital, lo primero que hace, su amiga amenazada, es dirigirse hacia al hospital y entregar el mensaje que contenía la orden impartida por el grupo guerrillero y firmada por el cabecilla del frente 22 de las FARC, el novio de turno de una de sus estudiantes. Si la profesora no obedecía, la orden era ejecutarla.

Las pesadillas se agudizaron, cada vez se vuelven más espeluznantes, la paranoia ahora es latente ¿Dónde está la niña? ¿Por qué no ha llegado del jardín?, las dudas y los temores de apoderan de ella. Una puerta de seguridad con no menos de 6 cerraduras protege la entrada de la casa. Las soluciones se vislumbran cada vez más lejanas, por lo pronto, no se podía regresar a ese sitio, eso era lo único que tenía seguro, lo demás resultaba muy incierto.

Viajaba cada mes en compañía de su esposo e hija que no la dejaban sola, pues debía cobrar su sueldo y la nómina aún se encontraba allí. Se contrataba un taxi de ida y regreso, y como en una película de terror, viendo por todos lados, se bajaba del automotor y rápidamente, sin que nadie la viera, entraba al lugar y hacía el cobro, y una vez cerraba la puerta del vehículo, le pedía al conductor no detenerse por nada del mundo hasta llegar a Bogotá. Cuando llegaban de nuevo a casa, a pesar de estar a salvo, la asaltaban pensamientos horribles, temía que secuestraran a alguno de sus familiares o simplemente que los mataran, no volver a ver a sus seres queridos, sin duda, fue la peor época de su vida.

Ilustración de Giselle Machado – Orar y poner toda la fe en Dios, fue la única opción para la maestra.
Ilustración de Giselle Machado – Orar y poner toda la fe en Dios, fue la única opción para la maestra.

Pasaron los meses y por recomendación de su hermana mayor, decidió ir a la Defensoría del Pueblo, donde encontró una abogada que tomó el caso y se comprometió decididamente con su causa. Con carta en mano, acudió a todos los mecanismos habidos y por haber para proteger la vida de su defendida. Hasta que por fin, después de muchos intentos, gracias a una petición enviada a la misma Presidencia de la República, se emitió la orden expresa de traslado inmediato al municipio de Chía, también en Cundinamarca.

Un buen día, ya ejerciendo como profesora de Inglés en uno de los principales colegios de Chía, le terminó de “volver el alma al cuerpo”, cuando vio en las noticias, que una arremetida de la Policía Nacional en una vereda llamada Rincón Santo, había dejado como saldo, la muerte del cabecilla del frente 22 de las FARC y sus dos “lugartenientes”. Durante la celebración de lo 15 años de la novia del “Comandante”, él y sus secuaces, perdieron la noción de su estrategia de seguridad, y después de beber durante varios días, fueron tomados por sorpresa por la policía. Como consecuencia de la operación, las FARC, decidieron replegarse hacia otros lugares.

Los mismos que la habían amenazado, que habían puesto el luto anticipadamente sobre su casa, ahora se encontraban tendidos sobre la tierra, tragando el polvo que habían hecho probar a muchos. Esta fue su última imagen, ahogados entre su sangre que no alcanzaría a compararse con la que derramaron sobre aquellas recónditas montañas y maltratados caminos, pero que ya estaba vertida en el suelo decretando la sentencia de sus días. La condena había sido perpetuada, y los verdaderos culpables pagaban esta vez, sin entender al menos, que tal vez, si lo pensaran mejor, estudiar hubiese sido la mejor salida.

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